Se me está haciendo muy cuesta arriba no agarrar la Nintendo Switch y tumbarme durante horas con The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom. No solo porque las redes sociales son un hervidero de vídeos repletos de locuras, sino porque la última aventura que he vivido en Hyrule me ha inyectado una dosis de descubrimiento que solo la saga de Nintendo es capaz de hacer.
En el último apunte de mi cuaderno de bitácora señalé que mi objetivo era llegar a Kakariko y eso no ha cambiado. Sin embargo, he caído en las redes del propio videojuego distrayéndome con un lugar que me resultaba irresistible: la Meseta de los Albores. Sí, vi a lo lejos la zona del tutorial de The Legend of Zelda: Breath of the Wild y quise conocer de primera mano qué había cambiado en un lugar tan icónico.
¿Qué está pasando?
Evidentemente, mi Link todavía no puede escalar el enorme muro de piedra que separa la Meseta de los Albores de la propia meseta central, pero descubrí una zona que podía ser abierta con una buena sacudida. La primera sorpresa llegó en cuanto una marea de agua brotó del hueco que abrí en la estructura y una suerte de deidad me emplazaba al Templo del Tiempo. Allá que fui, no sin antes toparme con el segundo susto en forma de árbol que cobra vida.
Uno camina tranquilamente para recoger unas cuantas manzas y en el momento más inesperado has recibido un golpe con una rama en toda la cara. Así de implacable es un juego que me está haciendo sudar más de lo que imaginaba con los bokoblin y moblin, especialmente con los acorazados. Constato una vez más que los aerocudas son una pantomima que aniquilar con un solo flechazo y entro en el edificio en ruinas. Allí la diosa me encomienda una misión secundaria que consiste en tomar sus ojos en diferentes puntos de la Meseta, tirarlos al subsuelo y llevarlos hasta su encuentro.
De acuerdo, no tengo nada mejor que hacer ahora mismo, así que subo hasta el campanario para descubrir qué hay allí y tener una buena vista del paisaje. Un cofre me regala una tela para la paravela, lo cual es el primer indicativo de que podré personalizarla, aunque todavía no sé si tendrá algún efecto. Ya arriba veo la cabaña del anciano, o lo que es lo mismo, el antiguo rey camuflado y veo que hay luz. Como un mosquito hacia la bombilla, me dirijo rápido hacia allí.
He aquí una de las peculiaridades que me acompañarán a lo largo del periplo. La casa ha sido tomada y fortalecida por el clan Yiga, los cuales están urdiendo algún tipo de plan absurdo. Maldicen mi nombre mientras les espío por la ventana, pero he salido lo suficiente de noche como para saber que cuando ves a un tipo que te saca tres cabezas y dos espaldas, la mejor opción es huir en dirección contraria.
En ese momento, Link descubrió el verdadero terror
Ahora sí, me lanzo al subsuelo para llevar el ojo de la diosa y me topo con una oscuridad apabullante. Había realizado la misión de Rotver anteriormente, pero me resultaba todo más guiado y aquí se abre un abismo sin luz ante mí. Por suerte tengo unos cuantos aparatos zonnan cerca, así que improviso un avión con un planeador, un volante y una turbina. La idea es fantástica, salvo por el imperceptible detalle de que solo tengo una batería encima, por lo que me estampo contra la nada. En realidad no, porque las semillas luminosas me ayudan a averiguar que el subsuelo es, efectivamente, gigante.
Tan absorto estoy por lo que encuentro que me olvido del ojo y comienzo a vagar, a dejarme ir. Zelda: Tears of the Kingdom comienza a realizar su influjo sobre mí, haciendo que me olvide de mi tarea principal y vaya a ver esas raíces tan grandes. Las comienzo a activar para iluminar un buen trozo de mapa y ya tengo claro que voy a perder unas cuantas horas por aquí. Las estatuas enormes de ¿Zelda? con una espada me guían hasta la siguiente raíz, así que esa es mi única ocupación.
No basta con que me encuentre con campamentos de miembros del clan Yiga, sino que patrullan por tierra y aire. Los hijos de su madre se piensan que estoy jugando a Far Cry, porque ni de broma me atrevo a enfrentarme a todos ellos; derribo unos cuantos a distancia como un cobarde y sigo a lo mío. Un clásico regresa y es en forma de exploradores camuflados que me atacan, pero no me quejo. Siempre es buena ocasión para partirle la cara a uno de ellos individualmente y llevarme su espada. Para lo que no estaba preparado era para la criatura del averno que me asaltó en mitad de la negrura.
Un anuronte, o lo que es lo mismo, un sapo del tamaño de mi piso aparece con cara de pocos amigos y aquí comienza mi estrategia sibilina. Con cuatro tristes corazones, un arco con hilo dental y la protección que otorga unos pantalones mal cosidos, decido subirme a una de las estatuas. Desde allí le pongo un ojo de kessel a la flecha, apunto al globo ocular del anuronte y disparo para dejarlo aturdido. Desciendo rápidamente, me subo a su lomo y comienzo a curtirle la espalda destrozando las menas de zonnanio. Sorprendentemente la táctica resulta más que efectiva y semejante bicho infernal cae ante mis impresionantes habilidades.
Buenos días, Maestro Kogg
No me he pateado todo el subsuelo de Zelda: Tears of the Kingdom, pero he visitado multitud de zonas como para identificar el Manantial secreto de la vida -tengo que volver en algún momento-, la Mina del valle de Hylia y la Gran mina abandonada central. Es precisamente en este último lugar donde me queda claro que debo llevar los ojos, así que vuelvo a la superficie, pero teletransportándome. Una pena no poder usar la Infiltración para aparecer directamente en la superficie, pero entiendo que Nintendo no quiera que el juego me explote en las manos.
Así pues, toca pateada por toda la Meseta de los Albores, la cual está exactamente igual a excepción del Santuario de la Vida. Sí, el espacio en el que Link se despierta ha sido ocupado por los dichosos Yiga y han secuestrado a un gólem sirviente, con lo cual lo libero de su yugo para conseguir un Grabado esquemático. En ese momento no sé para qué sirve, aunque me queda poco para descubrirlo. Una vez que he llevado tres de los cuatro ojos, el último lo transporto en un coche.
He sentido una satisfacción enorme por haber construido algo tan sencillo y más que lo he disfrutado al conducirlo. Ha sido imprescindible para superar los ríos de aura maligna que lo infectan todo, pero he tropezado con la misma piedra. La batería me duraba siete segundos, así que ya me podíais ver recorriendo 20 metros y quedándome parado en mitad de la nada esperando a que se recargase. Con una dosis eterna de paciencia, llego al punto y entrego el ojo para recibir un contenedor de corazón junto a la posibilidad de intercambiar los dos millones de Poe que llevo encima por plantas bombas. Estoy conforme.
Al igual que estoy conforme con partirle los dientes al Maestro Kogg. El subsuelo se ha convertido en un refugio para los Yiga, en vez de su cuartel en el desierto Gerudo, y me lo topo en mitad de la Gran mina. En un combate que, para ser políticamente correctos, calificaré únicamente como ridículo, le enseño quién manda. Lo mejor no es que huya con el rabo entre las piernas, sino que me confiesa que hay alguien incluso por encima de él en cuanto a rango del clan. Buenas noticias; hay más idiotas ninja a los que cruzarles la cara. Antes de irme del lugar recibo el Generador de esquemas, mi último poder y el que más tiempo y disgustos me va ahorrar en mi vida. Ahora sí que no tengo excusa para probar construcciones. Eso sí, Kakariko va a ser mi destino definitivo antes de ello.
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