Sabía que regresar a Elden Ring iba a ser un palo bastante gordo, especialmente porque hacía tiempo que no jugaba a un Soulslike. De nada ha servido las +200 horas acumuladas, el nivel 200 de mi personaje, todo el conocimiento reunido en guías ni todas las veces que he derrotado a jefes en llamadas de invocación por parte de otros jugadores.
Ni siquiera fue suficiente instalar el juego días antes y quitarme el óxido mientras ayudaba a otros jugadores a derrotar a Mohg, Señor de la Sangre, que se ha convertido en el custodio de la entrada al DLC. Nada ha servido y tampoco lo hubiese hecho con más días de entrenamiento, porque Miyazaki ha cumplido su propósito: pegarnos la paliza de nuestra vida... otra vez.
Shadow of the Erdtree: otro descenso a los infiernos
He pasado dos años y más de 200 horas recorriendo las Tierras Intermedias y abusando de todos los jefes del juego base junto a otros jugadores. Malenia, Radahn e incluso Radagon acabaron convertidos en chistes después de tanta repetición y una build muy bestia centrada en la Rueda de Ghiza y el Sangrado. No sé cuántas veces he pasado por encima a Rennala, Reina de la Luna Llena.
Avancé hacia el DLC, valiente y confiado, sin saber que estaba a punto de descubrir un nuevo piso en el infierno particular de Miyazaki. Leda, una nueva NPC, me invita a entrar en el Reino de las Sombras para seguir a Miquella. Nunca me ha caído especialmente bien, aunque admito que hubiese dado lo que sea por no tener que matar a su hermana, Malenia.
Puede que FromSoftware tenga muchos aspectos dignos de debate: dificultad y no perseguir como energúmenos el mejor apartado gráfico de la industria del videojuego, pero creo que hay pocos estudios que puedan hacerle sombra en lo tocante al diseño de escenarios y el apartado artístico. Lo digo porque así nos recibió a todos las el Reino de las Sombras de Shadow of the Erdtree.
Elden Ring no necesita marcas en el HUD o un minimapa para marcarnos el camino, sino que utiliza el diseño del mapeado para marcarnos claramente el camino más corto hasta el final. No hay que tener muchos estudios para tener muy claro cuál es (a priroi) nuestro objetivo principal: el pedazo castillo que hay al fondo.
Apostaría dinero a que todos hicimos lo mismo al dar nuestros primeros pasos en el Reino de las Sombras: Gracia, luego monolito con el mapa de la zona y finalmente Ruinas Calcinadas, nuestra primera localización en el DLC. En mi caso no fue tan rápido como me hubiese gustado, porque literalmente el primer enemigo que me crucé consiguió enviarme a la Gracia con una facilidad pasmosa. De hecho, me obligó a cambiar a las katanas duales para igualar su velocidad.
Tras explorar las Ruinas Calcinadas, fui hacia el este en busca de un edificio que había visto en el mapa. La forma era muy similar a las capillas dedicadas a Márika. El camino parecía tranquilo. La vegetación se movía al viento, los animalillos correteaban entre las tumbas fantasma y la música transmitía una tranquilidad absoluta.
Repentinamente, vi algo moverse entre la vegetación. Era un señor desnudo corriendo a toda velocidad hacia mí. Pensé que era un mero bandido, así que bajé de torrentera y me dispuse a enfrentarlo. Imaginad mi cara de terror cuando vi que era un NPC con nombre: Logar, La Garra de la Bestia. Otro enemigo muy rápido y que me envió a la primera Gracia en tiempo récord. Por desgracia, no estaba cuando volví.
Era innegable que todavía estaba muy oxidado. Y por si no me había quedado claro, los soldados de la capilla que era mi objetivo (Iglesia de la Consolación) se encargaron de dejarme claro que la chulería se había acabado. Me mataron varias veces antes de que pudiese recoger todos los objetos importantes de la zona. Admito que me sentí un poco humillado, pero bueno... es FromSoftware. Sabía dónde me estaba metiendo al comprar el DLC.
Volví a la Gracia inicial y exploré el noroeste de la zona inicial o el oeste de las Ruinas Calcinadas. Encontré el Mausoleo Occidental sin Nombre, que tenía la clásica niebla dorada que oculta un jefe en Elden Ring. Preparé mi equipo a sabiendas de que iba a salir muy mal. Si tres mindundis del mundo me había matado con facilidad, lo que hubiese dentro iba a partirme en dos. ¡Y así fue!
El Caballero de la Soledad estuvo matándome una y otra vez durante una hora. No estaba dispuesto a soportar más abusos, así que busqué el altar de invocación más cercano, que estaba junto a la puerta del mausoleo, para llamar a otros jugadores. Sin embargo, hacía rato que no veía mensajes en el suelo ni podía invocar a nadie. Resulta que mi internet o los servidores fallarían y estaba jugando en modo desconectado.
No estaba haciendo nada en condiciones. Volví a iniciar sesión e invoqué a un jugador. Tenía una build de sangrado, como yo, así que estaba claro que el Caballero de la Soledad tenía los minutos contados. Le cayó una paliza tan enorme que a penas duró un minuto con vida. Seguro que muchos me miraréis con vergüenza por tomar el camino del cooperativo, pero quedaos un par de párrafos más.
Es cierto que utilizo invocaciones (NPCs y jugadores) para superar la mayoría de jefes de Elden Ring, pero sabed que me autoimpongo una penitencia: ayudar a otros jugadores a superar el jefe hasta que, como mínimo, aprenda todos los movimientos del jefe y logre varias victorias consecutivas. Los fallos por muerte del anfitrión no cuentan.
No avancé más allá de este punto durante mi primer día en Elden Ring: Shadow of the Erdtree. Las siguientes cinco horas fueron luchar una y otra vez contra el Caballero de la Soledad junto a otros jugadores, como Doctor Strange con Dormammu. Que para haber tantas personas en la comunidad que se jactan de no utilizar invocaciones, no tenía que esperar ni un segundo después de poner mi marca de invocación en el suelo.
Volví a cambiar a la Rueda de Ghiza y descubrí que cada golpe del arma pesada aturdía el caballero, así que mi función durante las peleas fue atraer la atención del enemigo (en parte gracias a un amuleto) y darle todos los golpes seguidos que pudiese para mantenerlo aturdido. De esta forma, el resto podía acribillarlo a golpes. Así que recibí la paliza de mi vida, pero se la devolví con creces.
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