Cuando uno alcanza cierta edad, la nostalgia es algo inevitable. Es más, como buenos jugones, por no llamarnos veteranos del videojuego, aquí en VidaExtra hemos vivido muy intensamente el fenómeno de Pokémon. Y no te vamos a engañar, lo seguimos viviendo a día de hoy.
Se dice que noviembre es el mes de Pokémon ya que, de manera casi ininterrumpida, un nuevo juego ha asomado cada año por estas fechas. Pero, claro, no todos los años uno tiene la oportunidad de vivir la llegada de una nueva generación dentro de la saga principal.
Volver a elegir Pokémon inicial. Una nueva región. Una nueva hornada de aventuras y criaturas de todas las formas y tamaños en una entrega que, pese a las filtraciones, ha llegado de la mano de cierto secretismo. Un misterio que, curiosamente, nos ha devuelto las sensaciones de los juegos originales.
Está por ver si Pokémon Espada y Pokémon Escudo conseguirá la misma acogida que las entregas más celebradas las saga, pero lo cierto es que Nintendo ha conseguido que nos encontremos con esos jóvenes aspirantes a entrenadores que fuimos en tiempos pretéritos. Y eso ya es un hito.
Con la ilusión de estrenar un juego nuevo y una generosa cucharada de nostalgia, Sergio, Jon y el que te escribe nos hemos propuesto compartir contigo tres historias diferentes con un elemento común: el día en el que descubrimos que Pokémon no era un simple videojuego, ni tampoco un fenómeno pasajero.
Frankie MB
Confieso que la fiebre amarilla me la contagió mi hermano, el cual -por cuestiones de edad- estaba más en sintonía con el fenómeno de Pokémon. No solo era el videojuego, era la serie animada, el álbum de cromos, los pósters, los muñecos que daban en el McDonald’s… Imposible no verse contagiado de aquella obsesión tan divertida.
Recuerdo que el plan era ayudarle a capturar los 150, y el precio a pagar hoy suena a risa: tuve que empezar tres veces mi partida para darle mis iniciales y un Hitmonlee que más tarde recuperé cuando aprendimos a clonar Pokémon. O más bien, él aprendió y lo imitaba sin demasiado éxito. Mis primos directamente le pedían a él que les hiciera el truco. En el fondo aquello se trataba de compartir momentos juntos en otros tiempos.
Los años fueron pasando y nuestra fiebre por Pokémon iba y venía, pero nunca se alejaba del todo. Cuando estábamos en la universidad nos dio muy fuerte por las Cartas Coleccionables de Pokémon (que aún atesoramos) y pese a que no vivimos con intensidad cada nuevo lanzamiento, teníamos otras prioridades, exprimir cada entrega juntos se acabó convirtiendo en una tradición. Una que no hemos perdido.
Pokémon siempre ha sido una excusa para reunirnos. Sobre todo ahora que ni somos tan jóvenes, ni tenemos tanto tiempo libre. Ya no jugamos a las Cartas de Pokémon, pero que la moda de Pokémon GO estallase en verano consiguió que nos diésemos nuestros buenos paseos nocturnos.
Y ahí estaban, móvil en mano. Entrenadores de todas las edades. Pequeños, grandes, padres, madres e hijos. Unos capturando Pikachus y Rattatas como la primera vez. Otros lanzando Pokéballs por primera vez. Nuevos brotes de esa fiebre amarilla tan especial.
Sergio Cejas
Aunque hayan pasado más de 20 años sigo recordando como si fuera ayer el momento en el que conocí Pokémon, cuando vi en una revista las carátulas de Pokémon Rojo y Azul. Con sus primeras imágenes ya me llamaron bastante la atención, sobre todo la edición que tenía a Blastoise en la portada. En ese momento ya tenía claro que quería ese juego en concreto por él y desde entonces se ha convertido en mi Pokémon favorito.
La verdad es que he de reconocer que mi afición por la saga no comenzó en mi primera partida, porque al no tener ni idea de cómo jugar fui un poco a lo loco. Capturaba todo lo que veía, solo llevaba en mi equipo a los Pokémon de más nivel y ni me preocupaba por los tipos, los mejores ataques, las estadísticas, etc. Así hasta que me pasé la Liga Pokémon, ya que fue cuando quise cambiar el chip y comenzar de nuevo desde el principio.
En ese momento ya decidí fijarme mucho más en todo, jugando de verdad y en plan serio, entrenando bien a los Pokémon, llegando a tener una partida de más de 500 horas y cerca de 90 criaturas al nivel 100.
Ahí fue cuando empezó de verdad mi gran afición por la saga, de ahí que incluso haya habido ediciones con las que he llegado a competir en torneos y todo. Aun así, también recuerdo a mi equipo de Kanto formado por Blastoise, Alakazam, Golem, Jolteon, Victreebel y Nidoking. Todos ellos siguen siendo a día de hoy de mis favoritos y siempre que he tenido oportunidad los he entrenado en el resto de juegos de la serie.
Podría contar mil anécdotas sobre las experiencias que me ha hecho vivir la saga con Pokémon Azul, Oro, Zafiro, etc., hasta llegar ahora a Espada. Puede que la mecánica haya sido siempre la misma, pero sigo disfrutando cada uno de los juegos tanto como cuando empecé con la Game Boy hace un par de décadas, porque siempre estaré deseando averiguar con qué me sorprenderán, entrenar a nuevos Pokémon y vivir toda clase de mágicas aventuras.
Jonathan León
Como casi cualquier niño de los 90, yo sufrí la fiebre Pokémon a todos los niveles. Sin embargo, mi primer contacto no fue con los videojuegos, ya que por aquel entonces era demasiado pequeño. En cambio, estaba enganchadísimo a la serie de anime cuando la ponían en la tele. A raíz de eso no paraba de pedirle a mis padres y a mi abuelo que me compraran todo tipo de merchandising, e incluso llegué a completar uno de los primeros álbumes de cromos de Pokémon.
No sé qué sería exactamente lo que me atrajo. Por un lado, el fervor masivo que había alrededor de estas criaturas empujaba a mi yo de seis años a querer estar en la onda y formar parte de las conversaciones del recreo. Pero también sentía una fascinación especial por ellas. Eran tan variadas, coloridas y apasionantes que no podía evitar querer saber más. Y por qué no decirlo: yo también ansiaba ser uno de esos chavales a los que les dan su Pokémon inicial y emprenden una aventura para llegar a ser el mejor que habrá jamás.
Así me introduje en los juegos de la saga. Pokémon Amarillo fue mi primera incursión, pero al principio se me hizo cuesta arriba, para qué engañarnos. No entendía a dónde tenía que ir ni por qué todo se movía por turnos. Menos mal que unos amigos mayores me enseñaron y conseguí derrotar al primer líder de gimnasio después de muchos intentos fallidos.
Aprendí cuáles Pokémon vienen mejor y por qué (capturar un Mankey con Patada Baja para vencer a Brock es indispensable), y a partir de ahí me labré mi propio camino como entrenador. Uno que continúa incluso a día de hoy.
Supongo que de pequeños somos más propensos a ese tipo de historias: la épica, la superación y los vínculos que creamos por el camino; el mundo es fascinante y nosotros estamos en el centro de todo. No obstante, cuando crecemos nos damos cuenta de que la realidad es menos mágica de lo que nos gustaría. Por suerte, siempre voy a contar con que los juegos de Game Freak me devuelvan a aquella etapa en la que todavía soy un niño que sueña junto a sus compañeros Pokémon.
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