Es cierto que le tengo un cariño especial a Kakariko, pero no me puedo engañar: Hatelia es el pueblo más bonito de todo Hyrule. Tras haber abandonado a los habitantes entre la montaña, el siguiente objetivo en mi travesía por The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom es el de acudir a tan bello paraje para comprobar cómo ha cambiado respecto a The Legend of Zelda: Breath of the Wild.
La capital de la moda
Tras descubrir que debo recurrir a los músicos de Bremen para que las hadas me hagan caso, decido tomar rumbo a la conocida como capital de la moda. No lo digo yo, sino los viajeros que me he encontrado por el juego ataviados con las pintas más horripilantes que recuerdo. Todos quieren maravillarse con los diseños que riegan Hatelia y yo solo espero que todo esté tal y como lo recuerdo.
No es que haya demasiado a destacar en mi ruta, más allá de que mi ingenio le ganó a la horda de bokoblin del muro que hay poco después de la posta de los Picos Gemelos. Una vez más la fusión se convirtió en mi aliada para acoplar un buen cañón al escudo y aplicar un Hiroshima a esos seres del demonio. Nada más llegar recibo una agradable sorpresa.
Un muchachito defiende la entrada de Hatelia preguntando si soy un maleante o no. No importa lo que le respondas, él está muy contento de que haya visitantes en la aldea, incluso aunque tengan aviesas intenciones. Tras despedirme de él, la sintonía comienza a sonar y las casas brillan bajo la luz del sol. Hatelia es maravilloso, un pueblo que podría ser perfectamente una postal para compartir tras un viaje.
Los molinos, los huertos, las granjas y la construcción perfecta alrededor de una colina lo transforma en un destino que no se puede esquivar. Eso es lo que debió pensar Sogene con la intención de establecer su negocio textil. Una presuntuosa, malhumorada y egocéntrica diseñadora de moda que ha conseguido su objetivo: que nadie tenga personalidad y todos deban vestir las prendas que surgen de su imaginación.
Modernidad frente a tradición
Decido recorrer todas y cada una de las esquinas de Hatelia para descubrir el sentir de la gente respecto a las modificaciones. Como buen Link que soy me importa un reverendo comino allanar la propiedad privada sin contemplaciones y eso es lo que hago sin pudor. La tienda de tintes sufre un exceso de trabajo que está afectando la salud de su propietaria, los posaderos tienen roces matrimoniales por culpa de la ropa de Sogene y los más viejos del lugar no se acostumbran a la dichosa moda de las narices.
Para colmo, Sofora, la hermana de Sogene, no la aguanta. Vive intimidada por la tiranía de su hermana y el padre de ambas no está demasiado de acuerdo con lo que hace su hija. Es decir, tenemos a una impresentable a la que nadie pone firme de una vez por todas y por ello Hatelia está decorada con setas gigantescas. Rendell, el alcalde, tiene muy claro que lo mejor es mandarle al guano a ella y a su capitalismo exacerbado que solo trae desgracias.
El turismo que fluye por el pueblo nunca viene mal, pero los ancianos me recuerdan que Hatelia siempre ha sido conocida por sus manjares cultivados en sus tierras. Ese es el espíritu que quiere recuperar el regidor a toda costa, aunque Sogene exige unas elecciones para decidir el futuro. No contenta con ser una tirana de aúpa, me sugiere en privado amañar las elecciones. Una misión secundaria que va en contra de todos los valores democráticos en los que creo, pero he de realizarla para que avance la trama.
¡Exprópiese!
Lo que no puedo obviar es que tengo mi propia parcela en Hatelia. En Zelda: Breath of the Wild podías conseguir una casa en un rincón de la villa y allí acudo para reposar ante tanto acontecimiento. Mi sorpresa es mayúscula cuando el juego anuncia en letras bien grandes que estoy en la casa de Zelda. Me gasté más rupias de las que puedo imaginar y ahora la princesa, que se ha ido de vacaciones a Dios sabe dónde, decide expropiarme mi hogar.
El ultraje es inconcebible, una afrenta a la propiedad privada como no recuerdo haber vivido. Sí, podré dormir lo que quiera en la cama, pero no es mi casa y no puedo decorarla como a mí me apetezca. Al menos encuentro el escondite secreto de Zelda y consigo recogerme el pelo de una vez para dejar de parecer un salvaje. Por si fuera poco, el consumismo de Hatelia es inevitable, pues he gastado en cambiar la paravela, comprar comida y dormir en la posada. Lo que le han hecho a este pueblo no tiene nombre.
¿Hay noticias buenas? Las hay y se responden al nombre de gente trabajadora y una escuela. Me parece bien que Zelda haya promovido la creación de un colegio, posiblemente con el dinero que se ha ahorrado de no comprar su propio cuchitril, aunque se ve que a los chavales les hace falta un chispazo de realidad con el cataclismo de hace 10.000 años. Si no hay imágenes no sucedió y ahora resulta que tendré que volver a Kakariko a hacer unas fotos.
Por otro lado, los huertos y las granjas sobreviven al trasiego de turistas. Consigo abrir la quesería y fomentar la economía de una forma sostenible en Hatelia, al mismo tiempo que me pregunto cómo ayudar a los terrenos cultivables. La solución no parece que esté en el laboratorio de Rotver y Prunia, porque está totalmente vacío.
No sé quién diantres ganará las elecciones de Hatelia, pero los candidatos no ayudan demasiado para sus candidaturas. No solo he ayudado a amañar los resultados, sino que pillo in fraganti a Sogene zampando hortalizas en un silo; como si fuera el pecado original. Rendell necesita recordar una receta de su abuelo para conquistar a las masas, pero la mayor referencia que consigue indicarme es que es un plato cremoso. Desde luego, vamos apañados.
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