ATENCIÓN SPOILERS: este post contiene información acerca del jefe final de Elden Ring: Shadow of the Erdtree.
El debate acerca de la dificultad de Shadow of the Erdtree está encima de la mesa y la comunidad clama al cielo por unos jefes absurdamente desequilibrados para el DLC de Elden Ring. Una discusión recurrente, pues no es, ni será, la última vez que FromSoftware esté en el ojo del huracán por dar forma a un RPG de fantasía que requiere un nivel de habilidad con el mando más que elevado.
Al igual que muchos de vosotros, yo también he sido víctima de la pantalla de muerte de la Tierra Sombría, aunque con la particularidad de que viví la experiencia antes del lanzamiento. Fui el encargado de analizar la expansión para VidaExtra, por lo que las ayudas por parte de otros jugadores eran prácticamente inexistentes y se limitaban a los clásicos mensajes desperdigados por el suelo del escenario.
Para poneros en situación, he de dejar claro que he superado todos los obstáculos de Shadow of the Erdtree en New Game+3, con una build de Astrólogo y utilizando un Cetro regio cariano que es capaz de lanzar unos hechizos de Inteligencia realmente devastadores. Mi personaje a nivel 198 no tuvo que superar grandes dificultades durante mi travesía durante esta nueva aventura, en parte gracias a la partida que pude vivir durante la preview que nos concedió Bandai Namco.
De los 10 jefes disponibles a lo largo del DLC, solo se me llegó a atragantar ligeramente Messmer, pero el remedio fue tan sencillo como encontrar un buenos Fragmentos del árbol sombrío para bajarle los humos. Sí, la vida me sonreía mientras avanzaba por la Fortaleza Sombría, Belurat y cualquier rincón imaginable del mapa, hasta que me encontré con la horma de mi zapato.
No realicé una cuenta, pero todas las muertes, perrerías e injusticias que sufrí en Shadow of the Erdtree las entendí como parte de la dinámica de la desarrolladora japonesa. Estoy en Elden Ring, he de aceptar las reglas de juego y adaptarme; no hay sorpresa posible. Sin embargo, todo se torció en cuanto conseguí ascender a lo más alto de Enir-Ilim y enfrentarme al destino del jefe final más poderoso que haya creado Hidetaka Miyazaki.
Y no lo digo yo, un jugador al que todavía le falta experimentar todos los títulos de la empresa, sino muchos jugadores y figuras con ascendencia entre la comunidad. Radahn, Consorte de Miquella, se convirtió a lo largo de 10 horas en mi tortura personal y en un retorno a los fantasmas del pasado que quería evitar. Ese hijo de su madre debería considerarse como delito contra la humanidad, especialmente en las condiciones en las que me encontraba.
Actualmente es posible recurrir a invocaciones de jugadores altruistas dispuestos a echar un cable, pero en mi caso todo se reducía a la venerada Lágrima mimética. No, invocar a Ansbach es una pérdida de tiempo porque el muy idiota se convierte en mi perrito faldero y no se dedica a convertirse en una esponja de daño; por no hablar de que aumenta la vida de Radahn. Espadas duales, un rango muy grande, un tamaño enorme, daño masivo, lanzamiento de meteoritos, acrobacias y ataques terrestres que levantan el suelo. O lo que es lo mismo, una primera fase muy divertida.
Las primeras horas fueron un tanteo, un ensayo y error en el que intenté que mi mente se fuese haciendo a la idea de que iba a estar allí durante mucho tiempo. No creía que tanto, pues al fin y al cabo quedaban unos cuantos días hasta que tuviese que publicar el análisis. Aún con todas las dificultades que pudieran suponer los compases iniciales, el horror se desata con una segunda fase del auténtico infierno. Miquella aparece en la espalda de Radahn y este, a pesar de que sigue utilizando un set de movimientos muy similar, aplica rayos sagrados con un radio de acción incomprensible.
Añade una explosión nuclear a la ecuación junto con un agarre que, si lo realiza dos veces, equivale a la muerte instantánea y así es como se consigue un jefe demencialmente difícil. La Lágrima no resistía los azotes de Radahn y me veía abandonado a mi suerte con más del 40% de su barra de vida intacta. Parecía el fin, una caída al vacío de la desesperación, pero un amigo vino al rescate cual ángel de la guarda.
Mario Seijas, compañero de IGN, me echó un cable con la batalla tras haberla superado él, aunque reconoció la dificultad extrema a la que debía enfrentarme. Probamos todas las estrategias posibles: armadura más pesada que un tanque, recurrir al Sangrado, llamar a Ansbach, cambiar de hechizos, distraerle y ser muy agresivos. Nada funcionaba, pero tampoco se podía descartar ningún método, pues el muro imposible de superar seguía siendo la dichosa segunda fase.
Durante las partidas en las que Mario no luchaba codo con codo conmigo, intenté ahorrar tiempo y pulí hasta el extremo la primera fase. Conseguí elaborar un modo en el que, con un pelín de suerte, Radahn no podía tocarme y yo lo bombardeaba con hechizos a distancia. Tanto me aprendí toda su secuencia de ataques que sus habituales espadazos se convirtieron en una danza muy sencilla de seguir sin que los filos llegasen a rozarme. De acuerdo, una alegría que llevarme a la mente, pero todo seguía reduciéndose al daño sagrado.
Mario y yo charlamos mucho sobre lo que debíamos hacer, ya que él tuvo la fortuna de acabar con el jefazo y era consciente de que éramos los primeros jugadores del mundo en vernos ante semejante montaña. La conclusión era clara: había que resistir de alguna forma los ataques sagrados, ya que resultaban prácticamente imposibles de esquivar. El daño mental tras tantísimas horas acumuladas por no avanzar pesaba mucho y me devolvió al infierno de Godfrey que viví al final de Elden Ring.
Llegúe a la zona más elevada de Enir-Ilim con 30 horas jugadas a Shadow of the Erdtree y ya me acercaba peligrosamente a las 40 en total. Por si fuera poco, los intentos en los que sí que conseguíamos realizar avances estaban llenos de una tensión que no nos permitía pensar con toda la claridad posible. Con todo, templamos los nervios y procedimos a ejecutar una jugada maestra que nos dio la victoria.
Mario obtuvo un escudo lo suficientemente duro como para resistir las embestidas de la segunda fase y potenció su resistencia al máximo. En esos momentos yo debía curtirle la espalda a Radahn, pero la clave se hallaba en el agarre. Teníamos claro que debíamos dejarnos agarrar, por lo menos, una vez y en ese momento el que estuviese libre castigaría sin descanso al enorme guerrero. Esa suerte la aproveché yo utilizando hechizos como un condenado mientras mi camarada gritaba para que atacase sin compasión.
Y así, con las manos temblando y el corazón acelerado, un grito salió de mí. Radahn había muerto y mis vecinos se enteraron de la noticia. No podía creerlo; finalmente había terminado Shadow of the Erdtree tras superar uno de los enemigos más complicados que haya vivido en un videojuego. Podía respirar tranquilo, un enorme peso desaparecía de mi cuerpo y la sensación del trabajo bien hecho comenzaba a llenarlo.
Quién sabe si FromSoftware finalmente lanzará un parche para rebajar las exigencias de Radahn, pero he de dar la razón al público en este caso: su lucha es una de las más encarnizadas y complicadas que te puedes encontrar en cualquier Soulslike. Tras casi 200 horas, mi aventura en Elden Ring ha llegado a su fin y, como siempre, ha puesto a prueba todas mis habilidades como jugador.
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