Tras varios años siendo exclusivo de Xbox One, el servicio EA Access llegará a PS4 manteniendo casi las mismas condiciones que en la consola de Microsoft. 4 euros al mes o 25 euros al año para acceder a un catálogo de juegos de la compañía que, además, ofrece descuentos en compras y una prueba de 10 horas de sus lanzamientos.
Esto, que incluso para la propia Sony sonaba como una mala opción cuando se anunció el servicio para Xbox One -dijeron que pagar cinco dólares más al mes no les parecía algo que apreciasen los jugadores de PlayStation-, es una noticia mucho más positiva de lo que parece.
La razón no está en lo que es la industria del entretenimiento hoy en día, con los servicios de suscripción a un paso de empezar a saturar el mercado y la suma de los de streaming a la vuelta de la esquina, sino en el pasado que muchos de nosotros vivimos.
Un negocio de otra época
El discurso de la posesión, los juegos físicos frente a los digitales y el tema de estar pagando por la licencia de una tienda que tal vez algún día desaparece, es un problema mucho más actual de lo que podríamos pensar. Algo que no nos preocupaba a muchos hace años, cuando empezamos a jugar, y nos preocupa igual de poco ahora precisamente por lo vivido en aquella época.
Puede que los más jóvenes del lugar no recuerden o no hayan vivido aquellos tiempos, pero de la misma forma que las compañías se encargan de darse golpes en el pecho al afirmar que el precio de los juegos no ha subido prácticamente nada desde hace eones, eso también quiere decir que en los noventa pagábamos auténticas barbaridades por ellos.
9.990 pesetas, unos 60 euros de ahora, para lo que entonces rondaba un sueldo medio de aquella época, algo más de 60.000 pesetas según el salario mínimo interprofesional, cerca de 400 euros. Comprar un juego y el discurso de la posesión eran, por así decirlo, un lujo al alcance de unos pocos.
¿Cómo nos convertimos en jugadores aquellos cuya situación no daba para entender de ese tipo de precios? Un año entero ahorrando para poder llegar a un regalo de Navidad o cumpleaños que permitiese abrir una consola y, a partir de ahí, recurriendo a lo que normalmente solían ser unas 300 pesetas cada uno o dos fines de semana -algo menos de dos euros-.
Una puerta de entrada a juegos que de otra forma no nos habríamos podido permitir con un acceso de apenas un par de días para poder quemarlos todo lo posible antes de que volviesen a volar de nuestras manos. Benditos videoclubs.
El alquiler como alternativa igual de válida
Servicios como EA Access, Xbox Game Pass o PS Now son el equivalente actual a lo que siempre nos pareció una grandísima solución. De la misma forma que se suele decir que lo importante no es la meta, sino el camino hasta llegar a ella, para nosotros los servicios de alquiler nos ofrecían la oportunidad de acceder a experiencias que, de otra forma, no habríamos podido disfrutar.
No nos engañemos, el entretenimiento de videojuegos sigue siendo un bien de lujo, pero se ha estandarizado a un nivel que a todos nos parece normal. Así que optar a ese alquiler, a que lo importante sea poder vivir esa experiencia en vez de poseer algo físico, sigue siendo igual de válido hoy que hace más de 20 años.
No entro aquí a valorar las diferencias entre el servicio que hay en PC respecto al de Xbox One, y tampoco a los cambios de precio o el hecho de no contar con los juegos retrocompatibles en PS4. Desde luego, digo no a la renovación automática. A adquirir un servicio y añadirlo como un gasto necesario y recurrente y olvidarnos de que estamos “tirando” ese dinero.
Pero sí a aprovechar un mes para quemar un juego al que le tienes ganas por una décima parte de lo que pagarías si lo compraras y, desde luego, a la opción a ahorrarte esa compra pudiendo probar algo que, de otra forma, sería casi imposible.
Una forma de ahorrar y evitar decepciones
La prueba de 10 horas a EA Access, como la llegada de juegos de lanzamiento a Xbox Game Pass, me ha permitido probar más de un juego que en mi mente tenía como imprescindible y que, tras quemarlo durante unas horas, me ha resultado una experiencia mucho menos satisfactoria de lo que pensaba.
Ojalá poder convertir las ya casi desaparecidas demos gratuitas de 10 o 15 minutos en un estándar que, como en la época de los alquileres, por cuatro euros como los de EA Access permitiesen probar y quemar juegos que de otra forma nos costarían mucho más. Pruebas que podrían alargarse horas, días en el caso de servicios como Xbox Game Pass, y que incluso en algunos casos permitirían que nos pasásemos el juego de cabo a rabo.
Francamente, ojalá un EA Access de Activision, Ubisoft o cualquier otra compañía grande que se nos pase por la cabeza. Ojalá una opción mucho más asequible que nos permitiese jugar a más por menos manteniendo la misma preocupación por la posesión que teníamos al entrar a un videoclub o la que mantenemos al entrar a una sala de cine.
Y sobre todo, ojalá una mentalidad en la que el camino sea siempre más importante que la meta y, como en este caso, la experiencia de disfrutar el medio a gran escala pese más que el tener un juego en la estantería.
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