Sayonara Wild Hearts es un juego con muchísimo estilo. Desde su paleta de colores y su excepcional low-poly, hasta las lisérgicas setpieces que recorremos a toda velocidad y su atractiva iconografía, que mezcla el neón urbano con la mística del tarot. Pero lo más esencial está en medio de todo eso: la música.
Los tráilers lo definen como “un álbum pop hecho videojuego”, y después de haberlo probado, no me cabe la menor duda. Hablamos mucho de cuando el cine integra las posibilidades del videojuego en su lenguaje, como Bandersnatch, pero no tanto de cuando la música hace eso.
Cuando haces pop, ya no hay stop
La nueva obra de Simogo y Annapurna es un álbum en el que cada nivel es una canción, solo que en vez de simplemente escucharlas (que también lo puedes hacer, la banda sonora está en Spotify), también las jugamos, en forma de runner sobre raíles donde hay que ir sorteando obstáculos y pulsando botones a tiempo.
Como si de una ópera pop se tratase, todas las canciones en conjunto sirven para construir la pequeña historia de una chica que debe hacer frente a sus demonios interiores tras una dolorosa ruptura.
Estos temazos se funden con el entramado del nivel en una sinestesia mágica, donde el ritmo y las distintas melodías configuran el estilo que tenemos que adoptar en ese momento. Estímulos auditivos que se juegan y que, junto con esa poderosa estética visual, crean una experiencia que te sumerge de lleno en su acción.
No es el primer videojuego que hace esto, desde luego. La comparación con Thumper es más que evidente, y también guarda ciertas semejanzas con las obras de Tetsuya Mizuguchi. Pero sí que es único por ser una materialización de la música pop que va a mil por hora. Un género que incita a bailar, a divertirse, y que encaja perfectamente con una filosofía de diseño que aboga por lo lúdico.
El argumento trata un tema tan cercano y humano como es el duelo, pero al mezclarlo con este tipo de canciones y de mecánicas da lugar a una catarsis llena de vida. Aborda sus problemáticas con gracia y positividad, sin necesidad de recurrir a tontas frases de autoayuda. Deja que la música (y un par de líneas etéreas de Queen Latifah, la narradora) hable por sí misma a través del juego.
Aquí me descubro: Gris no me gustó demasiado porque el tratamiento que hace de esto mismo me pareció genérico y superficial. Como si tuviera que depender de un apartado visual bonito para poder causar algún tipo de emoción, y que deja casi completamente huérfano a su diseño jugable.
Sayonara Wild Hearts no tiene por qué hacer uso de la impostada tristeza de siempre para hablar de estos temas. Le vale con ser divertido y frenético para ofrecer algo con valor, sin tener miedo a que el trato cercano eche por tierra su capacidad poética.
Ritmos que te empapan
Es el poder de la música, una conexión inconsciente y siempre cambiante que es capaz de moldear significados con cada estrofa, con cada melodía, y que aflora emociones indescriptibles. Si además eso va a tono con lo que se juega, el resultado puede ser genial.
Lo que el juego pretende no es tanto que superemos los desafíos que propone, como que nos dejemos llevar por el flujo constante de la acción; entrar en contacto con la música a través de sus mecánicas hasta fundirnos en uno con ella. A Sayonara Wild Hearts no le hace falta decir “mira, así es como te tienes que sentir” para que lo aprecies. Le basta con que formes parte de él.
Pero incluso si nada de esto te toca especialmente, siempre puedes echar un buen rato jugando, porque al fin y al cabo de eso va también la música pop. Con controles que no pueden ser más sencillos, se las apaña para ir aportando ideas nuevas de diseño en cada nivel. Puedes terminarlo sin más, o puedes picarte a conseguir el rango más alto en todas las canciones.
Por mi parte, yo seguiré dándole durante los próximos días. Tal vez no sea ninguna obra maestra, pero tiene mucha personalidad, y eso es algo que valoro bastante.
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