Las ambientaciones postapocalípticas tienen una belleza muy especial. No sabría decir si es por el hastío de nuestro ritmo de vida, la reconquista de la vegetación sobre nuestro mundo o que la soledad y decadencia de reinos caídos en desgracia conecta de alguna forma con sentimientos que he enterrado en lo profundo de mi corazón. No sabría decir.
Remnant 2 consigue unificar en un mismo universo todo lo que me gusta de este tipo de ambientaciones. Por un lado, la humanidad casi está extinta en la tierra y la vegetación ocupando las ciudades. Resulta complicado no establecer similitudes con The Last of Us. Por otro, el reino de Losomn, que presenta una dualidad descorazonadora: un pueblo sumido en enfermedad y locura que bien podría ser Yharnam y un palacio de un reino que lucha por no ahogarse en el olvido.
La agonía de Losomn en Remnant 2
El mundo de Losomn de Remnant 2 es la unión de dos mundos muy diferentes: Dran y Fae. Dicha unión ha creado un caos enorme, que ha derivado en enfermedades físicas y mentales, matanzas, incendios... Mientras que la ciudad ha caído en la oscuridad, el palacio lucha por aferrarse a su grandeza. Os cuento mis aventuras en este último y ya volveremos al primero.
La entrada del Palacio Beatífico es tan preciosa como solitaria. Árboles de hojas anaranjadas marcan el camino hacia una entrada que sube y baja con escaleras y que deja huecos para pequeñas fuentes secas. Al fondo, un gran portón dorado decorado con un caballero con armadura y motivos élficos, y rodeado a su vez de otros caballeros que portan espadones clavados al suelo.
Miro a los pies de la puerta. Hay una palanca y un suelo circular con dos caballeros, uno de oro y otro de oro negro, y a ambos les falta la cara. El puzle no es complicado. Miro hacia el cielo. El palacio se alza majestuoso con numerosos arcos en diferentes niveles escalonados, pináculos, arbotantes y alguna gárgola que se camufla a la vista.
Miro a un lado y a otro. Todos los accesos, excepto uno, están cerrados a cal y canto. No tengo más opción que seguir mi destino, que me conduce a un pasillo de arcos dorados sobre piedra gris y mármol oscuro bajo mis pies. La luz natural entra por la vidriera del fondo y la reflexión del oro se encarga del resto de la iluminación. Bajo el foco natural, una placa que hace las veces de ascensor.
Los pasillos interiores del palacio son muy distintos. Tímidas velas gastadas en las esquinas se encargan de frenar la oscuridad y aparecen los primeros enemigos mientras hacen sus rutinarias patrullas. Saco mi ametralladora y cargo contra ellos sin piedad. Son una especie de elfos/hadas con alas de luz, aunque parecen haber sucumbido a algún tipo de locura. Atacan como si les fuese la vida en ello.
Avanzo por un pequeño vestíbulo, subo una escalera semicircular y encuentro una de las habitaciones más bonitas de todo el palacio: la biblioteca. Cientos de libros amontonados en estanterías y torres en el suelo. Conocimiento infinito de un tiempo en el que sabios encontraban preguntas y aprendices buscaban respuestas. Ahora el lugar lo puebla la rabia ciega de los enemigos que me atacan.
¿Quién es la figura femenina de mármol que se alza en el centro de la segunda planta?, ¿la bibliotecaria, una reina sabia o quizás una diosa del conocimiento? Entre las estanterías encuentro bancos, más motivos élficos dorados y estatuas de caballeras con las manos entrelazadas en posición de rezo. Quizás la figura central es todo al mismo tiempo.
Abandono la sala con cierta tristeza y pensando en una vieja amiga que seguro habría caído enamorada del lugar. Continúo recorriendo los pasillos, derrotando enemigos encolerizados. Un consejo de tres me encomienda la misión de buscar al traidor que se encuentra entre ellos. Como Geralt de Rivia, trato de mantener la neutralidad en el asunto... pero fallo estrepitosamente.
La investigación me lleva hasta un lugar bañado por la luz lunar. Resulta que el palacio cuenta con su propia dualidad a modo de espejo: una iluminada por el sol y otra por la luna. La sala principal del Tribunal del Consejo es de una belleza increíble y con toda seguridad era la estancia del monarca, que ahora se encuentra tallado en piedra y oculta la clave para encontrar al traidor: un puñal con un símbolo.
Vuelvo a la sala del consejo y acuso al traidor. Los soldados, como pretorianos de la Antigua Roma, se alzan alrededor del pequeño trono y acuchillan repetidas veces a la traidora tras confesar su crimen. Asuntos reales. Reyes dignos y usurpadores. Tras conocer la historia, voy en busca del usurpador a la Galería Beatífica.
Faelín se presenta a sí mismo como héroe, rey y usurpador, y está custodiado por cinco o seis sirvientes encadenados al trono. Me trata como a un ser inferior, similar a como he visto que tratan los elfos/hadas a los humanos en series, películas y libros. Son víctimas de nuestra brutalidad y de su arrogancia.
Advierto a Faelín que no soy uno de sus vasallos y que debería tener mucho cuidado con las palabras que elige. Trata de comprarme con recompensas y amenazas: ¡me obsequia con mi vida por irme! Le devuelvo el favor con una última amenaza y finalmente levanta su culo del trono. La pelea es intensa, pero finalmente cae y es su propia espada la que asesa el golpe final al atravesarlo.
Vuelvo sobre mis pasos a la Cámara del Consejo y desde allí tomo el camino que conduce a la Galería Maléfica. Allí encuentro a Faerín. No desea luchar. Se muestra respetuoso y agradecido por haber acabado con Faelín, el impostor. Trato de provocarlo un poco, pero el combate es innecesario. Ya tengo las dos máscaras de la gran puerta principal.
Me quedo observando unos minutos la gran entrada para apreciar la arquitectura, la iluminación y los colores, y cualquier pequeño detalle que haya podido dejarme atrás. Me fascina cómo el lugar trata de mantener su vieja gloria, como un caballero caído que se aferra a poco honor que le queda para no ahogarse en la vergüenza. Y mientras observo, las palabras de Gandalf resuenan en mi mente...
Hacen guardia porque tienen esperanza. Una tenue y fugaz esperanza en que algún día florecerá, en que un Rey llegue y esta ciudad vuelva a ser la que fuera antes de su decadencia. Las viejas enseñanzas del oeste cayeron en el olvido. Los reyes construyeron tumbas más espléndidas que las casas para los vivos. Y atesoraban los antiguos nombres de su ascendencia más que los de sus propios hijos. Señores sin heredero habitaban añejos palacetes obnubilados por su heráldica o en altas torres frías entregados a la astrología. Por eso el pueblo de Gondor conoció la ruina. El linaje real fracasó. El Árbol Blanco se secó. El gobierno de Gondor fue entregado a hombres menores. - Gandalf, El Señor de los Anillos: El Retorno del Rey.
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