Cuando a Andrew Ryan se le pasó por la cabeza crear una distopía bajo el mar, jamás imaginó que Rapture se convertiría en el infierno de decadencia acuático en el que se transformó. La ciudad submaria es una de las más icónicas de la historia de los videojuegos y la pudimos visitar hasta dos veces a lo largo de la saga BioShock.
En la segunda entrega de la franquicia, nos toca controlar a un Big Daddy que tiene que cumplir con su fiel cometido de proteger a su respectiva Little Sister. Una buena excusa para liarse a guantazos con toda suerte de Splicers, al mismo tiempo que recorremos los pasillos de la urbe para llegar a localizaciones como Bellas artes Imago. Allí se exhiben las piezas de arte más fabulosas de los ciudadanos, aunque su aspecto ha empeorado.
Y es que tras la inundación del Parque Dionysus, el control de temperatura de la galería se desestabilizó, las tuberías se rompieron y la congelación en cada esquina apareció. Es por ello que podemos derretir algunos bloques de hielo durante la aventura, y si descongelamos uno en concreto, nos toparemos con la siguiente sorpresa.
Así es, un gato de Schrödinger aparecerá completamente inerte y sabemos que pertenece al científico ya que, a diferencia del resto de gatos muertos que podemos hallar en BioShock 2, el cursor revela esa información y no muestra el habitual "cadáver". Al igual que en la teoría postulada por el físico austríaco, es imposible saber si el animal está vivo o muerto.
Y es que aún estando congelado, no podemos romperlo de ninguna forma, pero si se le dispara o golpea, sangrará. De esta forma no queda nada claro si debajo de esa capa de hielo todavía respira el gato o ha muerto. Lo que también es imposible de discernir es el evento aleatorio que determina la vida o la muerte del felino, pero seguramente corresponda a un misterio de Rapture sin resolver.
En VidaExtra | Cómo Bioshock, Diablo y otros videojuegos vendieron su idea para conseguir el dinero suficiente para crearlo
Ver 0 comentarios