Cuando a finales de los 90 arrancó la avalancha Pokémon a muchos nos pilló desprevenidos. Veníamos de pasar horas en busca de la princesa Peach, de dedicar nuestro infantiloide cerebro llevando la paz a las tierras de Hyrule o de invertir nuestras tardes en partidos de FIFA, por lo que la simple idea de hacerse con más 150 bichos luchadores superaba todos los niveles de locura.
De un día para otro entendí que lo que ofrecía 'Pokémon Rojo y Azul' era mucho más que capturar un centenar de especies, era la historia de un niño de mi edad que salía de casa para vivir aventuras a lo grande. En libertad y su ritmo. Como era presumible, caí rendido sin ni siquiera darme cuenta y poco tardé en hacerme con mi cartucho de Charizard.
Aquel instante de vuelta del hipermercado ojeando el manual no se me olvidará en la vida. Estaba a punto de adentrarme en un mundo enorme y preciosista repleto de momentos inolvidables que compartiría con buena parte de mis amigos. El juego ya era un fenómeno y no podíamos celebrarlo más fuerte.
Un par de años más tarde la fiebre seguía en aumento gracias a tres razones de peso: 1) la serie de Ash lo estaba petando, 2) El merchandising era casi una religión y 3) a todo el mundo parecía gustarle. El triple combo letal que hizo que su secuela fuese recibida por todo lo alto.
‘Pokémon Plata’ y ‘Pokémon Oro’ supusieron mucho más que estirar el chicle del éxito. En Game Freak tenía ganas de más, algo que ya se vio en ‘Pokémon Amarillo’ permitiéndonos caminar con Pikachu de nuestro lado, pero querían hacerlo dando un paso al frente real, del que presumir. Con el plus que brindaba Game Boy Color se marcaron la meta más complicada tras la globalidad comercial: volver a sorprender.
Con semejante oleaje yo andaba bastante despistado en clase. Mientras la profesora de matemáticas echaba su clásico sermón sobre lo importante de estudiar día a día y dedicarle a Dios nuestros logros, en aquella primavera de 2001 solo era capaz de calcular los días que faltaban para el lanzamiento de ‘Pokémon Plata’. Algo que me llevó directamente a los primeros pupitres de la clase por mi falta de atención. -Desde aquí se lo agradezco, Sor Margarita. Me salvó del desastre-.
Siete mil pesetas aproximadamente, lo que viene a significar unos 42 euros. Eso le costó a mi padre la Pokémon Mania que sufrí hace 16 años (mi abuelo por otro lado se encargaba de comprarme muñecos falsos y demás basurilla riconuda). Tenía hype para cuatro o cinco niños, por lo que ya podéis intuir como fueron las primeras horas con el juego de Lugia. Para la historia.
No quería abrirlo, releía la contraportada como si pretendiese encontrar un mensaje oculto, lo ponía en dirección al sol para que su cartón plateado me cegara. Era un enfermo que se merecía un par de collejas bien dadas. Pero, ¿qué queréis que os diga?, aún siendo consciente de la miopía galopante que me estaba ganando a pulso, era el niño más feliz del mundo.
¿Me preguntan la hora al iniciar el juego? Pues son las 13 del mediodía (vaya sábado radiante hizo). ¿Mi nombre? Ash, por supuesto (que me llamen por mi nombre nunca me ha gustado para jugar). Un segundo, ¿dónde demonios habéis metido al profesor Oak? ¡Contéstame, farsante!
Así empezó la secuela más brillante de la saga, conmigo sentado en el suelo del patio de casa. Así arrancó mi aventura por Johto (la que luego me devolvería a Kanto una vez más) con novedades tan sorprendentes que a día de hoy, y tras medio centenar de juegos publicados, todavía conforman gran parte del encanto de la franquicia.
- Bienvenido sea el color: A la monocromática apuesta de Rojo, Azul y Amarillo no le faltaba absolutamente nada para atraparnos, pero si desde Game Freak querían sorprender, las virtudes de Game Boy Color debían entrar en escena. Y así fue, el shock de ver aquella resultona intro nos dejó boquiabiertos durante unas horas.
- El ciclo día y noche: Como mi gran amigo de la infancia, me despertaba excesivamente temprano, preparaba la maleta para el cole y aprovechaba que todavía era de noche en Johto para atrapar a todos los Pokémon nocturnos que podía antes de salir. Aquella sensación de jugar con reglas estrictas me tenía atrapado.
Con algo tan simple fueron capaces de proponer un nuevo mundo repleto de especies por descubrir.
- El uso del teléfono móvil: Que nuestra madre nos dejara emanciparnos con tan solo 11 años era un drama al que nadie dedicaba atención. Por suerte para nuestras preocupaciones, la incursión del teléfono móvil para tenernos controlados hacía más llevadero el hecho de irnos de casa (al final éramos nosotros los que terminábamos llamando a la mamá). El teléfono elevó la narrativa a un estadio donde no importaba ni el momento ni el lugar; si el juego quería contarte cosas ya no había excusas. Toque rápido y al carrer.
- Nuestra madre, el mejor banco del mundo: ¿Qué estás ganando mucha pasta combatiendo de aquí para allá? Ay, amigo, mejor guardar un pellizco que luego vienen las vacas flacas. Y con vacas flacas me refiero a Kanto, ¡que allí la vida es más cara! Ese fondo de inversión del que se ocupó nuestra madre terminó resultado con garantías. Eso sí, con la deligencia con la ingresábamos el dinero ya podría habernos regalado la Nintendo 64.
- Bayas donde vayas: En Pokémon Rojo/Azul pudimos farmear con todas las de la ley subiendo niveles y encontrando ítems la mar de útiles, pero no fue hasta el lanzamiento de Oro/Plata cuando por fin decidieron incluir las bayas. Repartidas por todo el continente de Johto, estas plantas curativas se podían encontrar en arbustos, cultivarlas en tierras fértiles y añadírselas a nuestro Pokémon para que se curaran automáticamente.
- La crianza y los huevos Pokémon: Posiblemente la mejor incorporación vista hasta la fecha (ya han pasado años). La crianza Pokémon supuso un antes y un después en lo que a cuidar criaturas se refiere. Ahora, además de entrenadores entregados, también podíamos sentir lo maravilloso de ser padres tras ver como nuestro huevo eclosionaba en mitad de un paseo nocturno. Aquello fue de traca, Game Freak…. (y que bien nos vino la guardería).
- La barra de experiencia: Dar carpetazo al cálculo de puntos de experiencia fue lo más agradecido para los fans “de letras”. Gracias a la útil barra azul bajo la de vitalidad podíamos comprobar cuánto nos faltaba para subir de nivel tras cada batalla. Una mejora que sirvió para darle más dinamismo a los combates por turnos, el pilar básico de la saga Pokémon.
- Los mejores legendarios, sin lugar a dudas: Lugia, Ho-oh, Entei, Raikou, Suicune. Podría seguir contando bondades sobre lo tremendo de Oro/Plata, pero con este puñado de nombres ya tenéis motivos suficientes para estar de acuerdo con el artículo.
Desgraciadamente no ha habido elenco más impactante hasta la fecha en la franquicia, por mucho que Solgaleo y Lunala nos hayan robado el corazón.
Con estas novedades el salto no pudo ser más importante para los fans de la franquicia que en los primeros años del milenio debatían sobre si Charizard era mejor Blastoise. En Game Freak fueron conscientes de que la marca Pokémon debía ofrecer mucho más y acertaron de pleno en cada avance.
El último Pokémon de Game Boy contó con la dedicación más absoluta de sus desarrolladores y, pese a ofrecer las mismas mecánicas que en las tres entregas anteriores, lo cierto es que afronté su aventura como un juego totalmente distinto. Más fresco, más grande, más cercano y más "Pokémon".
Mientras le pongo el broche final al artículo acaban de llamar a casa. Por lo visto es el cartero y dice que hay un paquete a mi nombre que no entra en el buzón. Si creo que es lo que es, estoy a unos segundos de viajar en el tiempo a una de las épocas más felicides de mi vida, donde no existía el estrés ni la prisa, donde solo importaba aprender a vivir y donde la misión principal se resumía en aprobar Conocimiento del Medio.
A punto de volver a enfrentarme al juego que define a la perfección ser entrenador.
No puedo estar más contento.
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