Los orígenes de Son Goku no son muy diferentes a los de Superman: el protagonista de Dragon Ball es uno de los últimos supervivientes de un planeta a punto de ser destruido, escapando a la Tierra casi en el último minuto. Casualidad o no, el destino hará que la supervivencia de la humanidad esté constantemente en sus manos, aunque en el caso del supersaiyan hay un matiz especial: escapó de la muerte gracias a las Dragon Balls. Y ojo, su hermano Raditz también.
Pongámonos solo un poquito en contexto: el propio Akira Toriyama no tenía planeado que Son Goku viniese de otro planeta ni nada por el estilo. De hecho, el manga de Dragon Ball nació de varios proyectos anteriores suyos, como Dragon Boy, y con una temática similar a la del Viaje a Occidente. Pero, claro, la fuerza de Goku se le acabó yendo de las manos a Toriyama y con ella la escala de los acontecimientos.
Goku fue criado por terrícolas y siempre fue entrenado por prodigios de las artes marciales, pero no será hasta su vida adulta cuando finalmente se reencontrará con su hermano mayor Raditz y le hará dos revelaciones: pertenece a la raza guerrera de los saiyan y apenas quedan con vida un puñado de ellos ya que su mundo natal, el planeta Vegeta, fue destruido. Hasta ahí nada nuevo.
Goku y Raditz acabarán enfrentados y siendo ambos eliminados por Piccolo, un descendiente de namekianos que, por cierto, nació en la Tierra. Y, sin embargo, lo paradójico de todo es que fue con el poder de otro namekiano que ambos escaparon de la muerte. De manera más específica, a través de las Dragon Balls y a gracias al deseo de su padre Bardock.
El único deseo de Bardock
Cuando el hijo de Son Goku llegó al planeta Namek en búsqueda de las siete dragon balls se topó con dos sorpresas: ni todas las bolas de dragón son del mismo tamaño, ni todos los dragones capaces de conceder deseos son iguales o hablan el mismo idioma. En Dragon Ball Super, además, conocimos las super dragonballs, capaces de conceder deseos a una escala cósmica.
Sin embargo, y de manera exclusiva en el manga también se reveló que no tienen que ser siete dragon balls para formular un deseo: dependiendo de su creador namekiano, pueden ser perfectamente solo dos y del tamaño de dos terrones de azúcar.
Esto lo vemos en el Capítulo 83 del manga de Dragon Ball Super, con guión del propio Akira Toriyama y dibujo de Toyotaro, en un momento integrado dentro de la saga de Granola. Pero lo verdaderamente significativo es que esta historia no solo sucede únicamente en el presente, sino que nos revela lo ocurrido hace 40 años. Es decir, solo un poco antes de que el planeta Vegeta explotase y cuando Bardock estaba todavía con vida.
Sin entrar en demasiados detalles, y pese a la naturaleza de su raza, Bardock se enfrentó a una poderosa fuerza enemiga para salvar un anciano superviviente de Namek llamado Monite y a su joven protegido. Un ser perteneciente a un clan de mafiosos espaciales de enorme poder que, por otro lado, despertó ese deseo de todo saiyan por enfrentarse a los más fuertes del universo, incluso a costa de su vida.
Así, en mitad del combate y viendo la terrible situación, el anciano Monite quiso corresponder con el padre de Goku y decidió usar el último recurso de su raza: solicitar un deseo a las dragonballs que él mismo había creado al escapar de su planeta moribundo. El deseo solicitado: teletransporta a Bardock a un lugar en el que esté a salvo del enemigo.
Lógicamente, y como muchos años después Goku hará durante el clímax de la batalla de Namek, Bardock se negó en rotundo a abandonar el combate.
Ante esa situación, y frente al dragón sagrado que él mismo había creado, Monite expresó su deseo de ayudar a Bardock, el cual estaba con la cabeza puesta en otras cosas. Y, sin embargo, ante la posibilidad de pedir un deseo, como esos que se suelen pedir a las estrellas fugaces, tuvo una respuesta muy específica.
"Pide que mis hijos crezcan sanos y fuertes"
El combate continuó, y sobra decir que Bardock logró sobrevivir. Ese espíritu saiyan y el orgullo propio de su raza fueron determinantes a la hora de resolver la situación y, no mucho después, una vez curadas sus heridas, regresó al planeta Vegeta. Su hijo mayor, Raditz, comenzó a recibir sus primeras misiones y el menor, cuya genética era de crecimiento lento, estaba siendo incubado en una cámara especial en casa.
El destino de ambos niños era el de prácticamente toda su especie: no mucho después, el emperador Freezer y su ejército destruirán el planeta Vegeta con todos sus habitantes con la excepción de su protegido, el príncipe Vegeta IV y su séquito. Sin embargo, ambos sobrevivieron. Y no fue una cuestión de suerte.
Antes de resolverse la batalla de Bardock, el propio Toriyama deja especificado en en el capítulo 86 de Dragon Ball Super que el namekiano Monite formuló el deseo textual de Bardock al dragón y, tras concederlo, las dos diminutas dragon balls se dispersaron. Quizás no fuese el dragón más poderoso creado por un namekiano, pero hizo que el destino se confabulase para que ambos niños creciesen fuertes y sanos.
Cómo las Dragon Ball salvaron a Goku y Raditz
Hasta ahora se pensaba que la supervivencia de los hijos de Bardock y Gine es una de esas casualidades que ocurren en el universo. Y no nos vamos a engañar, a Akira Toriyama no le importa demasiado dejar cabos sueltos siempre que lo esencial prevalezca y el lector esté entretenido. Pero lo ocurrido en el tomo El Orgullo de un Pueblo le da un significado todavía mayor a su obra.
De partida, porque como vimos en el manga y en la película Dragon Ball Super Broly, Raditz fue elegido para acompañar al príncipe Vegeta pese a tratarse de soldados de rangos muy diferentes y con una diferencia de fuerza abismal. ¿Qué probabilidades había de que el hijo mayor de Bardock estuviese en el único escuadrón de saiyans que no se encontraba en el planeta cuando fue destruido?
Pero lo más singular fue el caso de Son Goku. O, más bien, el de Kakarot, su nombre de nacimiento: Bardock supo interpretar las señales a tiempo y, desobedeciendo las instrucciones, robó una nave individual para enviarlo a un mundo en el que pudiese sobrevivir, incluso si el planeta Vegeta era destruido. A sabiendas de que, en caso de estar equivocado, iría a rescatarlo.
Pero Bardock no se equivocó. Ni al enviar a Goku a la Tierra, ni tampoco al elegir su deseo.
El resto de la historia la conocemos muy bien. Goku fue criado con mucho cariño y no tardó en hacer grandes amistades y saciar ese impulso de su raza de guerreros por enfrentarse a los rivales más fuertes del mundo. Un deseo genuino que, por cierto, siempre estará vinculado de un modo u otro a las propias Dragon Balls.
Disclamer: Todas las imágenes son propiedad de BIRD STUDIO y SHUEISHA
Ver 4 comentarios