No soy un experto en Final Fantasy. La saga ha pasado de refilón en mi trayectoria como jugador y solo una tímida aproximación a través de la PSP en el 2010 aparecía en mi currículum hasta hace bien poco. Sin embargo, todo cambió con la llegada de Final Fantasy VII Remake. El retorno de la leyenda, el juego más deseado de todos los tiempos junto al remake de Metal Gear Solid y Half-Life 3 era la invitación perfecta para sumergirme en la franquicia.
Así lo hice en 2020 con la entrega original y me enamoré por completo. Viví el Remake como el que más, estoy subido al barco de Nomura y una llama despertó en mí. Un único juego de una serie que cuenta con quince entregas principales es una mina de oro en la que comenzar a picar y el primer objetivo ha sido Final Fantasy XVI. No he jugado demasiado la aventura, pero estoy sintiendo mariposas en el estómago.
Fantasía real
Mi seguimiento exhaustivo a las novedades de Final Fantasy XVI en estos años se ha apuntalado en base al puro lore. Más allá del combate diseñado por Ryota Suzuki, mis ojos se posaban en las posibilidades que se vislumbraban con la narrativa que pondría encima de la mesa Kazutoyo Maehiro y Naoki Yoshida. Su buen hacer con Final Fantasy XIV hablabla por sí solo y la oportunidad de zambullirse en el mundo de Valisthea se vislumbraba con cada adelanto.
Apenas he jugado algo más de dos horas al decimosexto juego y hay una palabra que retumba constantemente en mi mente: epicidad. Final Fantasy XVI se aferra con fuerza a la dinámica de ser espectacular, de apostar por una puesta en escena memorable y por instantes que sobrecogen, estés con el mando en las manos o disfrutando de la escena. Me lo he pasado igual de bien liquidando al molbol del marjal de Ventocalmo como contemplando la brutal batalla entre los eikon Titán y Shiva.
Los sangreférrea liderados por una suerte de divinidad helada defendiendo los intereses del Reino de Hierro mientras que Dhalmekia apuesta por un gigante colosal imparable. Cada partícula, plano y golpe brillan con luz propia para uno de esos juegos que se ganan más que a pulso la denominación de AAA. Los valores de producción que ha imprimido Square Enix son absurdamente altos y la obra se empeña en demostrarlo a cada ocasión que puede.
Correr junto a Clive por terrenos rocosos mientras todo se viene abajo porque los dos seres no se dan tregua es tan emocionante como descubrir que la compañía japonesa ha querido hacer un juego adulto. Y por adulto no solo me refiero a la propia trama donde las traiciones florecen con la misma alegría que las rosas en primavera, sino porque no tiene miedo de mostrar la autenticidad de un mundo como en el que nos coloca.
Demonios, se nota en la decapitación de Elwin Rosfield y en la traición de Anabella que se ha respirado Juego de Tronos por un tubo entre el equipo de desarrollo. No hay ningún problema en que en menos de 10 minutos se deje más que claro que Benedikta Harman y Hugo Kupka tienen una relación más que fogosa. Sin ruborizarse, a tumba abierta.
La partida de ajedrez
Obviamente he escogido el modo de acción en vez del de la historia para afrontar mi partida de Final Fantasy XVI, y seguramente sea precipitado sacar conclusiones, pero es realmente fácil el desafío que me ha puesto delante Yoshida y el resto de sus compañeros. El Caballero dragontino auroral ha sido el reto más complejo hasta el momento, si bien las herramientas que me ofrece Suzuki son tan poderosas que he salido airoso en un santiamén.
Ojo, no con esto quiero decir que me está aburriendo de lanzar espadazos, ni mucho menos. Los duendes han caído con destreza ante mi acero y siempre apoyaré la presencia de una barra de ímpetu que permite dejar en vulnerabilidad al enemigo. Los movimientos de Clive son veloces, precisos, se puede medir con exactitud cada movimiento y hasta los esquives perfectos entran como un cuchillo caliente a la mantequilla. Sí que me resulta mucho más complicado ejecutar el parry directamente chocando las armas, aunque agradezco que la magia sea infinita. Escupir Piro por un tubo nunca está de más.
Qué decir de los encuentros colosales entre eikon, que compensan el hecho de ir sobre raíles con una música atronadora y una inmersión en la contienda realmente digna. Los guantazos que se han propinado Fénix e Ifrit son de aúpa y el conjunto ha logrado que se me ponga la piel de gallina. En serio, hay instantes que se me han quedado grabados en tan poco minutos. Las manos en mi cabeza al descubrir el tremendo desprecio y traición de Anabella, la lástima que me genera Joshua al no poder cumplir la promesa que le hizo a Clive... No quiero ni imaginar lo que me aguarda por delante.
No estoy seguro de los giros de guión que aguardan, pero los indicios son muy prometedores. Poco se trató en los meses previos al lanzamiento de Final Fantasy XVI la figura de los Portadores, personas que son clasificadas como esclavas de una manera tremendamente sutil. El juego quiere dejar tan patente que dicha condición es común en Valisthea que ni se explicita. Tan solo la marca en el rostro y el uso de magia gracias al éter que aflora de los Cristales Madre son las huellas de un sistema cruel e injusto. Sobre todo porque son los propios Portadores los que tienen un poder especial, no el resto de seres humanos. Y me llama la atención que Clive tenga tal seña de identidad de mayor en su cara.
Hasta ahora, este artículo ha sido una retahíla de motivos actuales para entusiasmarme con el juego, pero en el horizonte se vislumbran más. Quiero averiguar qué trama el Sacro Imperio de Sanbreque, descubrir qué hay más allá del Reino de Waloed, conocer hasta qué punto Hugo Kupka es despiadado o por qué todo el mundo coincide en que el Cid de Final Fantasy XVI es el mejor de todos. Quiero seguir jugando a uno de esos pocos juegos que me hace sentir más allá de la vibración en el DualSense.
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