He podido disfrutar de muchas aventuras a lo largo de este año, pero no puedo permitirme cerrar el 2023 sin haber terminado The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom. Mi Nintendo Switch indica que ya me acerco a la simbólica cifra de 100 horas jugadas y tengo pendientes dos templos, junto a la batalla final. Es el momento de que mi camino por Hyrule llegue a su fin.
Es por ello que en esta suerte de cuaderno de bitácora daré las últimas pinceladas de una mis grandes experiencias en los últimos meses, por lo que lo que vais a leer se trata de la antepenúltima parada en el viaje. Me prometí a mí mismo que el desierto sería el escenario final antes de la batalla contra Ganon, por lo que me decido a dirigirme hacia la región de los zora.
Debido a que no tengo esa parte del mapa desbloqueado, la torre vigía supone la catapulta idónea para impulsarme hasta la ciudadela acuática. No quiero invertir tiempo en recorrer el siempre complicado camino hasta la zona, por lo que caigo en mitad de la plaza central para toparme con el primer problema. Un extraño fango digno de Super Mario Sunshine está cubriéndolo todo, concretamente la estatua en la que Link está inmortalizado, pero lo soluciono rápidamente con un fruto acuoso.
Que Hylia bendiga a mi yo del pasado que recolectó ese manjar sin ningún tipo de sentido y sin mayor pretensión que cocinarlo, pues no he tenido ningún problema para despejarlo todo de fango. Por suerte Yona, la prometida del príncipe, me pone al corriente de lo que está sucediendo y me pide que le eche un cable a Sidon en la cima del Monte Trueno. Una tarea muy placentera de llevar a cabo, pues apenas llueve en la región de los zora y escalar hasta el parque de Mipha apenas cuesta esfuerzo.
Con todo, consigo encontrar al rey Dorphan por pura casualidad en mitad de una cueva junto a una cascada. El pobre está en las últimas, teniendo que descansar tras haber invertido muchísimo esfuerzo en limpiar la región de los zora, pero no parece que me sirva de ayuda en estos momentos. Retomo mi viaje hasta la cumbre y allí me encuentro al único, inigualable y carismático Sidon. Qué tipo, qué presencia, cómo sonríe y posa para la foto; me cae extremadamente bien.
Por eso agradezco que vaya a ser mi compañero de fatigas, aunque antes he de hablar con Jaht, el historiador. Asegura que puede conseguir una pista sobre lo que está sucediendo en el cielo, pues desde el suelo se puede ver cómo el fango chorrea desde lo más alto. No podemos descartar un DLC para Power Wash Simulator, pero mientras Nintendo se decide a dar el paso resuelvo fácilmente su problemática. Un trozo de piedra de un mural se ha perdido, el cual contiene información sobre la princesa Zelda, pero no puede estar más cerca; justo al lado, nada más salir del lugar en el que Jaht se encuentra.
"Desde el pez celeste, lanza el escudo del rey a través de las rocas flotantes que forman una gota. Al hacerlo, el puente de agua, que conecta a los zora con los habitantes celestiales, se revelará ante ti". Ese es el texto completo, por lo que toca ir hasta Dorphan para conseguir una de sus preciadas Escamas del rey y a partir de ahí que me busque la vida. Evidentemente Jaht no me tiene que poner un punto exacto en el mapa sobre la ubicación del monarca, pero es absurdo que no ofrezca información alguna. Yo tuve suerte al encontrármelo antes, pero cualquier otro jugador no sabe hacia qué punto cardinal dirigirse, lo cual resulta en una pérdida de tiempo.
Sea como sea, localizo la isla en el cielo que posee una curiosa forma de pescado y completo la tarea lanzando la escama entre las piedras que levitan. Una genial misión que juega con las perspectivas, lo cual disfruto mucho, pero sí que no caigo en la cuenta de dónde está el arowana arcaico. Un bicho que necesito para que Yona me repare la armadura zora, pues ahora he de ascender una cascada hasta el Templo del agua, aunque no hay narices a averiguar de qué clase de animal se trata. Haciendo carburar la mente caigo en la cuenta de que debe de tratarse de los peces que están junto a la fuente del parque Mipha y equilicuá, allí está. Ahora sí, me lanzo al torbellino de agua en el Embalse oriental y me sumerjo hasta lo más profundo.
Es normal tener flashes de Vietnam con los niveles relacionados con el agua, pero lo cierto es que Eiji Aonuma ha acertado por completo con The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom. No puedo poner ni una pega a meterme en una cueva bajo el lago y activar la potente cascada hasta los cielos. Es más, la parte del Templo del agua es de las más entretenidas, ligeras y satisfactorias que he disfrutado en toda la partida. Me encanta que Link pueda flotar con cada salto y pretendo sacarle el jugo todo lo que pueda, pues está claro que se trata de una mecánica especial. Lo mismo sucedía con poder planear con la paravela con facilidad en el Templo del viento y es divertido por sí solo.
En un pispás me ventilo el templo más sencillo hasta la fecha, más allá del despiste de no enterarme de que debo usar el poder de Sidon para activar los diferentes mecanismos. Un tipo tan sonriente bien merece que haga comentarios a lo largo de nuestra aventura y eso es algo que echo mucho en falta durante el juego. Hay poquísimas cinemáticas, cuentas con los dedos de una manos las ocasiones en las que la obra te muestra en todo su esplendor a los personajes y es una lástima que las frases en tiempo real se limiten a situaciones tan concretas. Agradecería un poco menos de diálogo escrito en favor de una exposición más cinematográfica.
Pago mi frustración con el horrible Fangorok en un sencillísimo combate y pongo fin a mi etapa entre los zora con la escena de otro sabio relatando un flashback igualito a los anteriores. En cualquier caso, mi buena obra del día se ha cumplido, ya que ahora Sidon es el nuevo rey de los zora y se despide de mí con su sonrisa digna de un anuncio de dentífrico. Lo echaré de menos, pero ahora toca dirigirse hacia la calurosa arena para ver qué se traen entre manos las gerudo.
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