Ahora que están a punto de llegar Espada y Escudo, las entregas de nueva generación se enfrentan a algunas de las expectativas más feroces que la saga ha experimentado en toda su historia. Por un lado, suponen el salto definitivo de la serie principal a una consola de sobremesa en HD, y por otro, se han generado nubarrones de tormenta en torno a ellas por la polémica de la Pokédex Nacional (no será posible tener a todas las criaturas existentes en estos juegos). A todo eso hay que sumarle que, para muchos, las anteriores iteraciones fueron una pequeña decepción.
Digo pequeña porque, a decir verdad, hasta hace un rato pensaba que era mayor. Dándome un paseo por Reddit en el rato previo a escribir este artículo, me he dado cuenta de que a la mayoría de usuarios en realidad sí que les gustaron Pokémon Sol y Luna. Con bastantes reservas, eso sí. Sigue siendo Pokémon, a poco que te guste la fórmula echas un buen rato. No obstante, muchos consideran que son de las entregas más flojas que se han lanzado. Con el paso de los años, este recibimiento semi-negativo me ha ido sorprendiendo cada vez más y más, ya que en el momento de su salida a algunos nos parecieron geniales. De hecho, son de mis favoritas.
Supongo que eso puede considerarse una opinión impopular, pero en realidad tampoco es para tanto. Al fin y al cabo, todos tenemos ese juego al que amamos con locura a pesar de que el resto no lo comparta. Llevo siendo fan de Pokémon desde que aprendí a encender una videoconsola, y no ha habido una sola generación a la que no le haya dedicado sus buenas horas, pero Sol y Luna me transmitieron algo más que la mayoría de entregas: un encanto coherente y honesto.
Alola, una región llena de vida
Tampoco voy a decir que fueran la revolución que la saga necesitaba, ni mucho menos. Game Freak siempre ha llevado el inmovilismo formulaico por bandera, pero dentro de eso, se nota que en las últimas generaciones es cuando más están haciendo por cambiar. Fuera de novedades mecánicas relativamente anecdóticas como los Movimientos Z, Alola fue la primera región de la saga principal en desechar la estructura por cuadrículas y los monigotes cabezones. Hasta el momento era la más viva y por la que más gusto daba pasear.
Los entornos tropicales ayudaban, desde luego. Todo era colorido, lleno de detalles hasta donde la pobre 3DS era capaz, y con Pokémon por todos lados que le aportan ese toque tan carismático a su mundo. A veces, con tanto combate y estadística, se me olvida que una de las mejores cosas de Pokémon es simplemente adentrarse en el universo de esos bichos extraños y convivir con ellos. Todavía estamos muy lejos de un juego en el que la interacción con nuestras criaturas vaya mucho más allá de las tortas (aunque la posibilidad de acariciarlos y jugar con ellos en las generaciones recientes es un buen avance), pero el simple hecho de sentir que ocupamos el mismo espacio que ellos, que existen al margen de nosotros, ya es estimulante. Alola es una ambientación muy rica, y sus raíces temáticas van más allá de lo visual.
La magia de Pokémon está, cómo no, en los propios Pokémon. Los integrantes de la séptima generación no es que sean mis favoritos a nivel de diseño (ese honor se lo lleva la tercera), pero toda esta tanda hace gala de una cohesión encantadora con la nueva región y todas sus inspiraciones. Hawaii cobra vida en forma de monstruos de bolsillo de la más variopinta índole: tucanes, cangrejos yeti, pepinos de mar, castillos de arena fantasmas, monos futbolistas, isópodos samurais, búhos arqueros y mucho más.
Además, cada uno de ellos tiene uno o varios rasgos distintivos que los hacen únicos. Ya sea una habilidad especial que configura una estrategia completamente propia, movimientos exclusivos, métodos de evolución que se salen de la norma, o simplemente una forma original de localizarlos. Mi favorito en este sentido es Mareanie, un Pokémon basado en las coronas de espinas que devoran corales. En los juegos, solo puede encontrarse cuando un Corsola salvaje, criatura basada en estos últimos, pide ayuda en combate. Entonces, Mareanie aparece y ataca al compañero que le pidió ayuda; al fin y al cabo, es un depredador de corales.
Puede sonar anecdótico, pero este tipo de detalles son los que le dan vida a la región de Alola. Game Freak tuvo muy clara la personalidad de estos juegos en todo momento, y a la hora de construirlos encaminó cada uno de sus elementos en esa dirección. Las formas regionales de Pokémon conocidos adaptados a un nuevo ecosistema o las Pokémonturas que sustituyeron a las molestas MO son dos buenos ejemplos. Incluso la sustitución de los gimnasios por las pruebas insulares, que a decir verdad eran un poco ridículas, pero la chicha estaba en los combates contra los Pokémon dominantes que las culminaban.
Por una vez en la saga, se diseñaron los enfrentamientos en base a una filosofía de desequilibrio. Ahora, el Pokémon en cuestión tiene uno o varios de sus atributos reforzados y puede llamar a un ayudante, convirtiendo la pelea en un dos contra uno. La verdad es que funcionó bastante bien. Jugando sin Repartir Experiencia (que era el principal culpable de que el juego fuera tan fácil, una de las quejas más frecuentes) llegaban incluso a ponerse difíciles. Se planteaban combos de ataques entre ayudante y dominante, lo que le daba cierta profundidad estratégica a la hora de forzarnos a pensar en cómo anticiparnos a ellos.
Sin ser impresionante, su guion es el más trabajado
Quizás no fueran el puñetazo en la mesa que la saga necesitaba, pero Sol y Luna destilaban un aroma propio y una identidad que los desmarcaba. Para mí, el punto fuerte estuvo en su manejo de la historia, la mejor de toda la saga principal si me preguntas. Tampoco es que este fuera el punto fuerte de Pokémon (con la honrosa excepción de la quinta generación), pero me sorprendió gratamente que por una vez le dieran importancia a desarrollar sus personajes, a la estructura de su guion y a su corpus temático.
Nos brindaron a la memorable Lilia, quien va creciendo con nosotros a lo largo del viaje hasta lograr un protagonismo casi total, con varias secuencias increíblemente catárticas al final. También a Tilo, que debajo de esa sonrisa constante escondía un conflicto interno por sentir que no estaba a la altura de lo que se esperaba de él (el pobre puede ser algo cargante, lo sé). Ambos, junto con el protagonista que llega recién mudado a Alola, deben aprender a adaptarse a los entornos que les son más hostiles, y a utilizar eso como catalizador para su crecimiento personal.
Porque eso es lo que caracteriza a Pokémon Sol y Luna a nivel temático en casi todas sus vertientes: la adaptación al medio, la posibilidad de sacar fuerzas de flaqueza cuando todo nos resulta extraño, y los nuevos caminos que descubrimos con ello. Está en su guion, está en las criaturas que han cambiado de forma por vivir en un hábitat diferente, y está en muchos de sus sistemas; nuevos, extraños, con aciertos y fallos por doquier, pero que nos instan a recontextualizar lo que sabíamos de Pokémon desde un prisma, por una vez, levemente distinto.
Nunca se me olvidará el momento en el que eliges a tu Pokémon inicial. Por norma general en la franquicia, suele ser eso, lo seleccionas y punto. Aquí, sin embargo, tenías que esperar antes a un pequeño ritual: el Pokémon en cuestión tiene que elegirte a ti también, porque esto va de compañerismo mutuo. Evidentemente, la respuesta siempre es sí, pero culmina en un abrazo tan tierno con el bicho que reblandece hasta el hormigón armado.
Por desgracia, esta y muchas otras cosas más cambian en Ultrasol y Ultraluna, que me parecieron notablemente inferiores por la cantidad de concesiones que hacían y que minimizaban ese carisma electrizante que vi en las entregas originales. Especialmente en todo lo relacionado con la inserción de Necrozma en el guion.
Se quedaron unas vacaciones tropicales resultonas
Podría seguir hablando un buen rato más de las otras cosas que me gustan de estas entregas: lo divertida que es la modalidad Battle Royale, lo tronchante que es el Team Skull, lo tierno que es limpiar y cuidar a nuestros Pokémon tras una batalla, o irnos a tomar café mientras escuchamos una anécdota del dependiente. También de algunas de mis especies favoritas de la generación, como Mimikyu y Rowlet. En general, un conjunto de factores entrañables que ayuda a dar empaque a su ficción. Pero esto ya se está alargando demasiado.
Entiendo perfectamente las críticas que pueda haber. Son juegos exageradamente lineales, aunque eso lleva ocurriendo en la saga desde hace unas cuantas generaciones. Los primeros compases pueden llegar a hacerse bastante tediosos, con unos tutoriales que se alargan demasiado y que manejan regular el ritmo. Además, el contenido post-game no es que sea el más brillante que se ha visto en la serie principal.
Son quejas que te pueden afectar más o menos. A mí me gustó explorar Alola por su ambientación tan cuidada y más cosas, a pesar de la linealidad. También me gustó el enfoque más narrativo, aunque a algunos se les hizo demasiado pesado con tanta charla y cinemática. Pokémon apela a una demografía tan amplia (niños pequeños, adultos nostálgicos, veteranos del competitivo, etc…) que es imposible dar con una tecla unánime.
En lo personal, doy las gracias por que Sol y Luna decidieran apartarse un poco y priorizar una personalidad refrescante y divertida para crear un mundo que estuve encantado de habitar. Hacían más énfasis en la convivencia y en las pequeñas cosas, las anécdotas y los detalles que brillaban con maestría, dando lugar a una experiencia en la que los Pokémon y la naturaleza eran los protagonistas. Espero que Espada y Escudo también me conquisten a su manera.
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