El tiempo que puedo dedicar al ocio es cada vez más escaso, lo cual es un perfecto síntoma de que la adultez ha venido para quedarse por completo. El trabajo consume la mayor parte de mi rutina, así que haber encontrado hueco para dedicarle nueve horas a Chants of Sennaar es un pequeño milagro del que no puedo estar más agradecido.
En un excelente año donde nos faltan dedos en las manos para contar la absurda cantidad de juegazos por metro cuadrado, duele ver cómo una joya tan especial como la creada por Rundisc pasa desapercibida. Sí, cuenta con cientos de críticas positivas en Steam, pero el gran público no se ha percatado todavía de que pueden aprender idiomas sin acudir a Duolingo.
La popular aplicación para dispositivos móviles nos asegura que conseguiremos absorber los conocimientos básicos para comprender y hablar de forma fluida en inglés, francés, alemán y suajili, si hiciese falta. En Chants of Sennaar me he encontrado con la sensación de ser el alumno nuevo en una academia de idiomas y, de alguna forma, conseguir entender todo lo que sucede.
La obra se basa en uno de los relatos bíblicos más conocidos, el de la Torre de Babel. Recogido en el libro del Génesis, la historia intenta ofrecer una explicación al motivo de la proliferación de tantísimas lenguas por todo el globo. Según el mito, tras el diluvio universal, Noé y sus descendientes se convirtieron en los únicos seres humanos de la Tierra. Se trasladaron hasta la llanura de Senar, en la antigua región de Babilonia, y tomaron como objetivo crear una torre que se elevase hasta los mismísimos cielos.
Aquella proeza arquitectónica le pasó factura a la humanidad, pues el dios Yahvé no consintió semejante rebeldía y provocó que los constructores hablasen diferentes idiomas. Debido a que no era posible seguir edificando bajo esas condiciones, la población se dispersó por el planeta y así se asentaron todos los lenguajes que conocemos.
Un mito fundacional que todos hemos conocido y que sirvió como explicación para aquellos que conocieron el Antiguo Testamento hace siglos. La propuesta de Chants of Sennaar es la de experimentar las dificultades alrededor de la comunicación y cómo superándolas se puede conseguir unir pueblos que jamás se entendieron, se conocieron o, directamente, están enemistados.
Pude jugar el mes pasado a la demo, pero completar la aventura ha sido apasionante. Estar aporreando el teclado en la jornada laboral, mientras miro la hora para comprobar cuánto tiempo me separa de una nueva sesión de traducción, es uno de los mejores elogios que puedo hacer hacia el título. Son varios Pueblos los que se dividen la Torre de Babel, ya sean los guerreros, los anacoretas o los alquimistas, cada uno con su propia idiosincrasia.
Los científicos viven muy adelantados a su era, los luchadores poseen comportamientos marciales y los bardos exploran con soberbia las diferentes artes. Todos ellos manejan su propia forma de expresarse, sus glifos que nacen del Tetragrámaton hebreo y es necesario entenderles más allá de las propias palabras. Si alguien nos dice "me gusta la ..." y está tocando una guitarra, está claro que hablamos de música. Si al llegar a una nueva zona, recibimos un misterioso bocadillo donde no hay texto, pero el NPC levanta la mano, no hace falta nada más para entender que estamos ante un saludo.
De esta forma, con un cuaderno en el que podemos realizar anotaciones, poco a poco desbloqueamos todo el vocabulario que necesitamos para lograr avanzar por unos parajes de ensueño. Pertenecientes a otra época, a un mundo donde la belleza imperaba a la hora de construir, los niveles de Chants of Sennaar son un fondo de pantalla cada uno de ellos. Recuperando el estilo de Moebius, pero con mucha más definición, todo está llenos de colores muy vivos y con detalles exquisitos.
Me ha encantado desplazarme por cada territorio, por cada piso al que accedía en la Torre de Babel. Existe un método para volver a todos los lugares, pues podemos descifrar todas las palabras existentes si somos de aquellos que no nos resistimos a los logros. A pesar de que estamos ante una obra con claros tintes de aventura gráfica, lo cierto es que Rundisc ha aprovechado para añadir ciertas secciones con sigilo.
¿Distraer a un guardia para tener vía libre? Tan solo lanza una piedra a una campana. ¿Deslizarte entre muros para evitar ser detectado por androides? Dalo por hecho. Un soplo de variedad que no molesta, sino que enriquece la resolución de rompecabezas. No puede faltar el aplauso absoluto hacia el equipo de traducción y localización, pues el rango de sinónimos que son admitidos para darnos una palabra por buena es colosal.
Con todo, no me he librado de atascarme, pero es que en eso consiste este género. Dar vueltas, probar mecanismos una y otra vez y hacer trabajar la sesera hasta el punto en el que todo, de alguna forma, encaje. La recompensa, la serotonina que me ha producido Chants of Sennaar cuando me he dado cuenta de cómo se resuelve un puzle es genial. No solo a través de la voz se transmite información, sino comprobando runas, murales y cómo el mundo ha sido construido. Es una clase magistral de atención hacia el contexto que nos rodea y cómo explica quiénes somos.
Y poco a poco, con el paso de las horas, mi cariño ha crecido hacia el juego. No solo ha sido diversión, compartida por mi hermana y amigos que han pasado por casa para jugarlo, sino que se ha generado un vínculo de aprecio real hacia todo el desarrollo. Hay pasión, existe una idea genial y se ha forjado un trabajo que debe llevarse todos los elogios posibles. Creo que cierto trepamuros le va a arrebatar mi medalla de oro personal, pero, aunque sea por unos días, Chants of Sennaar me conquistó por completo.
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