Cómo The Legend of Zelda Tears of the Kingdom me ha salvado de uno de los viajes de prensa más accidentados que he tenido en 15 años

Cómo The Legend of Zelda Tears of the Kingdom me ha salvado de uno de los viajes de prensa más accidentados que he tenido en 15 años

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Zelda Tears of the Kingdom

Son las cinco de la mañana y por delante tengo uno de esos días que, arrastrados por la máquina del tiempo del cambio horario, puede darse por perdido. Mi vuelo a Los Angeles para un evento de prensa no sale hasta las 12 del mediodía y mi intención es no aparecer por el aeropuerto hasta dos horas antes del vuelo, pero el SMS que me acaba de despertar tiene otros planes para mí.

El vuelo se ha retrasado casi dos horas, justo el tiempo que tenía para realizar una conexión en Nueva York para poder llegar a mi destino, así que voy a necesitar un cambio de vuelo sí o sí, ya sea hacia la conexión o desde la conexión a destino, para poder llegar sano y salvo, y a tiempo, hasta la soleada California.

Situaciones desesperadas requieren medidas desesperadas

Fruto del sueño o de la inseguridad que me acaba de generar la situación decido ir lo antes posible al aeropuerto para ver si el cambio de vuelo es posible. Mi cabeza automáticamente imagina que, cuanto antes meta en vereda la situación, más posibilidades tendré de conseguir un vuelo que no me destroce los planes.

La lógica me dice que la idea es buena “cuanto antes te lo quites de encima, antes borrarás de tu cabeza esta ansiedad que te acaba de generar la situación”, pero un día de estos nunca sale como uno espera y, como cualquiera con algunas horas más de sueño habría alcanzado a deducir, que yo llegue al aeropuerto no significa que el aeropuerto vaya a estar listo para mí.

Con todos los paneles de información y mostradores de check in de mi vuelo cerrados (abren cuatro horas antes del vuelo, por si os sirve el dato en algún momento), lo único que me queda es ocupar mi cabeza con algo hasta que alguien pueda atenderme, así que me siento frente al mostrador para estar el primero en la cola y tener el mayor número de posibilidades de encontrar asiento en el siguiente vuelo que mejor cuadre para la conexión.

Por suerte, el rato que tengo por delante se me va a pasar volando. Nunca mejor dicho. Aunque mi plan era esperar a más adelante porque la acumulación de juegos y trabajo no me iba a permitir jugarlo con la calma que se merece, en un arrebato consumista el día anterior había comprado The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom para hacer el vuelo más llevadero.

Tears of the Kingdom, un juego en el que vuelan las horas

De querer jugarlo en las mejores condiciones posibles a estar sentado en el suelo de un aeropuerto encendiendo una Switch Lite. Poco me importa en ese momento, la verdad y aunque ya he visto el juego corriendo en una OLED con unos colores que ya quisiera mi pequeña y castigada pantalla, los primeros minutos me saben a gloria.

Veo a Link y Zelda descendiendo por una cueva tan oscura como mi panorama para este día, con una historia que me atrapa desde el minuto uno haciendo que el tiempo empiece a volar y, conforme su trama empieza a desmelenarse, también lo hace la vida de un aeropuerto al que empiezan a llegar viajeros en mi misma situación. O todos estamos igual de dormidos o mi idea no ha sido del todo descabellada.

Vale la pena apuntar que mi ansiedad con el viaje no se remonta sólo a las cinco de la mañana. Un problema con mis apellidos con otro billete que debía llevarme directo a Los Angeles, sin escalas, ya me había empezado a generar esos nervios dos días antes.

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Al parecer la aerolínea había tramitado mal mis apellidos, eligiendo el segundo como el principal y el primero como “middlename”, por lo que un Rubén Márquez se había convertido en una suerte de Pedro José con el que, sí o sí, iba a tener problemas en inmigración. ¿La solución a aquél entuerto? Que no hay solución y tenía que coger otro vuelo con otro nombre, este ya escrito de forma correcta. El nuevo vuelo, el retrasado no parece dispuesto a darme tregua.

Cuando la vida te da limones...

Conforme la gente empieza a amontonarse y a seguir mi cola para reclamar un cambio, las ventanillas del check in empiezan a llenarse de trabajadores y mi aventura en Zelda empieza a ganar sus primeros poderes y giros jugables.

Como si de un juguete se tratase, empiezo a crear construcciones para ir de una isla aérea a otra de esta nueva Hyrule, maravillándome con cómo los objetos se alinean y, con más maña que fuerza, de elementos completamente ajenos empiezan a brotar construcciones cada vez más originales. Partes ideales en el sitio perfecto son capaces de darle la vuelta a la situación.

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Cierro la consola porque ahora, por fin, mi situación en la vida real parece que también viene de cara. El mostrador se abre, me colocan en otro vuelo y, aunque de tener una tarde libre en Los Angeles voy a pasar a llegar de madrugada tras una conexión que se hará eterna, saber que voy a poder seguir jugando a esta maravilla durante un buen puñado de horas más me tranquiliza.

Lástima que, conforme me voy alejando del mostrador y mis ojos empiezan a percatarse de hasta dónde llega la cola kilométrica que se ha amontonado a mis espaldas, llega un nuevo SMS. Mi vuelo se acaba de retrasar una vez más. La conexión que antes funcionaba, ahora vuelve a no hacerlo.

Entre la imaginación, el reciclaje y la esperanza

Atacado por los nervios mi cabeza hace clic. Pienso en cómo los astros se han alineado para dar forma a este juego, a cómo esos objetos tirados por las islas como basura me sirven para seguir avanzando en la aventura, cómo Link consigue sacar oro de las situaciones más enrevesadas aprovechando lo que se encuentra a su paso, y mientras camino lamentándome por cómo la ilusión se acaba de ir por el desagüe en apenas un par de minutos pienso “¿Y si hago un último intento con el primer vuelo que ya había dado por perdido?

¿Y si, por algún casual, el estar en el lugar y el momento perfecto, con una situación de mierda de la que va a ser difícil salir, al juntar unas cosas con otras consigo superar este puzle que la vida me acaba de arrojar a la cara con todo el desprecio del mundo?

Lo que por teléfono era imposible, ahora resulta no serlo, y lo que la primera trabajadora de la aerolínea no consigue solucionar, sí lo hace otra que, como la suerte al encontrar el objeto adecuado para terminar mi creación, de repente pasa por allí, escucha el problema, y se sienta en un ordenador para salvarme la papeleta.

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Y así, de juntar un tronco con otro y terminar volando con una vela y una corriente de aire, mientras un tercer SMS llega para confirmar que mi torpedeado vuelo se ha cancelado definitivamente, aquél vuelo original que parecía imposible de solucionar va a tener un inesperado culo entre sus asientos.

El mío, jugando a un The Legend of Zelda Tears of the Kingdom que no sólo me va a permitir pasarme 13 horas jugando mientras el resto duerme plácidamente. También, en cierto sentido, el que ha provocado que esas 13 horas tengan un destino inesperado en esta línea temporal alternativa. Me voy a Los Angeles y prometo traer cosas jugosas que contar los próximos días. Gracias, Miriam. Gracias, Zelda.

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