Hemos soplado a los cartuchos de videojuegos durante muchos años. No importa el tipo, todos los jugadores veteranos (y algunos jóvenes con pasión por lo retro) lo han hecho alguna vez. Los cartuchos de Game Boy son el mejor ejemplo y uno de los tipos que más soplidos han recibido durante décadas. Pero... ¿Realmente sería para algo soplarles?, ¿era la solución milagrosa que creíamos o más bien efecto placebo?
En ocasiones, la conexión mediante pines entre cartucho de Game Boy y consola no funcionaban bien, lo que provocaba que los juegos no se iniciasen correctamente. Tenía lugar una pantalla estática, algo similar a la famosísima pantalla de PS2 cuando no conseguía leer el disco... aunque esta última era en movimiento. La solución que nuestros familiares y amigos nos dieron, transmitida de forma oral como una vieja leyenda, era soplar al cartucho y la consola.
El polvo no era el problema y nuestro soplido no tenía propiedades mágicas para arreglar la tecnología (como tampoco golpear los aparatos), por mucho que la tradición os diga lo contrario. El soplido solo era parte de un ritual supersticioso y poco higiénico antes de volver a probar. Y a la larga suponía un peligro, puesto que nuestra saliva hacía que los pines se oxidasen, tal y como señaló nuestro compañero Jose García de Xataka.
Por suerte o por desgracia, ya no tenemos ese problema. Las nuevas consolas, incluida Nintendo Switch, ya no tienen demasiado que soplar y la tendencia hacia lo digital terminará haciendo que nuestros descendientes nos miren como si fuésemos prehistóricos. Pero... ¿Y qué sabíamos nosotros? Solo seguíamos una tradición ancestral que (aparentemente) daba resultado.
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