Soy incapaz de recordar qué botón utilizaba para saltar y cuál para pegar, pero sé con total certeza que pulsar el botón A al empezar la partida en Streets of Rage es una pésima idea. Visualizar el mítico juego de Sega Megadrive teletransporta mi memoria de forma automática a ese conocimiento pese a que hace décadas que no lo juego.
Puede que algunos de vosotros os hayáis sentido identificados con esa situación y os encontréis en el mismo punto en el que yo estaba hace unos días: "sí, pero… ¿Por qué?" ¿Por qué puedo recordar cómo se juega a un videojuego aunque hayan pasado años desde la última vez que lo jugué?
Recuerdos automáticos
Aquellos que conduzcan un vehículo a diario en algún punto de su vida habrán llegado a su destino sin saber muy bien cómo lo han conseguido. Lo has hecho manteniendo una velocidad controlada, siguiendo el camino correcto y sin incidentes, pero todo lo implicado en el proceso, desde dominar la dirección del vehículo hasta evitar obstáculos, parece haber pasado completamente desapercibido.
Esto, que en realidad está relacionado con algo llamado la fiebre de la línea blanca -otro tema para otro día-, va en consonancia con cómo el cerebro adopta ciertas acciones hasta el punto de automatizar procesos sin que tengamos que detenernos a analizar qué es lo que debemos hacer a continuación.
Pese a que hay juegos o momentos que demandan algo más de atención -lo de que vengan a hablarte y poder mantener una conversación fluida mientras estás jugando a Call of Duty es un buen ejemplo-, gran parte de las acciones están tan interiorizadas que podrías atender lo que se dice en un podcast mientras juegas sin demasiados problemas.
Para entender cómo funcionan todos estos procesos y comprender por qué recordamos ciertas acciones de un juego aunque haga mucho tiempo que no nos ponemos a los mandos, toca acercarse a cómo funciona la memoria y se almacenan de forma prolongada recuerdos que a priori no deberían estar ahí.
Cómo funciona la memoria
Lo primero que debemos saber es que el cerebro guardará todo aquello que le resulte importante. ¿Pero cómo decide qué es importante y qué no? La clave está en el Hipocampo, la policía del cerebro que se encarga de analizar y clasificar todo lo que te llega a través de los sentidos como la vista o el tacto, pero también de las emociones y reacciones que provocan esos estímulos.
Dicha información se almacena como algo llamado memoria sensorial, que en cristiano vendría a ser la memoria a corto plazo de tu día a día. Por ejemplo, si giras la cabeza y ves la cara de un desconocido, sus facciones se quedarán en tu memoria durante varios segundos o minutos a la espera de comprobar si esa información es útil o desechable.
En el caso de que haya un impacto en relación con esa imagen, el cerebro almacenará la información en un cajón llamado memoria a corto plazo a la espera del siguiente análisis. ¿Tiene relación con algo que ya tengamos guardado? ¿El impacto es lo suficientemente relevante? ¿Puede servirme de cara al futuro?
Si la respuesta es sí, entonces dicha información pasa a almacenarse como memoria a largo plazo, creándose las conexiones pertinentes para que la próxima vez que debamos analizar algo tengamos una referencia a la que agarrarnos.
Por qué recordamos los controles de los videojuegos
Y diréis, vale, todo esto está muy bien, pero no creo que saber cómo se hace un Ollie en Tony Hawk’s Pro Skater sea algo que tenga relación con mis recuerdos, haya sido excesivamente impactante o pueda servirme de cara al futuro, ¿no? No te falta razón.
Para despejar la X que implica ese misterio toca acercarse a lo que se conoce como memoria procedimental implícita, un tipo de memoria destinada a almacenar procedimientos de forma automática para que el proceso cerebral de reconocer una situación y actuar en consecuencia no sólo se haga lo más rápido posible, sino también a un nivel inconsciente.
¿Cómo alcanzamos ese nivel de memoria? A base de atención y, más importante todavía, de repetición. A más repeticiones, más grabado se queda un proceso y más automático e inconsciente puede llegar a ser.
Si intentas recordar cuantas veces pulsaste la X para hacer un Ollie o el número de veces que pulsaste la A sin querer en Streets of Rage, empezarás a comprender por dónde van los tiros.
Sumemos ahí estímulos visuales que demanden atención, además de causar un impacto a través de las emociones, especialmente en una mente joven, y ya tenemos los ingredientes claves para un caldo de cultivo perfecto capaz de explicar por qué recordamos los controles de los videojuegos aunque pasen los años.
Imagen | Unsplash
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