El filósofo y ensayista español José Ortega y Gasset dijo: "Yo soy yo y mis circunstancias". No creo que haya mejor forma para explicar por qué llego 26 años tarde a jugar Metal Gear Solid de 1998, especialmente siendo turbofan de todo lo que implica sigilo en un videojuego.
No tengo nada personal en contra Hideo Kojima y Konami. La saga Splinter Cell tampoco tiene el check de jugado en mi lista de videojuegos pendientes. La explicación rápida es la vida, la larga es que nunca he tenido el acceso a los videojuegos que he deseado... ya fuese por diferentes restricciones y/o porque ir a la universidad no sale precisamente barato. Fue al dejar esta última y empezar a trabajar cuando pude devorar juegos como si no hubiese un mañana.
Mi primer contacto con Metal Gear (mando en mano) fue con Metal Gear Solid V: Phantom Pain (2015). No necesito jugar a todas las entregas para tener una opinión similar a un veterano: es una exquisitez hasta que deja de serlo. A pesar de eso, ya tenía un pie en la franquicia y otro en camino.
La aventura de Metal Gear Solid (1998) en 2023
Antes de comenzar, debéis saber que he conseguido llegar a 2024 sin comerme spoilers gordos de la saga Metal Gear. Lo más gordo que he visto es la paranoia de Psycho Mantis y una escena en la que Solid Snake (?) saluda a una tumba en un campo de flores... y aun así no tengo ni puñetera idea del contexto de esta última. Todos estos años que he evitado spoilers "por si acabo jugando" han dado sus frutos.
Empezar a jugar a Metal Gear Solid ya fue todo un desafío, porque la Master Collection que ha lanzado Konami tiene cuatro versiones del juego y en ninguna hay un cartelito que diga: "Si eres nuevo y no tienes ni puñetera idea, juega a este, tonto". Y el 90% de los veteranos tampoco ayudan al asumir que ya nacemos con esa información. Todo apunta a que la primera es la buena.
Seré sincero: lo primero que pensé al ver las cinemáticas y tomar el control de Solid Snake fue que se sentía rematadamente antiguo... aunque no en el mal sentido. Los colores, la iluminación y todo lo referente al apartado artístico me pareció muy agradable a la vista.
Mis primeros minutos de gameplay en el muelle de la base son un caos absoluto. Hacía tiempo que no me sentía tan inútil a la hora aprender en un videojuego. Tardé unos minutos en adaptarme a los controles y en superar el bloqueo mental que me provocaba pasar de una vista desde arriba a la primera persona. No quiero ni imaginar cómo os dejó a quienes jugasteis por primera vez en su lanzamiento.
El siguiente gran reto a superar fue aceptar que estaba en un videojuego de 1998 y que no puedo esperar hacer las florituras que se hacen en otros videojuegos actuales. Está suponiendo una especie de proceso de involución mental para adaptarme y ser eficiente según las reglas que pone Metal Gear Solid.
Mientras comenzaba la mentalización, me sorprendió mucho ver que los enemigos no solo funcionan con los conos de visión (del minimapa) y que pueden detectar el sonido de mis pisadas. ¡Incluso verlas en la nieve! "¿Qué...?, ¿De quién son estas huellas?", dijo un soldado en el nivel que hay justo antes de entrar a la base por un conducto del aire.
Otra cosa que me está gustando mucho son las llamadas por Codec. Soy fiel defensor de que los juegos deben medir muy bien la chapa que dan al jugador y Metal Gear Solid mete mucha al principio (no sé más adelante). No sé si son las voces en inglés y español, el diseño del Codec o todo a la vez; pero recibir una llamada me masajea mucho el cerebro.
Avanzar por la base no es complicado. Voy aprendiendo a pegarme a las paredes para esquivar cámaras de seguridad, controlando el uso de la primera persona para localizar mejor a los guardias y ojeando cada dos por tres el mini-mapa para adelantarme a la estructura de cada sala.
La cosa se me complica (mucho) después del encuentro en las celdas con Donald Anderson, jefe de DARPA, y una mujer pelirroja que sospecho volveré a ver en el futuro. Me encanta no saber quién es y que mi experiencia esté siendo de descubrimiento genuino. Tanto es así, que muero en el primer tiroteo contra los guardias porque mi instinto es pulsar L2 para apuntar y R2 para disparar. ¡Error!
Veo por primera vez a Psycho Mantis (en mi partida), como si fuese un augurio del tremendo cabreo que estoy a punto de tener. Ahora debo usar la tarjeta que me ha dado Anderson para avanzar y conseguir unos C4, que sirven para reventar unas paredes que se identifican por texturas diferentes y/o por el sonido al golpearlas. Aquí es donde entra una vez más el proceso de involución mental que os comentaba.
La mayoría de códigos, tarjetas y llaves en videojuegos actuales se utilizan automáticamente al interactuar con puertas, candados y otras cerraduras. ¡Ni hace falta memorizar las combinaciones! Resulta que en 1998 todavía había que utilizar el sentido común, pero me hizo falta 20 mins de vueltas, varias balas de pistola y una búsqueda en foros antiguos para ver la obviedad: debo equiparme la tarjeta para abrir las puertas de Nivel 1 bloqueadas. ¡Soy imbécil!
Mis últimos minutos en Metal Gear Solid fueron en la sala donde enfrentamos a Revolver Ocelot. ¡Qué pelea más absurda y simple, pero extrañamente divertida! No tiene misterio: su revólver tiene un tambor de 6 proyectiles, poca cadencia y hace rebotar balas. Decido que lo mejor es dispararle entre tiro y tiro, antes de que se oculte o se mueva. La palabra exacta para el encuentro es gratificante.
Y ahí me quedé con todas las ganas de seguir jugando. No he podido avanzar más porque ha caído en mis manos la clave de un juego que hacía mucho que esperaba y el análisis no se hace solo. Mis primeros pasos en Metal Gear Solid (1998) fueron muy divertidos e inspiradores en algunos aspectos. Tengo ganas de volver. ¡Espero que la Navidad me traiga el respiro que necesito para seguir jugando a esta joya!
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