Dudo que haya un juego que haya entendido mejor que Final Fantasy VII lo que significa abrazar los minijuegos como parte de la experiencia. Está claro que cualquier colección a lo Mario Party tiene su razón de ser en eso mismo y, en teoría, debería ganarle por goleada, pero creo que todos estaréis de acuerdo en que lo que se hizo en la aventura de Cloud y compañía está a otro nivel.
Mientras que en los party games el juego no se entendería sin esos minijuegos, en Final Fantasy VII -el original- los minijuegos podrían desaparecer y seguiría siendo un gran juego de excelentes mecánicas e historia. La diferencia es que, al deshacerse de ellos, también sería un juego mucho peor.
Final Fantasy VII: un soberbio uso de los minijuegos
Por alguna extraña razón Square Enix no supo valorar el potencial de lo que había conseguido y, con el paso de los años y la llegada de nuevas entregas, el uso de los minijuegos se fue diluyendo hasta caer en el saco en el que casi siempre acaban cayendo todos los demás.
Porque sí, minijuegos hay para aburrir en muchos juegos, desde los de ocio de GTA hasta ideas como abrir cerraduras en aventuras y títulos RPG, pero ninguno supo abrazarlos con la maestría que demostró el equipo de Final Fantasy VII. Y ojo, no hablo del buen recuerdo que puedas tener de recorrer en moto aquella autopista o pasar horas en Gold Saucer.
Aunque luego le seguirían una veintena más, para cuando llegas al citado momento de la moto, prácticamente en los primeros compases del juego si tenemos en cuenta hasta qué punto llega a crecer, Final Fantasy VII ya te ha arrojado en la cara hasta cinco minijuegos distintos.
El de salvar a Aeris escapando de los enemigos, el de abrir puertas en el Reactor 5 junto a Barret y Tifa, el de las sentadillas antes de visitar a Don Corneo, el de escalar el edificio Shinra y, ya en su interior, el de recorrer una zona con sigilo mientras le dices a tu equipo cuándo debe avanzar para evitar ser pillado por los guardias…
Por sus minijuegos lo recordarás
Y ese, en gran parte, es uno de los grandes secretos del éxito de Final Fantasy VII. Lejos de ceñirse a las reglas que hasta el momento habían marcado la estructura de un RPG, la aventura se propuso juguetear con la variedad de la misma forma que en un juego de acción te cuelan fases a bordo de un vehículo o disparando en gravedad cero.
Muchos de esos momentos se podrían obviar por completo o trasladarlos a una cinemática, pero aquí se decidió optar por dar el control al jugador de la forma más divertida posible, con simpáticos minijuegos de reglas simples y dificultad -casi siempre- accesible para que, mientras superamos ese trámite, podamos descansar de leer parrafadas de texto, explorar escenarios o luchar contra enemigos clónicos.
Ideas como la de la moto, el submarino, la bajada en snowboard o la defensa de Fuerte Cóndor no sólo ayudaron a hacer del juego una experiencia más diversa, también consiguieron que el juego permease más en la mente de los jugadores. De hecho, hasta en la propia contraportada del juego se celebraba uno de ellos como una parte más de la experiencia.
Y es que pese a ser añadidos que duraban escasos minutos, es difícil entender Final Fantasy VII sin acordarte, como mínimo, de algunos de ellos. Pese a que seguiríamos recordando su historia con cariño por haber impactado a toda una generación, muchas veces son sus minijuegos los que nos vienen a la cabeza al celebrar cuánto lo disfrutamos.
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