Pocos géneros me gustan más que la construcción de ciudades y pueblitos. Acumular materiales y reservas, hacer crecer la población, crear granjas y barracones, gestionar recursos, controlar la economía… Hay algo que me resulta inevitablemente atractivo en este estilo de juegos.
Sin embargo, hay un problema con ellos. A menudo me resulta tremendamente complicado arrastrar a otros a mi particular vicio. Suelen ser juegos complejos en los que estar atento a mil cosas y, aunque superado ese primer contacto es fácil terminar cayendo, alcanzar ese punto siempre es una cuesta hacia arriba bastante empinada. Puede que, precisamente por cómo cambia las tornas, me haya gustado tanto Discordia.
¿A quién no le gusta un Imperio Romano?
La idea detrás de Discordia no se aleja mucho de ese mismo concepto. Tienes un tablero en el que ir dando forma a un asentamiento en el que acumular trabajadores mientras expandes tu imperio a base de puertos, barracones de soldados, puestos comerciales y granjas.
Y no sólo eso, que sería lo básico, sino que también debes prepararte para el devenir de distintas estaciones del año, cumplir tratados, expandirte para obtener bonificaciones, crear un acueducto que te ayude a mantener a la población controlada y, el más difícil todavía, prepararte para las incursiones secretas de los germanos que pueden echar al traste tu estrategia cuando creías que ya la tenías controlada.
A cualquiera que no sea habitual o fanático de los juegos de mesa le sueltas esta parrafada y, después de mandarte a freír espárragos, te pide que le saques el Exploding Kittens o el Unánimo que es el que ellos controlan y están acostumbrados a disfrutar. Pero precisamente ahí radica la gracia de este Discordia.
En hacer fácil lo difícil, en crear rondas rápidas que resulten asequibles para cualquiera, y en convertir todas esas mecánicas en algo lo suficientemente simple para que nadie se pierda por el camino y, a su vez, también lo bastante profundo para que turno a turno empiecen a ver por sí solos y sin demasiadas explicaciones, dónde está el truco para terminar teniendo posibilidades de ganar.
El juego perfecto para juntar a novatos y expertos
La gracia está en el método mediante el que se establecen todas esas opciones. Tres dados de colores capaces de aterrizar, con la ayuda del tablero y unas fichas tan llamativas como autoexplicativas, una serie de alternativas en cada turno que se pillan al vuelo.
La idea es que en cada turno haya alguien en posesión de esos tres dados y que, una vez lanzados, este jugador se quede para sí el que más le convenga, o el que más pueda fastidiar al resto, dejando los otros dos a merced del resto de jugadores para que elijan el valor y color que más pueden ayudarles a avanzar.
El objetivo es quedarse sin trabajadores en la mano, así que todo lo que hagas, desde crear edificios hasta hacer frente a las tropas enemigas o dar forma a tu acueducto, servirán para que al terminar cada turno tengas que robar el mínimo posible de ellos o, si has jugado bien tus dados, que incluso puedas coger los que tienes en ese momento y devolver parte de ellos a la bolsa.
Jugando con el azar de forma magistral, desde el lanzamiento de dados y su elección hasta los eventos de ataque o los edificios que hay disponibles, Discordia es uno de esos juegos en los que el ganador difícilmente puede darse por sentado tan pronto empieza la partida, pero lejos de convertirse en una experiencia frustrante porque no consigues el dado adecuado para materializar tu próximo paso, la inmensa variedad de opciones que tienes a tu disposición será más que suficiente para que tengas la sensación de estar siempre avanzando hacia tu objetivo.
Discordia
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