Enciendes el PC, la consola o te pones a mirar la estantería repleta de juegos y la pregunta se repite: ¿A qué voy a jugar ahora? Aunque pueda parecer una tontería, es una decisión realmente importante, porque llega un momento en la vida en el que no te fijas tanto en el título de los videojuegos, sino en el tiempo que se tarda en completarlos en Howlongtobeat.
Desde septiembre de 2016, casi 8 años, he completado 284 títulos. Nunca he jugado tanto en mi vida como hasta ahora, aunque con el factor clave de que en mi caso me dedico al periodismo de videojuegos. Mi capacidad de elección es, en ocasiones, limitada al análisis de turno que se me ponga delante, por lo que no siempre puedo lanzarme a un enorme mundo abierto como el de Red Dead Redemption 2.
Sin embargo, la ilusión por vivir esa aventura sigue presente en mi cabeza, pero ahora está luchando contra los horarios de ser un adulto. Con 30 años a mis espaldas, ya tengo claro que las épocas donde el ocio ocupaba una parte importante de mi vida han quedado atrás. Siempre intento rascarle horas al día y ni así conseguiré igualar la absurda cantidad de tiempo que podía dedicar a un videojuego siendo un crío o un adolescente.
A veces pienso en la película Click de Adam Sandler, en la que el protagonista puede pausar el tiempo utilizando un mando a distancia. Quiero descubrir por qué la saga Persona apasiona tanto, cómo Final Fantasy ha influido por completo en los JRPG o probar suerte en géneros que me son tan ajenos como la estrategia, pero ese dichoso mando no existe. Y no existirá, por lo que me toca adecuarme al contexto de que la rutina del trabajo y las obligaciones diarias dejan muy poco respiro.
Ahora mismo me encuentro jugando a Horizon Forbidden West y Baldur's Gate 3, dos auténtico suicidios en cuestión del tiempo que debo invertir para superarlos. Si lo quisiese hacer todo, como antaño, me iría por encima de las 200 horas para únicamente sumar dos videojuegos más a la lista. Sumo 86 trofeos Platino en PlayStation, 26 desde que comencé a trabajar y 7 en los últimos dos años. Me encanta ver aparecer el icono en la pantalla de que, de alguna forma, certifica que el trabajo se ha cumplido, pero también he tenido que renunciar a este capricho.
Como no puede ser de otra forma, me debato entre zambullirme en los juegos largos o en los cortos, hallando felicidad en todos. The Forgotten City es una maravilla de apenas 6 horas y Final Fantasy VII Rebirth es un AAA descomunal que me ha enganchado durante más de 80 horas. Es aquí cuando surge una opinión generalizada que entiendo, pero mi reclamación se dirige hacia otro sentido.
"Los juegos son cada vez más largos, ojalá durasen menos". Está claro que Epic Games o Electronic Arts quieren mantenernos pendientes del Fortnite o FIFA de turno constantemente y que el modelo Ubisoft con iconos poblando el mapa no parece el más atractivo. Con todo, creo que existirían pocas quejas si jugásemos a The Witcher 3 durante 150 horas teniendo 16 años. No he realizado los cálculos, pero dudo mucho que el tiempo medio para superar un videojuego haya cambiado drásticamente en los últimos 20 años.
El MMORPG sigue siendo infinito, el RPG de turno continúa teniendo misiones secundarias hasta en la sopa y el indie todavía apuesta por una experiencia más cerrada. Hay opciones para todos los tiempos disponibles: A Short Hike, Journey, Portal, Unpacking o Signalis son títulos de una calidad excelsa que te duran dos tardes, sino menos. ¿Y cuál es el problema de abordar el megaproyecto que se postula como candidato a GOTY? El resto de lanzamientos, donde sí que se ha incrementado notablemente la oferta.
Y es que existe un FOMO (Fear of Missing Out, miedo a estar ausente) inevitable para algunos usuarios, pues parece imprescindible jugar a cada videojuego en el momento en el que se lanza. Lo entiendo, es muy satisfactorio sentirte parte de la comunidad, vivir la conversación y compartir impresiones en los días posteriores a la llegada de ese juego. A pesar de ello, The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom no perderá ni un gramo de calidad por jugarlo en 2034. A su vez, hay que tener en cuenta el factor de la disputa por nuestro tiempo de ocio, una guerra corporativa muy presente en el siglo XXI.
¿Leo el nuevo libro del Cosmere, disfruto de la nueva temporada de The Boys en Amazon Prime Video o apuesto por la epopeya espacial de Starfield? Cada decisión tiene un coste, cada camino que tomamos significa renunciar a otro, aunque sea temporalmente. Porque combinarlo todo a la vez es francamente difícil, así que lo mejor que he hecho es intentar tomármelo con pragmatismo. De acuerdo, tengo menos tiempo que en el instituto o en la carrera, eso no va a cambiar durante muchos años, por lo que me toca intentar jugar en este nuevo tablero.
Y ni así me libro de las dudas sobre qué aventura iniciar y de las conjuras contra lo establecido que me impide disfrutar sin medida de mi hobby. Que haya menos micropagos, DLC y formas absurdamente basadas en lo económico de alargar la vida de los videojuegos es triste y no dejará de parecerme mal que una empresa lo practique. Con todo, quiero que sigan existiendo juegos largos, porque con ellos también me lo paso fenomenal, aunque pueda visitar con menos frecuencia sus universos. Sobra decir que el término "rejugar" ya forma parte del pasado, pues ese sí que es un lujazo al alcance de muy pocos.
Ojalá no fuese así el tablero de la vida, porque es el que nos afecta realmente a todos y tiene consecuencias mucho peores que no poder pasarme Hogwarts: Legacy. Al final, esta es una pataleta, pero es nuestra pataleta, porque si seguimos aquí después de tantísimo tiempo es porque hay algo en los videojuegos que nos llama para seguir jugando, independientemente de la edad que tengamos.
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