Los videojuegos son muy caros. Esta es la primera frase que acude a la boca de cualquiera siempre que se habla del tema: el altísimo coste de los mismos en comparación con otras obras audiovisuales, como el cine o la música (cuyo precio, por otra parte, también nos suele parecer abusivo)
Sin embargo, no estoy del todo de acuerdo con esta afirmación. Puede que un juego, recién salido al mercado, tenga un precio elevado, pero siempre hay que tener en cuenta los factores que lo provocan.
El más fundamental de todos ellos es el reducido circuito de explotación de un videojuego, en comparación con la película o el cantante de turno. Esto es lo que encarece el producto final y, por mucho que nos pese, es algo difícil de cambiar.
Un videojuego complejo, del estilo de ‘Final Fantasy’, puede proporcionarnos cientos de horas de entretenimiento frente a las dos que nos proporciona de media una película. Y ya no se trata solo del “precio por hora”, una medida de andar por casa bastante util para saber si nos compensa gastar el dinero en un videojuego, sino del elevado coste de producción que tienen estas obras y que muchas veces no se ve.
Pensemos, por tanto, no en el precio que tiene un juego, sino en el circuito de explotación del que disfruta, comparado con otras obras audiovisuales. Una película de éxito tiene al menos dos fuentes de recaudación principales: su estreno en cines y su salida en DVD / Blu-ray, a lo largo de los primeros dos años de vida.
A partir de ahi empieza la explotación comercial con su emisión en televisiones de todo el mundo y, al menos durante unos cinco años después de su estreno, el circuito de alquiler en videoclubs. Eso por no hablar de los reestrenos, reediciones, ediciones especiales y montajes del director, con los que se exprime al máximo una cinta de éxito (lo que en videojuegos equivaldría a un título AAA).
La música, por otra parte, cuenta todavía con un circuito de explotación aún más amplio. Aparte de ser infinitamente más barata de producir (no cuesta lo mismo grabar un álbum musical que una película) puede financiarse con las propias ventas del disco, los conciertos, la difusión comercial a través de las emisoras de radiofórmula y su uso (pagado claro está) en producciones audiovisuales, spots de televisión o incluso politonos para móvil.
A todo esto hay que sumar que la “vida” por así decirlo de un tema musical, si este tiene éxito, es muy larga, y seguirá escuchándose e interpretándose habitualmente diez y veinte años después, algo que pocas veces ocurre con las películas (a no ser casos excepcionales de “reestrenos”) y ni mucho menos con los videojuegos, a los que a los diez años de su salida al mercado ya se los considera “abandonware” (lo cual no quiere decir que puedan descargarse gratuitamente, sino que poca gente se acuerda de ellos pasado ese tiempo).
Así pues, si sumamos a todo esto el hecho de que los videojuegos envejecen peor, y tienen un circuito de explotación más reducido, es comprensible que, al tener que provenir casi el total de sus beneficios de la venta directa al público de los mismos, su coste sea más elevado que el de otras producciones. En el pasado existía otra importante fuente de ingresos en las salas recreativas, pero este tipo de espacios cada vez se ven más mermados, a pesar de que algunos los echamos de menos.
Y por último, hay que destacar que el precio de los videojuegos disminuye sensiblemente rápido en los meses posteriores a su puesta a la venta, pudiendo encontrar un juego con menos de un año a la mitad de su precio de lanzamiento, algo que no ocurre (o al menos no con tanta velocidad) con otros productos.
Entonces, en conclusión ¿son caros los videojuegos? No. O al menos, no en comparación al precio de la música o las peliculas. Pero el discutir si todo el sector audiovisual tiene un precio demasiado alto no es el objetivo de esta reflexión. Y de todas formas recordad que, comprando con cabeza, los videojuegos siguen siendo uno de los entretenimientos más económicos.
Imagen | Fotografía de Jacobeo en Flickr
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