Muere un trocito de mi alma cada vez que juego esta misión y ya he perdido unos cuantos en los ocho años que llevo rejugándola

Muere un trocito de mi alma cada vez que juego esta misión y ya he perdido unos cuantos en los ocho años que llevo rejugándola

Hace años que los FPS cambiaron las buenas historias por battle royales, modos de extracción y skins estrafalarias

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  • Aviso: spoilers de Battlefield 1

Cualquier ocasión es buena para volver a Battlefield 1. El pasado 21 de octubre cumplió ocho años, así que obviamente he vuelto a revivir algunas de las historias de su modo compaña. He vuelto por mucho menos. Barro y Sangre, Avanti Savoia y El Mensajero. No ha sido una elección aleatoria. Son aquellas que me han hecho llorar en más de una ocasión.

Admito que luché muy fuerte por contener la emoción en Barro y Sangre y El Mensajero, pero Avanti Savoia es superior a mí. No concibo que nadie que tenga un hermano (primo o amigo que sea como tal) acabe esta misión sin sentir al menos un nudo en el pecho. Es una historia desgarradora y su poder aumenta cuando eres consciente de que nuestra historia oculta muchas así.

Avanti Savoia de Battlefield 1: absoluta desesperanza

"Ya es hora de que sepas lo que le ocurrió", dice el protagonista de la historia a su hija. "Fue durante nuestra última batalla juntos... Solo un par de días después de cumplir 21 años. El batallón de mi hermano tenía órdenes de capturar un fuerte en territorio enemigo", continúa introduciendo la historia.

"Yo no iba con él. Era parte de una unidad especial con una misión diferente. Nos ordenaron apoyar al batallón de Matteo. Éramos una unidad orgullosa. Fuimos decisivos para Italia. Los Arditi", relata a la joven mientras suena el tema principal de Battlefield 1 y ves cómo su yo del pasado se pone una armadura de metal y carga con una ametralladora pesada.

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La misión es claustrofóbica y agónica desde el minuto uno. Avanzas por la base del Monte Grappa con una armadura y ametralladora cuya precisión no es la mejor. El primer asalto tiene lugar en una iglesia y solo es la introducción del calvario que está por llegar: ascender por la montaña. Estás en total desventaja: eres lento, pesado e impreciso, y encima estás en total desventaja debido a la altura.

Subir es imperativo, ya que hay un cañón de artillería que amenaza al batallón de Matteo y el posible fuerte conquistado. La lucha en los caminos de montaña es intensa y los lanzallamas alemanes no ayudan lo más mínimo. Porque puedes resistir bastantes balas, pero el fuego te destroza en pocos segundos. Y claro, los enemigos siempre tienen la ventaja del terreno. Por no hablar de cuando te los encuentras en las trincheras.

Llegar hasta los búnkeres de la cumbre es un alivio, pero la cosa solo empeora. Los enemigos están bien fortificados. Suerte que la armadura pasa de ser un inconveniente a una ventaja cuando entras en el búnker que alberga la artillería y toda la munición. Reventarlo es una alegría, pero solo es el primer paso: ahora toca las posiciones antiaéreas. Ahí reside el verdadero dolor de cabeza.

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Era yo contra un escuadrón de bombarderos enemigos, tenía que derribarlos. No teníamos refuerzos. Si esos hombres morían, se frenaría por completo nuestro avance. Y yo habría perdido a Matteo.

Llegar hasta los cañones antiaéreos y eliminar a los enemigos no es el desafío, sino utilizar dichos cañones para derribar a las decenas de cazas y bombarderos que amenazan el fuerte que está atacando el batallón de Matteo. Tienes que defender ambas posiciones en solitario. Los enemigos no son tontos y pronto los cazas convierten tu posición en el infierno en la tierra.

Tras los primeros derribos, empezaron a apuntarme. Pero tenía que defender a Matteo. Tenía que aguantar. [...] Entonces, los aviones viraron bruscamente.

Los aviones enemigos se cansan de ser derribados y bombardean una de las laderas para provocar un derrumbe titánico. No hay antiaréreo que pueda combatir contra eso. Y para colmo, un avión se estrella en mi posición y su explosión lo destroza todo, incluida una armadura que lleva recibiendo proyectiles de aviones desde hace rato.

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Cuando me levanté... pensé que había muerto y que estaba en el infierno. Volaron la montaña. Nos enterraron. Y se enterraron ellos. Tenía que encontrarlo [a Matteo]. Así que bajé a aquel infierno.

A poco que empatices con el personaje, la misión se vuelve todavía más agobiante. Se podría decir que bajar hasta la fortaleza fue fácil, pero ni de lejos... especialmente sin armadura, en solitario y con una niebla de narices. Enemigos y aliados peleando entre sí, mientras los gritos desesperados de sus compañeros enterrados sirven de fondo para el ruido de los disparos.

El caos de la misión es monumental. No hay un frente claro. Cualquier dirección es buena para encontrar un aliado o enemigo. El campo de batalla se ha convertido en un patatal del infierno debido al derrumbe y los bombardeos, y los combates en interiores no son un consuelo. Los búnkeres están llenos de supevivientes, soldados que se han refugiado para matarse entre sí con las pocas balas que les quedan, bayonetas o cualquier cosa contundente para matar.

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Llegar hasta el fuerte es una pesadilla, pero nada comparado con lo que espera dentro. Los pasillos y las habitaciones pequeñas son paredones de fusilamiento para cualquiera con un arma automática. Consigo hacerme con una y no escatimo en balas. También consigo una escopeta. El combate en el patio principal es sanguinario e inhumano. Muertos aliados y enemigos tirados por doquier, como muñecos de trapo esparcidos tras descarrilar un camión de juguetes. Soldados de plástico caídos en una guerra absurda.

Sigo recordando lo que vi... Todos los días. Estaba a punto de dejar de buscar... deseando que Matteo hubiese escapado, y entonces... Él nunca se hizo mayor. Y aquí sigo yo, aún. ¿Quién decide esas cosas? Buon compleanno, Matteo.

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