La serie de libros ‘1001…’ ya se había convertido en una excelente referencia de consulta para los aficionados a la literatura, el cine o la música. En 2010 se publicó en inglés el tomo dedicado a los videojuegos, todo un merecido reconocimiento para un arte que, aún siendo todavía joven, ha producido en su seno un buen puñado de obras imprescindibles.
La titánica labor recopilatoria que guardan en su interior las casi mil páginas de ‘1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir’ sólo podía salir desde las entrañas de Edge. La admirada revista ha demostrado siempre un respeto sumo por lo que se ha denominado la Videogame Culture. Un respeto que se ha reflejado, número tras número, en textos de calidad, en análisis inteligentes. Edge siempre ha tratado al lector de videojuegos como un adulto y a este medio como algo serio con capacidad de trascendencia.
‘1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir’, autoría
Tony Mott, redactor jefe de Edge y principal artífice de este libro imprescindible, no está solo. Más de treinta colaboradores de impresionante curriculum se encargan de poner su experiencia a la hora de redactar los textos. Y aquí es donde encuentro el único pero a esta edición, ya que creo que la traducción al español no está a la altura del proyecto. Espero que se realicen revisiones en este aspecto en las sucesivas actualizaciones que lleguen al mercado.
Si insigne es el equipo de redacción, el prefacio no le queda a la zaga, con un Peter Molineux haciendo lo que mejor sabe hacer, hablar muy bien de sí mismo. El famoso desarrollador se las apaña para colar, entre las palabras de admiración por la obra, su jugosa biografía. Como se suele decir en estos casos, genio y figura hasta la sepultura.
Estructura, maquetación y aleatoriedad
La estructura del libro es la de siempre en esta serie. De forma cronológica y separados por décadas se reseñan los títulos elegidos, estando los textos precedidos por el nombre, el año, la plataforma, el desarrollador y el género del juego en cuestión.
Las fotos, el tamaño de estas y la cantidad de espacio dedicado a cada videojuego, al contrario que en otras referencias de ’1001…’, parecen elegidos un poco al azar, lo que desconcierta especialmente en algunos momentos puntuales (¿Doble página para un título como ‘Army of Two’, que tal vez ni siquiera tendría que estar entre los elegidos, y ninguna imagen y menos de la mitad de espacio para ‘Super Castlevania IV’? Ejem). El cierre lo ocupan el habitual índice de colaboradores y, en este caso particular, de desarrolladores.
Contenido. Bienvenidos a cuarenta años de sensaciones interactivas
Tal vez la presencia de tantos títulos ponga en evidencia el poco tiempo que llevan entre nosotros los videojuegos. Hay muchos que pueden resultar cuestionables, resultando así más fiables las listas de 100 imprescindibles que pululan por la red (o de forma física, como la selección que editó la propia revista Edge hace unos años). Aún así el valor y la relevancia de este libro son incuestionables.
El carácter cronológico de la recopilación convierte ’1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir’ en un excelente repaso de lo que ha dado de sí esta industria hasta ahora. Se hace visible la evolución del medio, y en verdad resulta impresionante la presencia de obras maestras atemporales en cada una de las décadas reseñadas.
Resulta curioso igualmente que encontrar maravillosas creaciones de tono minimalista tanto al principio como al final de la obra. El pixel, la (a veces sólo aparente) sencillez como algo impuesto por los límites de la tecnología en los 70, 80 y primeros 90, y la vuelta a esos parámetros en pleno siglo XXI por voluntad propia gracias a la proliferación de pequeñas desarrolladoras y del contenido descargable.
Conclusiones. Un alto en el camino
Han pasado cuarenta años desde que los videojuegos empezaron su andadura como industria, y han sido cuarenta años de experiencias únicas, de sensaciones imposibles de imaginar sin el elemento interactivo. Un nuevo lenguaje, una nueva forma de contar historias, un nuevo camino para divertirse, para aprender, para emocionarse. El presente libro recorre de forma eficiente ese camino.
Una de las portadas inglesas de ’1001 videojuegos a los que hay que jugar antes de morir’ tiene a Pacman en su portada, pero prefiero la elección realizada para la edición española. El extraterrestre de ‘Space invaders’ es igualmente un icono, pero su diseño a base de visibles pixeles refleja a la perfección la brillante creatividad de la que son capaces los videojuegos. Continuamos caminando.
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