Como hermano mayor, tradicionalmente he sido el Player 1 en los videojuegos. Tanto para aquellos que jugábamos a vidas como en los que da igual quién jugase con el mando uno, como los juegos de lucha o de deportes. No se trataba de algo relacionado con la edad, sino más bien una especie de pacto ni escrito ni hablado. Él Luigi y yo Mario. A fin de cuentas, ¿Qué diferencia hay?
La realidad es que ya desde las dos secuelas de Super Mario Bros. (tanto la japonesa y la occidental) se buscaba ofrecer al jugador una experiencia diferente a través de Luigi, destacando el incremento de dificultad que tenía lugar en el SMB 2 nipón: los niveles eran los mismos, sí, pero nuestro héroe patinaba y saltaba más que la superestrella nintendera. Un par de características que fueron recuperadas en New Super Luigi U o Mario Galaxy, entre otros.
Si hacemos una analogía musical, casi se podría decir que Luigi es el rey de las Caras B de las experiencias plataformeras protagonizadas por Mario, pero hay una cosa que Nintendo no tardó en comprender: si bien el bigote más famoso de los videojuegos se ha llevado más besos en la mejilla, su hermano puede presumir de algo todavía más valioso: un carácter que lo hace más humano, más vulnerable, y más interesante.
Por eso, sus heroicidades son tan importantes: Luigi no quiere problemas. Es más, preferiría evitarlos. Sin embargo, eso no significa que necesite ayuda, aunque tampoco la rechaza. Y tampoco está dispuesto a dejar atrás a los suyos.
Una actitud que Nintendo ha pulido sin prisa pero buena letra en sagas como Luigi’s Mansion o los RPGs de Mario & Luigi, y que ha sido sutilmente mostrado en cada alocado y colorido spin-off nintendero, arropándose en la tan distintiva voz que Charles Martinet le presta, y que ha derivado en enormes joyas del calibre de Luigi’s Mansion 3.
Erase una vez, un cazafantasmas de piernas tiritonas
La tercera gran encerrona que la Gran N le tendió al pobre Luigi quizás no cuenta el mismo impacto mediático de los superventas de Activision, Electronic Arts o la propia Nintendo, pero es capaz de ofrecer experiencias inolvidables que solo pueden ser recomendadas.
Una bulliciosa comedia con alma, y muestra de lo que es heroicidad con las piernas temblonas. Pero también diversión en estado puro. Para los jugadores y los espectadores (y testigos) de las descacharrantes desgracias del más alto de los hermanos Mario.
Desde el lanzamiento de Luigi’s Mansion 3, mi hermano y yo hemos sido el Player 2, el uno del otro, de un personaje que cada vez se merece más ser jugado desde el mando uno. Hemos recuperado aquella otra norma, tampoco discutida, de jugar a fases (o plantas, más bien) y a vidas, pasando el mando o tomando el control de Gomiluigi.
Y, ya entrados ambos en los 30, lo hemos vuelto a pasar como niños. Sensaciones que parecían casi olvidadas, pese las incontables aventuras en Fortnite, deliciosas victorias en Overwatch y los siempre sensacionales piques a Street Fighter o cualquier otro juego de lucha.
¿Qué tiene Luigi's Mansion 3 de especial? Bueno, está el hecho de maravillarnos con cada pequeño detalle de los fascinantes y variadísimos escenarios, descubriendo cada secreto, puzle y punto débil de los grandes jefazos.
Siendo cómplices de provocar cada mueca y susto de un pobre Luigi que no gana para disgustos, pero que tampoco se rinde. Como el Coyote de los Looney Tunes.
Nos centramos demasiado en mejorar fórmulas de éxito, pero también necesitamos nuevos juegos
Luigi’s Mansion 3 es un juego para todo el mundo. Tanto su diseño como su historia están pensados para que cualquiera pueda disfrutarlo. Y, sin embargo, su propuesta de juego es realmente singular. Se podría decir que es -como las dos entregas anteriores- una suerte de Survival Horror a lo Nintendo, dadas las zonas comunes con el género, pero en la práctica es algo distinto.
Lo que hace diferente a la Gran N de otras compañías -no de todas- es su capacidad de asumir riesgos. Aparentemente, sin las inseguridades Luigi. Innovar con proyectos que dan un nuevo giro a lo que ya conocemos como Nintendo Labo, reinventar sus sagas más aclamadas en cada entrega, como ocurre con The Legend of Zelda; e incluso atreverse a ir en direcciones insólitas, como el misterioso Pokémon Sleep.
Sin embargo, si vemos la muy diferente trayectoria de la propia Nintendo en móviles o el indiscutible éxito comercial de sagas asentadas como FIFA, con sus 10 millones de jugadores en tiempo récord, o Call of Duty, cuyo reciente Modern Warfare hizo nada menos que 600 millones de dólares en tres días, toca pensar si queremos que la pasión y el esfuerzo de los desarrolladores merece ir íntegramente a mejorar lo que ya conocemos o en nuevas direcciones.
Quizás sea demasiado temprano para hablar de Pokémon Espada y Escudo, desde luego, pero si Game Freak se limita a mejorar un poquito lo de siempre a la larga acabará jugando en su contra. A corto plazo, muy posiblemente no.
No digo que lo de siempre esté mal. Todo lo contrario. Dejo constancia, por enésima vez, de lo mucho que disfruto, solo y con mi hermano, de FIFA. Y admito que me fascina perderme en los cada vez más ambiciosos mundos abiertos, disfrutar de su realismo- o no- y alternar entre sus aventuras y la posibilidad de perderme. De hecho, tampoco es que necesite que Street Fighter sea reinventado desde cero.
A lo que me refiero es que cada vez hay menos golpes sobre la mesa, como el que dio Super Smash Bros. cuando todo el mundo pretendía ofrecer lo mismo -o algo mejor- que el juego de lucha Capcom.
La diversión no entiende de cifras, ni de notas, ni de premios
Cuando se creó Apple Arcade, la idea de base era explorar y experimentar con experiencias que normalmente no cuajarían -al menos comercialmente- entre el gran público. Dar un casi impagable protagonismo y visibilidad a propuestas que poco tienen que hacer contra los titanes de la industria y las grandes sagas.
Hacer que esos actos de valor que hacen los desarrolladores, convencidos de su propósito aunque con las piernas tiritonas, tengan su propia oportunidad de brillar.
Y lo mismo se podría decir de Death Stranding. O la primera versión de No Man’s Sky. Propuestas que buscan ofrecer nuevas sensaciones y que se exponen a no gustar a un público que mira cada vez más lo que se dice Metacritic antes de opinar. Una prueba evidente de que tenemos un problema.
Así, y como ya adelantó Rubén en nuestro análisis de Luigi’s Mansion 3, las no-tan-terroríficas aventuras de nuestro héroe de gorra verde difícilmente pueden competir con lo mejor de un 2019 que nos ha regalado juegos como Sekiro:Shadows Die Twice, secuelas tan potentes como la de Kingdom Hearts III e incluso remakes de lujo como el de Zelda: Link's Awakening o Resident Evil.
Con dos imprescindibles entregas anteriormente publicadas, Luigi's Mansion 3 no puede considerarse un salto de fé. Sin embargo, Luigi es el ejemplo perfecto de que merece la pena salir de la zona de confort. Una clase de heroicidad que Nintendo no ha olvidado y el contrapunto perfecto de lo que, poco a poco, se está viviendo en la industria de los videojuegos.
Porque si hay un héroe que demuestra que es posible dejar atrás las inseguridades para explorar nuevas formas de diversión, ese es Luigi. Que no todo va sobre mando uno y mando dos.
Que es posible marcar las diferencias con un extra de pasión (como saltar un poquito más de lo esperado). Y Luigi no está solo: ahí están los creadores de Cuphead, Jonathan Blow, el creador de Braid y The Witness; y tantos otros.
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