Hoy, 12 de junio, se cumple un mes exacto desde que se puso a la venta The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, uno de los juegos mejor valorados de los últimos años y de los más exitosos en las tiendas, dado que en cuestión de unos días ya estaba presumiendo de sus más de 10 millones de unidades vendidas en todo el mundo. Unos detalles que no hace más que resaltar la expectación que ha ido generando desde el primer día que fue anunciado.
A lo largo de este mes más de uno habréis pasado decenas de horas delante de vuestra Nintendo Switch disfrutando de esta épica aventura. Habréis combatido contra enemigos de toda clase, resuelto los completos puzles de algunos Santuarios o tal vez os hayáis atrevido a adentraros en las profundidades del subsuelo, pero ha habido un tema que ha permanecido tabú durante estas semanas: su final.
El motivo es muy simple. Los spoilers no son nunca agradables, aunque haya gente que le dé igual comerse alguno, pero lo cierto es que en un juegazo de la talla de este Zelda hay que andarse con mucho ojo para no enterarse más de la cuenta de ciertos detalles. Eso fue algo que yo mismo recalqué por activa y por pasiva a la hora de hablar de según qué cosas en su respectivo análisis precisamente para no estropear ninguna sorpresa.
Aun así, ahora que ha pasado un mes, ya va siendo hora de hablar sin tapujos de lo sobresaliente que es toda la parte final de The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom. Eso sí, aunque es más que obvio, estáis advertidos de que todo lo que leeréis debajo de estas líneas estará bien repleto de spoilers, por lo que lo suyo es que dejéis de leer si no os habéis pasado el juego todavía.
Reuniendo a los sabios para combatir contra el mal
Se podría decir que la recta final de la aventura comienza en el momento en el que consigues devolver a la normalidad las cuatro zonas principales y logras el poder de Tureli, Yunobo, Sidon y Riju. Hasta entonces, algunos de los habitantes de Hyrule han estado contando que se han encontrado con la Princesa Zelda, aunque esta no parecía la misma en absoluto, lo que ya deja entrever que aquí hay algo que huele muy mal.
Es entonces cuando Prunia encarga a Link la misión de acudir al Castillo de Hyrule porque parece que Zelda se encuentra allí. Tras recorrer pasillos, combatir contra hordas de enemigos y esquivar la desagradable corrupción, llega el momento de la batalla y es cuando se destapa el pastel: esa Zelda en realidad era falsa y era tan solo una marioneta controlada por el propio Ganondorf. ¡Oh, sorpresa! Qué inesperado…
Bromas aparte, aquí es cuando se puede presenciar uno de los momentos más bestiales de toda la aventura, que es cuando los cuatro sabios aparecen de la nada dispuestos a ayudar a Link a combatir a las versiones fantasmales de Ganondorf. Una vez derrotadas, el propio Ganondorf, con su forma un tanto demacrada, aparece en escena para recordar al grupo de protagonistas que está dispuesto a arrasar con todo Hyrule en cuanto recupere su poder, pero el mensaje lo lanza mientras aparece como un espíritu con un tamaño gigantesco.
Sin duda este momento es muy impactante, porque gracias a la ambientación, el soberbio doblaje y la iluminación, Ganondorf impone bastante. De todos modos, el grupo de protagonistas no piensa dejarle que se salga con la suya.
El momento de recuperar la Espada Maestra
Puede que a estas alturas, después de superar la sección del Castillo de Hyrule, alguno ya tuviese en su poder la Espada Maestra. Como el juego permite que cada uno avance al ritmo que quiera, el arma más poderosa de Link es posible conseguirla en cualquier momento, incluso antes de superar cualquiera de los templos mencionados anteriormente.
Para ello se puede recurrir al método de recolectar todos los recuerdos con las Lágrimas de Dragón, salvar al Árbol Deku en el Gran Bosque de Hyrule o directamente esperar a la batalla final. No obstante, la primera opción es la más alucinante de todas, porque gracias a los recuerdos es cuando te das cuenta de que el misterioso dragón blanco que aparecía al principio del juego no es otro que la Princesa Zelda que se ha transformado en esta imponente criatura.
Esta sí que es una gran revelación y probablemente la más grande de todo el juego, aunque es algo que se puede intuir por ciertos recuerdos, como por ejemplo en el que Mineru le cuenta a Zelda la leyenda de que aquel que se trague una Piedra Secreta vivirá eternamente a costa de perder su esencia. A pesar de todo, con tal de imbuir la Espada Maestra de poder sagrado y devolverla a su estado normal, Zelda no duda ni un instante en tragarse su propia piedra para la espada se recupere durante miles de años hasta que Link se haga con ella en el presente.
Es entonces, cuando te subes a su lomo y te encuentras con la espada, cuando se produce otro de esos momentos por los que resulta imposible apartar la vista de la pantalla, por cómo Link intenta extraer la poderosa arma del cabello de Zelda en su forma dragón. Ya no solo por la propia secuencia en sí, sino también por la banda sonora y el recuerdo que aparece después.
La apoteósica batalla definitiva
Tras conseguir la Espada Maestra y a Mineru como la quinta sabia, habiendo superado previamente una buena cantidad de misiones para ello, llega el momento de la verdad y el que personalmente se ha convertido en uno de mis favoritos de todos los videojuegos a los que he jugado en toda mi vida.
Para empezar, por cómo vuelves al lugar donde empezó todo, con los murales donde te explican todo lo que ha ocurrido en el pasado. Sobre todo porque algunos de ellos permanecían ocultos detrás de unas piedras que solo se pueden romper cuando acudes a esta zona por segunda vez, algo que tiene todo el sentido porque de haberlos visto de primeras te habrían destripado todo el argumento.
En cualquier caso, tras un profundo viaje por el subsuelo repleto de peligros, arranca la batalla final con un auténtico temazo que he perdido la cuenta de las veces que lo he podido escuchar. Me refiero a la melodía que suena cuando aparece el ejército de Ganondorf formado por varias hordas de enemigos a las que hay que derrotar, que ya solo por esta música y por lo que representa ya es una pasada, pero gana más puntos todavía cuando de nuevo el grupo de los sabios acude por sorpresa a ayudar a Link.
Y es que no me digáis que la siguiente captura no es para enmarcarla bien grande por lo épica que es.
Es más, hay que reconocer que esta parte final no para de mejorar más todavía a medida que va avanzando, porque al vencer a las hordas de enemigos es cuando aparecen todos los jefes finales con ganas de revancha. De primeras te quedas ojiplático pensando que te tienes que partir la cara contra todos ellos al mismo tiempo, aunque ahí se utiliza un recurso muy común de algunos videojuegos, series, películas, etc., cuando tus aliados te dicen que sigas adelante mientras ellos se quedan atrás luchando. Que sí, que esta situación es un recurso muy utilizado, pero no por eso deja de ser bestial.
A partir de ahí, cuando comienza el enfrentamiento contra Ganondorf es cuando se reafirma lo excelente villano que es, por cómo impone su simple presencia. Por supuesto el doblaje de Alfonso Vallés en castellano hace que resulte más llamativo todavía y la pelea en sí me pareció muy desafiante porque pone a prueba la habilidad de uno mismo a los mandos, dado que no te queda más remedio que aprender a esquivar los golpes si quieres derrotarlo.
La primera fase es más o menos asequible, pero cuando se transforma en demonio pasas de decir, "jejeje te vas a enterar, ahora sí que viene lo bueno" a "¿pero qué me estás contando?" cuando ves que su barra de vida no para de crecer hasta el punto de que parece que se va a salir por un lado de la pantalla. Y la verdad es que me costó unos pocos intentos derrotarle, porque no llevaba demasiados corazones y la mayoría los tenía corruptos. Menos mal que antes de la batalla puedes usar Artilugios Zonnan como la cacerola portátil para cocinarte algo con solirios, porque sino me veía que las iba a pasar canutas al no poder viajar fuera del subsuelo…
Aunque sufrí de lo lindo para vencerle, también he de decir que de nuevo la banda sonora me pareció sublime con esa versión renovada de la música de The Legend of Zelda: Breath of the Wild cuando te enfrentabas a la Ira de Ganon. Incluso aprovecho la ocasión para hacer hincapié en lo poco que se habla de lo magistral que es la banda sonora compuesta por Manaka Kataoka, Maasa Miyoshi, Masato Ohashi y Tsukasa Usui.
Volviendo a la batalla en sí, cuando parece que ya ha acabado todo y ves que Ganondorf no se rinde y se traga su Piedra Secreta, no pude evitar decir "¡no puede ser!" porque eso no lo vi venir en absoluto que iba a ser capaz de transformarse en un dragón. De primeras hasta no veía la manera de poder vencerle, hasta que la propia Zelda en su forma de dragón entra en escena dispuesta a echarte un cable.
Hay que reconocer que este enfrentamiento definitivo está diseñado simplemente para que disfrutes de la epicidad del momento, porque más fácil no puede ser. Al menos cuando le asestas el golpe definitivo se te queda la satisfacción en el cuerpo de decir, "ahora sí, ya he salvado Hyrule". De hecho, por si quedaba alguna duda al respecto, el cuerpo de Ganondorf explota como si fuese una bomba atómica, que no sé cómo no deja un agujero gigantesco en la superficie de Hyrule.
Un final a la altura de una obra maestra
El dragón de Ganondorf no es el único que desparece del mapa, porque los espíritus de Rauru y Sonnia ayudan a Link a devolver a Zelda a su forma humana, además de eliminar toda la corrupción que rodeaba a nuestro protagonista, por lo que ya puede recuperar su brazo derecho.
A continuación se produce otra de esas escenas que te darían ganas de verla una y otra vez, como es el momento en el que Link y Zelda caen en picado, estando ella inconsciente y nuestro valiente héroe no duda en descender en picado para rescatarla. Ese momento es justo el que se presenció al principio cuando Zelda cae al vacío después del despertar de Ganondorf, con la diferencia de que esta vez Link sí llega a tiempo para agarrarle de la mano y así salvarla.
No voy a entrar en detalles de cómo es posible que ambos sobrevivan a semejante caída al caer en el agua, porque a esa velocidad se deberían de haber roto el cuerpo en mil pedazos, pero bueno, dejémoslo en que es un videojuego y en la preciosa escena que nos ha mostrado el juego unos segundos antes. Lo que sí que eché en falta es que Link hablase, porque ese instante lo pedía a gritos cuando Zelda aparece con una sonrisa de oreja a oreja sabiendo que todo ha acabado con un final feliz.
Tras los magníficos créditos, aquellos que hayan conseguido todos los recuerdos podrán disfrutar de una escena final. En ella Zelda se reúne con todos los sabios y Link, quienes juran protegerla eternamente a la vez que se tienen que despedir de Mineru, quien ya puede descansar en paz y reunirse con Rauru y Sonnia.
Un momento que mezcla tristeza y felicidad a partes iguales. Por un lado, resulta inevitable que te dé lástima saber que Mineru desaparecerá para siempre, lo que a su vez supone la extinción de los Zonnan. En cambio, también se te queda una satisfacción descomunal de que has podido salvar a Zelda, el reino y de haber disfrutado de una mágica aventura en la que el argumento, esta vez sí, ha tenido un peso tremendo.
A pesar de que parecía que iba a ser imposible que los buenos ganasen y que Ganondorf era imparable, como en las grandes historias el bien siempre acaba imponiéndose al mal. Pero si hay algo que desearía más que nada, que fue sobre todo lo que me quedé pensando al pasarme The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom, es que no quiero que esta historia acabe nunca. Deseo con todas mis ganas vivir nuevas aventuras con estos personajes y no escapar nunca de este mundo. Una sensación que no logra transmitir cualquier juego y por la que este es normal considerarlo una auténtica obra maestra.
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