Hay mil y un caminos que conducen hacia la excelencia, y los barceloneses del Studio Koba se han propuesto explorar el máximo número de ellos a través de Narita Boy. Porque el estudio catalán se niega en rotundo a que su primer videojuego sea un simple festín visual, y lo consigue a base de derrochar talento. Consagrándose a la hora de dar forma y fondo a su propia distopía digital de acabados exquisitamente artesanales. Como resultado, Narita Boy es más que un videojuego de acción elaborado con extra de cariño: sus partidas son una exquisita expresión de arte en movimiento.
Algo que se presagiaba desde su carta de presentación, ya se manifestó con su primer adelanto jugable y queda totalmente corroborado tras haber puesto patas arriba el Reino Digital purgando enemigos pixelados a golpe de Tecno-Espada. Cercenando bestias y criaturas de todas las formas y tamaños mientras comprendemos, asimilamos e interiorizamos la misteriosa naturaleza del Tricroma. Y, a lo largo del proceso, nos quedamos embobados cuando nuestra mirada se pierde al recorrer sus escenarios más inspirados.
Con un pie puesto en la fantasía clásica y el otro en la ciencia ficción, Narita Boy se nutre de incontables referencias del cine, los videojuegos, la televisión, el cómic o la literatura para trasladar al jugador a un próspero reino digital necesitado de un salvador. Porque, la estructura argumental de Narita Boy obedece al clásico cliché del viaje del héroe, pero la verdadera historia que Studio Koba abre -muy poco a poco- al jugador es la de un genio que acaba obsesionado y a merced de su propia creación. Paradójicamente, zambullirnos en ese mundo digital acabará siendo la nuestra.
Y es que el pixelart y la estética de Narita Boy enamoran e irradian carácter propio. Sus sensaciones clásicas de aventura y acción, ya pasados unos complicados tramos iniciales, están muy bien ensambladas; y su trama acierta a la hora de alternar momentos de intimidad, reflexión y redención con escenas de pura epicidad y combates finales que emanan sensaciones de arcade. Estando el conjunto siempre al servicio de quien tiene el mando en las manos.
Narita Boy apuesta por el scroll-lateral para presentarnos una odisea arropada por sutiles tintes filosóficos. Una sucesión de desafíos en los que el plataformeo, la exploración y los combates son aderezados con tramos en los que Studio Koba se suelta la melena en lo creativo. Dándonos la posibilidad de surfear por ríos digitales en enormes disquetes, galopar por bosques y desiertos o tumbar enemigos del tamaño de rascacielos mientras atravesamos ciudades magistralmente iluminadas por píxeles con efecto de neón.
Un espectáculo emocional que, a diferencia de la mayoría de juegos actuales, ni puede ni debe jugarse en automático. Sin hacer un mínimo de caso a todo lo que se manifiesta de manera abierta o sutil en pantalla. No solo porque lo requiere la propia historia, que también, sino porque el sistema de progresión y puzles, los puntos menos acertados de Narita Boy, requieren que el jugador preste una atención especial a los detalles, un mínimo de memoria y, en su defecto, un papel y un lápiz.
El ascenso de Narita Boy: el héroe del Tricroma
Una nueva obsesión ha irrumpido con gran fuerza en los hogares de medio planeta: la Narita One. Un sistema de videojuegos popularizado a principios de los ochenta y nacido del privilegiado talento de Lionel Pearl Nakamura, un creativo estadounidense-japonés venerado a escala global.
El abrumador éxito de Narita One se debe, en esencia, al enorme calado de Narita Boy, su juego estrella. Una experiencia que transporta al jugador a un Reino Digital, cuya propia concepción se estuvo fraguando durante décadas a través de la mente de su creador.
Y es que Lionel plasmó e inmortalizó en Narita Boy sus inquietudes juveniles, sus inspiraciones y hasta sus grandes temores. En el código del Reino Digital del juego coexisten recuerdos, programas y hasta sus demonios interiores. Lo que el genio medio nipón no pudo prever es que serían precisamente éstos últimos los que acabarán tomando la iniciativa.
Un mal emerge desde la capital del Reino Digital y ha anulado la voluntad de Lionel sellando sus recuerdos. Ante esta poderosa amenaza, la energía mística conocida como el Tricroma se manifiesta trayendo desde el mundo real al único ser capaz de restaurar el equilibrio: al propio Narita Boy.
En lo jugable, Narita Boy nace con la esencia y el porte de un nuevo clásico: sus mecánicas de exploración plataformera y los inevitables enfrentamientos con marcados tintes de hack'n slash cristalizan los aciertos de los títulos de acción de la época de los 8 y 16 bits con esa marcada denominación de autor de los máximos referentes de la actual escena indie. Studio Koba se corona en su modo de hacer converger ambas influencias llevándolas a un exquisito punto medio.
Las soberbias animaciones se apoyan en un sistema de control inicialmente intuitivo que va ganando acertados matices y nuevas capas de profundidad conforme evoluciona la experiencia. No solo a través de mejores ataques y más opciones de movilidad, sino introduciendo enemigos y localizaciones que nos exigirán ser tan diestros a los mandos como observadores en los detalles y rutinas.
En este aspecto, Narita Boy deslumbra en lo artístico. Y si su pixelart enamora y su banda sonora va a juego con el conjunto, a través del motor Unity y con varios ajustes visuales, el Studio Koba se corona al recuperar con notable naturalidad el efecto y las sensaciones de jugar en un televisor de tubo. Haciendo que la estética resultante del conjunto sea, a su modo, parte de la propia experiencia. Tanto de su carácter como juego como de su propia narrativa. Una extensión total de la propia identidad del título.
Un hito artístico y visual que, por cierto, queda injustamente deslucido en las capturas de pantalla estáticas. Tal y como puedes ver a continuación.
En base a ello, y para este análisis, hemos apostado por desactivar el toque retro de Narita Boy en las capturas de los niveles. Básicamente, para darle más presencia a los acabados y la calidad del pixelart. Aunque siempre puedes ver lo bien que luce el efecto original en nuestro gameplay inicial o el tráiler de nuestras conclusiones.
Desde el primer minuto, Studio Koba prometió ofrecer un apartado visual excepcional. Y llegado el momento de tomarle la palabra a los barceloneses han excedido nuestras expectativas. Sin embargo, entre todo los aciertos y sorpresas de Narita Boy, también es posible encontrar elementos de diseño que pueden suponer un obstáculo para el jugador.
Siendo justos, los primeros compases de Narita Boy no son sencillos. Atravesar los inicios del Reino Digital en niveles de scroll-lateral, sin más guía que las líneas de diálogo de sus habitantes y unas pistas que brotan desde la interfaz hacen que deshacer lo andado -cuando toca- o buscar nuevas maneras de avanzar sea innecesariamente complicado.
A esto hay que sumar una constante en el sistema de puzles: entrados en el segundo acto del juego deberemos activar una serie de portales a través de un sistema de códigos de tres figuras. Algo así como una clave de tres cifras de un candado. Estas figuras se encuentran integradas de manera más o menos disimulada en los escenarios o se manifiestan al interactuar en puntos concretos.
¿El problema? Si bien, el sistema de puzles de códigos durante esta segunda etapa resulta interesante las dos primeras veces, Narita Boy acaba recurriendo a él más veces de las necesarias. Invitando al jugador a guardar la partida y darse un breve descanso al ver asomar un nuevo portal. Sabiendo que, muy probablemente, no sea el último al que deba enfrentarse.
Todo lo contrario ocurre con los enemigos. Su diseño, minimalista pero con carácter, es estupendo. Pero llegados a ecuador del juego éstos se vuelven especialmente interesantes: no solo deberemos aplicar lo aprendido y hacer uso de las habilidades desbloqueadas, sino que se nos invitará a descubrir la técnica más efectiva para cercenarlos con la Tecno-Espada. A veces a base de destreza y otras desatando el cada vez más latente poder del Tricroma.
En este aspecto, la genialidad de Studio Koba vuelve a asomar al anular cualquier sensación de rutina y repetición integrando entre tramo y tramo del juego sensacionales escenarios que deberemos recorrer de nuevas maneras. Galopando, surfeando, adoptando nuestra forma animal o a los controles de colosales robotazos y exo-esqueletos pixelados.
Recursos con los que los barceloneses vuelven a lucir los puntos fuertes de la experiencia Narita Boy: la fluidez del sistema de control y la excepcional calidad artística del conjunto. Colmando de alegrías al geek sediento de novedades y fanservice que todo apasionado por los videojuegos lleva dentro.
La opinión de VidaExtra
Narita Boy es un viaje emocional. Studio Koba acierta de pleno a la hora de integrar mil influencias en una aventura de acción que bebe de lo mejor de los clásicos y toma buena nota de decenas de pequeñas grandes joyas. De esos títulos que, a base de talento, han equiparado el valor de los proyectos independientes con el de las superproducciones. Extrayendo la esencia de ambos mundos y canalizándolo a una experiencia que evoluciona contigo en lo jugable e irradia identidad propia en lo visual.
El viaje del héroe del Tricroma al Reino Digital es una maravilla que también cuenta con sus propias flaquezas y altibajos. Aspectos concretos con soluciones tan sencillas como un mapa; o no tan sencillas como un diseño de niveles que no te fuerce a deshacer lo andado. En ambos casos, maneras de evitar que te acabes mareado buscando la manera de avanzar. Porque eso pasa, desde luego, y no está claro si ocurre de manera intencionada.
En lo referente a su duración, según mi perfil de Xbox, los créditos de Studio Koba saltaron a las siete horas y Narita Boy -al menos, la versión actual- no ofrece ni opción de Nueva Partida plus o selector de niveles. Eso sí, la experiencia no se hace ni corta ni ligera: dura lo que tiene que durar y sabe desplegar la trama para que ésta vaya siempre a mejor.
Mención muy especial a la brutal cantidad de guiños y clichés integrados en la experiencia. Desde unos paisajes que recuerdan a joyas como Another World o las páginas del eterno Moebius a sensacionales referencias a la cultura de los ochenta. Es más, cuando Narita Boy reúne la energía del Tricroma brota el mismo aura que Goku y sus amigos emanan al desplegar su fuerza vital. ¡Incluso hay invocaciones al estilo Shinobi!
De hecho, el argumento de Narita Boy es una muy cuidada amalgama de influencias de obras como Ready Player One, Hora de Aventuras o Tron. Y, siendo justos, todos estos detalles que al final suman puntos adicionales al conjunto. Pero lo mejor es que, pese a ello, Narita Boy no los necesita para brillar con luz propia. Ninguno de ellos eclipsa sus logros e hitos propios como videojuego.
Narita Boy es la enésima prueba de que el talento, la dedicación y la pasión por lo que se hace están siempre por encima de las fórmulas de éxito arropadas con tecnología de vanguardia. Y, en el proceso, los barceloneses dan una alegría a todo el que se dejó los pulgares en las consolas de 8 y 16 bits. Coronándose con una experiencia muy grata que, pese a sus tropiezos, una impronta muy especial en el jugador.
Porque la ópera prima del Studio Koba no es perfecta, pero tampoco lo necesita para ser una de las grandes joyas Made in Spain de esta nueva década. Palabras mayores teniendo en cuenta nuestro legado. Un pequeño gran juego capaz de cautivarte en lo artístico y tenerte fascinado conforme va evolucionando. Mientras va ganando forma, añadiendo más texturas a su jugabilidad y nuevos matices a su universo. Y, en el proceso, se consagra como el regalo perfecto para el enamorado del pixelart
Narita Boy
Plataformas | Xbox, PC (versiones analizadas) PS4 y Nintendo Switch |
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Multijugador | No |
Desarrollador | Studio Koba |
Compañía | Studio Koba y Team17 |
Lanzamiento | 30 de marzo de 2021 |
Precio | 24,99 euros (incluido en el Game Pass) |
Lo mejor
- Un apartado artístico de diez con un pixelart que enamora
- Enemigos feroces al servicio de un sistema de combate que mejora poco a poco
- Montones de guiños y homenajes a los videojuegos, el cine y la ciencia ficción
Lo peor
- Los puzzles y desafíos de nivel se vuelven repetitivos
- El diseño de los niveles iniciales es confuso
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