Buenos ingredientes, una doble premisa especialmente interesante y, a pesar de ello, una oportunidad perdida. The Witcher: El origen de la sangre (The Witcher: Blood Origin) Lo tenía todo a su favor a la hora de darle una alegría a los apasionados por la ficción. En lugar de ello, nos topamos con una miniserie de fantasía que se relame con descaro en los clichés del género sin llevar al espectador a ningún sitio desconocido. Convirtiendo lo que debería ser un evento muy especial en cuatro episodios perfectamente olvidables. Una lástima.
No es que las siglas de la saga literaria y de videojuegos le pesen al proyecto o al resultado final. Todo lo contrario. Frente a otras producciones inspiradas en las novelas de Andrzej Sapkowski, a nivel creativo El origen de la sangre tiene la ventaja de partir de un lienzo en blanco con dos únicas ideas realmente importantes a desplegar y sin prisas: la creación del primer brujo y el origen de la Conjunción de las Esferas. Por desgracia, este proyecto de Netflix fracasa en ambos intentos y, a la postre, nos deja con un manual perfecto de qué es lo que no se debe hacer con una franquicia en expansión.
De hecho, que sea una miniserie de cuatro episodios de una hora no es excusa. Con menos tiempo y recursos se han producido y contado maravillas dentro del género fantástico a través del cine y la televisión. Y pese a que el presupuesto es bastante más ajustado que el de la propia serie de The Witcher (el grueso de los efectos especiales son una calamidad) los grandes errores de The Witcher: El origen de la sangre se manifiestan en los aspectos más básicos y elementales a la hora de ofrecer cualquier obra de fantasía y espadas.
Porque la razón de ser de The Witcher: El origen de la sangre era plasmar y dar forma a los cimientos de toda la saga y expandirla hacia nuevas e interesantes direcciones. Fundamentalmente, a todo lo relacionado con el gran proyecto de Netflix que abarca animación e imagen real, pero también como referencia y guía de cara al gran público que quiera sumergirse de lleno en los libros, los cómics y los próximos videojuegos. Lo cual nos lleva al quid de la cuestión: ¿qué ocurrió 1.200 años antes de que conociéramos a Geralt de Rivia?
Del conjuro que cambiará el mundo, y del ritual que condenará a los humanos
Mucho antes de la llegada de los humanos, los elfos del Continente vivieron una edad dorada. Eso sí, dorada no quiere decir pacífica: las naciones y los clanes estaban en un conflicto constante que, lejos de resolverse, había derivando en un desgaste insostenible para todas las facciones y, por extensión, en el delicado estado de precariedad del pueblo.
En mitad de ese caos, el rey Alvitir de Xin'trea tiene una iniciativa que podría poner fin a las guerras: desposar a su hermana, la princesa Merwyn (interpretada por Mirren Mack), y unificar las naciones. Lo que él no sabe es que ese acto permitirá que el poderoso mago Balor (Lenny Henry) tome el control desde la sombra de los tres reinos en disputa y los unifique bajo un único imperio. Sin embargo, su sed de poder es mucho mayor.
Mientras tanto, en una jaula, alejada los majestuosos palacios de Xin'trea, dos extraños se miran con desconfianza. Éile la alondra (Sophia Brown), una barda élfica del clan del cuervo, descubre que su compañero de celda es nada menos que Fjall Stoneheart (Laurence O'Fuarain), un guardia desterrado originalmente destinado a liderar a sus enemigos jurados: el clan del Perro.
Se suele decir que el enemigo de mi enemigo es mi aliado. Cuando un grupo de soldados imperiales intenta acabar con Éile y Fjall, no les quedará más remedio que cooperar. ¿Qué pueden hacer estos dos elfos contra toda una nación? Por lo pronto, partir en busca de un tercero del que puedan fiarse en estos tiempos inciertos: la maestra de espadas Scían (Michelle Yeoh), la última superviviente de la extinta tribu fantasma.
En su viaje hasta la capital de Xin'trea, la compañía acogerá a cuatro nuevos miembros: la enana Meldof (Francesca Mills) y su martillo Gwen, el guerrero de oscuro pasado Callan (Huw Novelli) y los magos Zacaré (Lizzie Annis) y Syndril (Zach Wyatt), siendo éste último en buena parte responsable del conjuro que cambiará el mundo.
Balor no solo ha liberado poderosas criaturas capaces de destruir ejércitos enteros, sino que ha erigido unos enormes monolitos gracias a los conocimientos de Syndril con los que acceder a otros mundos que conquistar en busca de recursos. Sin embargo, sus verdaderas intenciones son obtener un dominio total de la magia del caos que lo haga invencible.
Ante esta situación, la compañía de los siete rebeldes contempla una situación desesperada: iniciar un ritual que vuelva a uno de ellos lo suficientemente poderoso como para hacer frente a todas las amenazas. Ni elfo, ni monstruo, sino algo distinto. Un proceso tan extremo que demandará de un modo u otro la propia vida de aquel que se someta al tratamiento.
The Witcher: El origen de la sangre: un mundo de fantasía con muy poca imaginación
Las intenciones de Netflix y el showrunner Declan de Barra a la hora de plantear The Witcher El origen de la sangre no son muy diferentes a las de El Señor de los Anillos Los Anillos de poder: ofrecer a los fans de la fantasía y la ficción una historia completamente original que aproveche el contexto y expanda los márgenes del universo literario a través de acontecimientos clave jamás contados. Lo malo de esta iniciativa no está en las intenciones, sino en los mimbres en los que se sostiene.
Si bien, a nivel de producción The Witcher: El origen de la sangre recibe menos recursos que la propia serie de The Witcher en Netflix, especialmente en unos efectos digitales que nos recuerdan a los empleados en televisión hace más de una década, no se puede decir que estemos ante una producción menor: hay una preocupación muy especial por ofrecer un vestuario, una ambientación y unas tomas de paisajes e interiores que te harán amortizar esa tele carísima 4K que compraste. Desafortunadamente, lo bueno de la miniserie casi acaba aquí.
Como comentamos, El origen de la sangre quiere expandir la licencia de The Witcher, que ha pasado a ser una prioridad para Netflix, y a la vez darle la réplica (tarde y mal) a Los Anillos de Poder y La Casa del Dragón llevando de manera torpe y superficial los elementos distintivos de ambas series de televisión al universo imaginado por Sapkowski y, de manera colateral, heredando lo peor de ambas en lugar de sus aciertos. Salvo por la cuidadísima fotografía, que conste.
A cambio de que veamos los cuatro episodios recibiremos una historia genérica en lo que se refiere a las historias de fantasía en la que cada uno de sus protagonistas funciona en pantalla con el piloto automático. Héroes y villanos dibujados con plantillas al servicio de unos acontecimientos que parecen creados a base de seguir las instrucciones de un manual.
En honor a la verdad hay un par de personajes que pueden llegar a despertar cierto interés entre tanto elemento reciclado de un sitio y otro. Ver a Michelle Yeoh en acción, incluso cuando no se trata de un filme wuxia, siempre es y será un gustazo. Pero, al final, El Origen de la sangre acaba aportando poco o nada al fan de los libros, los juegos y, a rasgos generales, los apasionados por la fantasía. Lo cual tiene doble delito, ya que estamos presenciando dos acontecimientos históricos dentro del universo de The Witcher.
Hay acción, desde luego, aunque la proporción de metraje de batallas y aventura de The Witcher: El origen de la sangre frente al de las escenas que hacen que la trama avance -de manera muy torpe o directamente forzada- acaban jugando totalmente en su contra. Ahora bien, su duración no tiene nada que ver con el resultado: casi cuatro horas de metraje dan para ofrecer una buena historia de fantasía y espadas hoy, mañana y hace treinta años.
El otro mensaje de los responsables de la serie nos ha quedado bastante claro: el universo de The Witcher es increíblemente diverso y uniendo la voluntad y determinación de todos, aparcando las diferencias, es posible combatir al mal. Pero al final nos topamos con el gran problema: ¿es realmente el mismo universo que conocimos a través de las novelas o los videojuegos o es una mera extensión de los planes de Netflix con la obra de Sapkowski?
Desafortunadamente, la conclusión a la que llegamos al llegar al final de la miniserie es que, a la hora de ampliar los límites del mundo de Geralt de Rivia, aquello que ha distinguido las novelas del Brujo del resto de obras de fantasía ha brillado por su ausencia.
Una lástima, desde luego. Sobre todo si tenemos en cuenta las poléemicas declaraciones de un Beau DeMayo que, tras participar en la serie de Netflix de The Witcher, señaló que sus antiguos compañeros guionistas no se tomaban en serio ni los libros ni los videojuegos. Pero no nos vamos a engañar. Que la obra de Sapkowski apenas se vea reflejada en The Witcher: El origen de la sangre no suma ni resta de cara a la valoración final. Solo la hace todavía menos interesante para los fans.
La opinión de VidaExtra
Como serie, The Witcher: El origen de la sangre es mediocre. Según la RAE, mediocre es de calidad media. De poco mérito. El problema no es la mini-serie en sí, sino los débiles cimientos que establece de cara al gran proyecto de Netflix. Al menos, se trata de un caso aislado: el proyecto de animación de The Witcher: La pesadilla del lobo fue una grata sorpresa y la tercera temporada quedó bien encauzada tras la última hornada de episodios.
Sin embargo, las casi cuatro horas de metraje acaban siendo poco más que un entretenimiento pasajero para el fan de la ficción y la fantasía. Y es una verdadera lástima, teniendo en cuenta que en ellas transcurre un evento tan importante y épico como la Conjunción de las Esferas y se nos revela por primera vez algo tan trascendental como la creación del primer brujo.
Hay elementos que son complicados de entender. The Witcher: El origen de la sangre se dedica a presentar montones de personajes menores que apenas tienen tiempo en pantalla y peso en la trama. En algunos casos, resumiendo su trasfondo en un puñado de frases soltadas durante una conversación. Por no hablar de acciones y reacciones que, definitivamente, carecen de lógica y sentido.
Porque si Los Anillos de Poder es considerado el fanfiction más caro de la historia, el que Netflix nos propone basado en el universo de Geralt de Rivia acaba tropezando con las mismas piedras. Que su presupuesto y relevancia no sean iguales tampoco amortigua el golpe.
Definitivamente, Netflix ha bebido de las fuentes equivocadas a la hora de expandir el universo de Andrzej Sapkowski. No ha tenido claras las prioridades. Que sea un lienzo en blanco a nivel argumental y partir de un universo de fantasía creado a medida de la pequeña pantalla tampoco legitima a hacer cualquier cosa. Es más, debería suponer una oportunidad para hacer algo grande.
Y en este aspecto, The Witcher: El origen de la sangre ha sido desde todas esas perspectivas algo todavía peor que una decepción: una gran oportunidad perdida.
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