Dice mi mujer que en una de estas volteretas me voy a matar, y releyendo el titular de este texto puedo entender por qué. Pero no me malinterpretéis. Juro que detrás de la mezcla entre la pesca del siluro y Magic: The Gathering hay una relación lógica. Al menos en mi ya trastocada cabeza.
En una de esas piruetas del destino que parecen hechas adrede, la semana pasada coincidió mi salida por la puerta de casa, en busca del tren que me llevaría a Madrid por trabajo, con la llegada de uno de los muchos repartidores a los que ya tengo puesta cara -ojos, en realidad, pero ese es otro tema-.
En sus manos llevaba un paquete que había estado esperando con ganas. En su interior, si nada se torcía, estarían las primeras cartas de Aventuras en Forgotten Realms que tocarían mis manos -entre otras cosas- y, con ello, también un salto de más de 20 años entre las cartas físicas que escondía aquella cajita de mis primeras Crónicas Magic y los cartones actuales.
Frente a uno de esos soporíferos viajes en AVE que, un poco por aburrimiento y otro poco por mi deseo irrefrenable de quedarme solo en el vagón a base de mandar a tomar viento a unos y lanzar una Bola de fuego a otros -la gente que habla por el móvil a grito pelado, ¿por qué?-, la idea de pasar el viaje echando un vistazo a mis nuevas cartas parecía de lo más esperanzadora.
Lo que apuntaba a ser un viaje en el que rezar para quedarme dormido, de repente se había convertido en el que probablemente acabaría siendo el momento más entretenido del día. Por delante tres horas de trayecto en la que abrir sobres, estudiar cartas y ver hasta qué punto podría crear un mazo propio con ellas.
Cómo transformar un viaje aburrido
Con la sonrisa puesta por la ilusión, me encamino al coche y, por aquello de ir aprovechando el tiempo, en mi cabeza empieza a gestionarse otro de los temas pendientes que quería quitarme de encima durante el viaje: organizar unas más que merecidas vacaciones en familia para que todos consigamos desconectar de un año complejo.
El tiempo entre la ida y la vuelta bien podría servir para acabar de aclarar ideas, buscar información y cerrar un viaje que, por aquello de conocer a los repartidores sólo por los ojos, se presentaba bastante más complicado que de costumbre. El plan era naturaleza, desconexión y buscar alternativas que no estuviesen a reventar de gente para intentar evitar el mayor número de riesgos posibles.
Por suerte, el fin de semana anterior habíamos estado en el pantano de Sau, uno de esos embalses que se realizaron en su día inundando la zona en la que antaño había un pueblo. De la forma más pintoresca posible, el campanario del antiguo pueblito asomaba sobre el agua dependiendo de lo mucho o poco que se hubiese llenado los meses anteriores.
Evitando el follón de cualquier costa mediterránea que te venga a la cabeza, nos encontramos con algo lo más cercano posible a una playa privada. Pescadores en un extremo y una zona de alquiler de suministros con los típicos patinetes con tobogán al otro.
En mi cabeza sonaba perfecto. Entre patinetes con tobogán y troncos flotantes por la mañana, enseñando a jugar a Magic a los críos después de comer para evitar el calor, de visita por la zona por la tarde para ver pueblitos con encanto y, por la noche, de vuelta al embalse para pescar -otra de esas actividades que toqué de pequeño con la punta de los dedos y que quería volver a experimentar-.
Con la mente y los pies puestos en modo automático, conforme voy saltando de un tema a otro, acabo casi sin darme cuenta con el culo puesto en el asiento 10A del vagón 7, la intención de encontrar un lugar de embalse en el que pasar las vacaciones y los primeros sobres de Magic que han pasado por mis manos en mucho tiempo.
El siluro de Lovecraft
Con la emoción de un niño la mañana de Navidad procedo a mirar cartas mientras grabo en mi cabeza que debo escribir a mi mujer para comentarle: 1) que ya estoy en el tren, y 2) el plan de las próximas vacaciones.
Del primer sobre saco una Isla y vuelve a sorprenderme lo pequeñas que son las cartas. Me pierdo en el brillo del agua y ese arte que quedaría genial enmarcado. También me viene a la cabeza que debería ampliar la búsqueda a algo más que un embalse. Lo de la isla se me va de presupuesto, pero por qué no un río, o un lago natural.
La siguiente también es azul. Esfera de captura, se llama. Es cierto que parecen más brillantes, pero ya no sé si es que las mías también lo fueron en su día y han perdido ese toque. No lo parece, desde luego. Pienso que es una gozada tener una carta en las manos que no tenga los bordes comidos por el paso del tiempo y el barajar. "Destello. Encantar criatura. ¿Qué narices es destello?"
Me freno y pienso en la carta que acompañaba a uno de los sets recibidos, una de esas con brilli brilli que en su día habría llamado foil pero cuyo término actual desconozco por completo. Grazilaxx, erudito ilícido. Un siluro gigante que parece estar chupándole la cabeza a un señor angustiado.
"Normal, menudo ascazo tener un siluro en la cabeza". ¿Alguna vez habéis visto un bicho de esos? No, claro, si eso sólo está en los ríos de Estados Unidos y en los juegos de pesca, ¿no? "¿Habrá siluros aquí? Lo que molaría llevar a los críos a pescar y acabar con un siluro gigante como los de Animal Crossing".
Stop.
Hago un necesario alto aquí para destacar que, visto a posteriori y con mejor iluminación, el amigo Grazilaxx se parece a un siluro como un huevo a una castaña. Podría haber pensado en un pulpo, o incluso en pescar a Cthulhu, y habría tenido más lógica, pero mi miopía y mollera funcionan así. Vi unos bigotazos pringosos saliendo de su boca y mi mente se fue al siluro porque, para qué engañarnos más, muy probablemente esté mal de la cabeza.
Continuamos.
Al impulso de ponerme a buscar dónde se pueden pescar siluros le sobra toda la voluntad que normalmente le suele faltar a cualquier actividad lógica y necesaria para sobrevivir. Pero para mi sorpresa no sólo hay siluros en España, además hay un embalse del Ebro con una espectacular población del también conocido como monstruo de río. Bichos sexys de más de 100 kg que superan los 2 metros de longitud te esperan en tu zona.
"Monstruo de río. Seguro que hay una carta de Magic con un nombre similar o un siluro como protagonista". Pero no, o no existe o no tengo suerte con la búsqueda. Qué lástima.
Oye, ¿y Destello? ¿Qué narices es Destello?
Una búsqueda rápida me saca de dudas: Destello implica que puede jugarse como un instantáneo. Es decir, que puede lanzarse en el turno del oponente aunque no sea un instantáneo. "¿Y por qué no llamarlo instantáneo?" Porque hay criaturas que también tienen Destello y, por ejemplo, podrías engañar al rival lanzándolas antes de su ataque para que entren en una fase de bloquear que él ya daba por ganada.
La inesperada evolución de Magic
La idea no se me ocurre a mí a base de leer la descripción de esa nueva mecánica, ojo, la encuentro en uno de esos foros en los que, más allá de explicar cómo funciona el Destello, me cruzo con un mensaje que me hace replantear todo lo que ha ocurrido en mi cabeza en los últimos segundos (sí, en realidad casi todo esto ha pasado en un suspiro. Ya os he dicho que mi cerebro funciona regular, al 200% para tonterías y al 10% para todo lo demás). El mensaje, de alguien que como yo no había entendido la mecánica y buscaba ayuda, rezaba algo así:
“Por desgracia no conozco a nadie que juegue, así que no puedo debatir estas cosas”.
Mi cabeza se despeja y empiezo a pensar en lo vivido durante estas últimas semanas, las cartas viejas y las nuevas, mi salto a la Arena… Me doy cuenta de que la evolución que estoy viviendo no sólo está en el juego en sí. Con más o menos mecánicas, con palabros más o menos entendibles, este sigue siendo el mismo juego de cartas que un amigo me invitó a probar y yo rechacé por irme a ligotear.
Por supuesto que ha cambiado. ¡Han pasado dos décadas! Pero la mayor evolución no está en el juego, y tampoco en mi forma de verlo. Que Magic ahora sea distinto -para bien-, es culpa de la misma razón por la que he descubierto en cuestión de segundos que puedo pescar un siluro en el embalse de Mequinenza, que la especie se introdujo en 1974 y desde entonces se puede pescar en periodo vacacional mediante la pesca con pellets.
Magic es distinto porque ahora existe internet. Es mejor porque existe internet.
De la misma forma que para saber más sobre la pesca del siluro hace 20 años habría tenido que recurrir a una tienda especializada en pesca -y creo que incluso así habría tenido problemas para conseguir la información que buscaba quedándome cerca de Barcelona-, la idea de aprender, conocer, jugar y compartir Magic -sobre todo compartir- era antes igual de complicada.
Lo que antaño era una población de dos frikis por clase que pudiesen estar interesados y, si tenías suerte, también una decena de críos jugándolo en alguna tienda de cómics y Warhammer de barrio, ahora es el mundo entero al alcance de un clic.
No es sólo poder jugar a Magic Arena con alguien que vive al otro lado del globo, es emocionarte con la suerte que ha tenido un creador de contenido al abrir un sobre, descargar el mazo creado por un campeón de torneo o hacer nuevos amigos entre aquellos que hace dos años tampoco tenían la más remota idea de cómo funcionaba la mecánica de Destello.
Puede que las cartas te parezcan más pequeñas tras haber crecido tus manos unos centímetros más, y que su brillo luzca más por estar tratadas con ese cariño que te da la madurez, pero sigue siendo el mismo juego que te enamoró en su día. El mismo, pero más grande.
La única diferencia es que ya no está limitado a los amigos que consigas convencer para jugar -o lo bien que se te dé sobornar a tus hijos para que se animen a jugar contigo-, ni a lo cerca que esté la tienda especializada más cercana.
Ahora Magic es, a la vez, lo mismo y otra cosa. Es el mismo juego pero con más jugadores, tutoriales, posibilidades, mazos, conjuros, instantáneos, bichos que se parecen lo justo a un siluro y, por supuesto, criaturas con Destello.
Esta es una iniciativa en colaboración con Wizards of the Coast.
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