‘World of Goo’ cierra el ciclo casi 10 años después de su aparición en Wii con una edición para Nintendo Switch. Podría decirse que con todo ese tiempo a sus espaldas, el título que catapultó al estudio 2D Boy debería estar algo oxidado, pero la verdad es que lo he disfrutado como el primer día.
Lo que empieza como un juego de construir puentes con pelotas de alquitrán acaba convirtiéndose en uno de esos cuentos magníficos a los que siempre merece la pena volver. Una joya imperecedera de la que siempre apetece hablar.
La celebración de World of Goo
Tras todos estos años, abordar el análisis de ‘World of Goo’ puede seguir dos caminos. El primero es el de dar a conocer el juego a los que, por una razón u otra, no lo pudieron disfrutar en su día. El segundo es el de la celebración, el de que su llegada a Switch sea un momento tan bueno como cualquier otro para aplaudir uno de los mejores juegos de puzles que ha dado esta industria.
Y es que si hay algo que no se puede obviar es que ninguno esperábamos que, tras una idea tan simple como unir puntos para que unas bolas puedan llegar del punto A al B, se pudiese construir algo tan redondo tanto en lo narrativo como en lo jugable.
Cada nivel de ‘World of Goo’ es una de esas reinvenciones típicas de Nintendo en las que la base jugable del título se retuerce para invitarnos a ver todo desde una óptica completamente distinta, ya sea para crear construcciones que vayan hacia arriba, hacia abajo o hacia los lados en su esquema más simple, o creando una red de contención que nos permita salvar cuantos más Goo mejor tras triturar una bola gigante.
Añadiendo nuevos tipos de bolas que van desde lo pegajoso hasta lo inflamable, superar el juego de cabo a rabo es un desafío en el que no sólo importa terminar cada nivel, también el número de Goo que quedan libres al finalizar, por lo que el choque entre esa búsqueda de eficiencia y la frustración de ver cómo se desmonta un castillo de naipes que parecía perfecto genera un pique constante con el que es imposible apartarse del juego.
Un clásico de la narrativa experimental
‘World of Goo’ podría quedarse ahí, en el juego simpaticón y desafiante que te dura dos tardes y genera una sensación de gasto satisfactorio, pero si por algo despuntó de una forma especial fue por saber abrirse un hueco en esa corriente independiente que quería contar mucho con muy poco y de la que nacieron juegos como ‘Braid’ o ‘LIMBO’.
A través de guiños en forma de carteles y escuetas cinemáticas, se nos muestra como los Goo son el combustible de una corporación maquiavélica que está extinguiendo a la raza, un brazo demasiado extenso que nos lleva a tropezar una vez tras otra consiguiendo que, en vez de salvar a las simpáticas bolas, las estemos conduciendo a una muerte segura en forma de productos de belleza o consumibles.
Así, recuperando esa idea de salvar al máximo número de Goo posible, el juego nos obliga a realizar un constante sacrificio por un bien común. Las bolas salvadas se sumarán a un minijuego en el que nuestro objetivo es conseguir la torre más alta posible y, con ello, tal vez, convertir nuestro particular genocidio en una solución a un problema mayor.
Así, 48 niveles capaces de estrujarnos el cerebro en busca de la mejor resolución posible, también nos tocan la patata a base humor ácido y latigazos de realidad que nos meten de lleno en una relación de amor odio con los Goo que, para nuestra sorpresa, sigue igual de viva 10 años después.
World of Goo
Plataformas | PC, Nintendo Switch (versión analizada) |
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Multijugador | Local |
Desarrollador | Tomorrow Corporation |
Compañía | Nintendo |
Lanzamiento | Ya disponible |
Precio | 9,99 euros |
Lo mejor
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Un desafío tremendamente divertido
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La historia que esconde detrás
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El salto entre los mandos como puntero y el modo táctil
Lo peor
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Va a ser difícil que no lo hayas jugado ya
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