Fue un 26 de febrero de 2019 cuando di carpetazo a mi aventura por Red Dead Redemption 2 y lo hice por todo lo alto. Conseguí el ansiado trofeo de lograr el 100% del juego de Rockstar, visité Red Dead Online para descartarlo rápidamente y sentí que había vivido una de las mejores experiencias como jugador. Ahora, cuatro años más tarde, he decidido visitar el bello y salvaje Oeste de Arthur Morgan para llegar a la misma conclusión: estoy ante el mejor mundo abierto que haya disfrutado.
Naturaleza en estado puro
Cargar la partida y verme otra vez a los mandos ha sido como visitar a un viejo amigo; da igual el tiempo que pase, podéis estar juntos durante horas. Me topo con que dejé a Arthur en mitad de la nada, en un bosque que deja pasar la luz con dificultad entre las hojas de los árboles. Casi sin tiempo a contemplar la frondosa vista, la cámara se tensa y el minimapa me muestra una zona roja señalando el peligro inminente.
Desefundo los dos revólveres y tengo muy clara la amenaza que se avecina en unos pocos segundos. El puma se abalanza hacia mi cuello, pero logro zafarme rápidamente y en la huida del felino le inyecto una buena dosis de plomo para que caiga abatido. Con la sangre saliendo a borbotones y los arañazos visibles en la chaqueta me acerco al cuerpo para cargarlo en la espalda de Black Thunder, mi fiel caballo. Es el momento de llevar tan preciada pieza hasta el Trampero más cercano del lugar.
Así es el primer choque de realidad, la toma de contacto que manda la señal de que Red Dead Redemption 2 no es solo una preciosa postal. El título de Rockstar respira por todos lados, es como una brisa de viento fresco y se siente tremedamente orgánico. A diferencia de lo que sucede en GTA V, aquí puede suceder absolutamente cualquier cosa en mitad de tu viaje. El puma es una marca más en la lista de peligros que hay entre la fauna del juego, aunque sí que hay espacio para contemplar bandadas de pájaros o alces alimentándose por las montañas. Cazarlos no siempre es sencillo y el proceso para hacerlo es tan sutil como que tenemos que cambiar la munición que disparamos para mantener la calidad de la piel que hay que despellejar. Como fan del sigilo, acechar a un ciervo legendario me parece un desafío magnético.
Me encuentro cerca de Rhodes, un pueblo de tamaño medio y que cumple con todo lo que se pueden necesitar sus habitantes. Hay un ultramarinos, comisaría, el moderno tren ya tiene su estación, el banco ofrece créditos a los más afortunados y puedes pasar un buen rato en la casa de apuestas. Una típica estampa del 1899 en el que se ambienta la obra y en el que absolutamente todos tienen una tarea que llevar a cabo. Los más afanados cargan sacos, los carruajes transportan de un lado a otro, el sheriff ofrece recompensas por la cabeza de los maleantes y hasta el holgazán sabe que su sitio está en apoyarse en un porche a observar el día.
Cualquier otro juego colocaría de forma aleatoria a los NPC, en cantidades absurdas, a darse una vuelta por las calles, pero no en Red Dead Redemption 2. Cada uno tiene su propósito, te devuelven el saludo con el sombrero si les das los buenos días y se encaran de mala manera en cuanto les importunas. Se siente vivos y, aunque no sea así, parece que cada uno tendría su propia historia para contar.
Balas surcando el aire
Un fugitivo es reclamado por la justicia en el andén y yo seré el encargado de llevarlo a la cárcel. 30 dólares, una fortuna para aquellos tiempos, es la recompensa y no me queda lejos de donde estoy. Antes de nada cumplo con un ritual sagrado y que tengo grabado a fuego en mí. Dar alimento al caballo y pasarle el cepillo para que esté limpio, junto con unas caricias totalmente gratuitas. Estos gestos, que he convertido en rutina, no solo los hago porque me gusta, sino porque tienen beneficios en el gameplay.
Cada mañana que me levantaba con Arthur en el campamento de Dutch, cumplía mis pasos matinales sin excepción. Me servía del puchero de Pearson el desayuno que tocase, me sentaba con Hosea, Lenny o el compañero que fuese a la mesa para comer y tomaba mi taza para que el café entrase perfectamente por el gaznate. Una escena tan típica de aquellos tiempos y que en realidad ocurre cada mañana en hogares de todo el mundo. El Dead Eye mejora, la vida se recompone y alimentar a Arthur lo mantiene en un peso adecuado para librar enfrentamientos. La ropa que lleva el personaje influye dependiendo del clima, así que siempre hay que ir bien vestidos para cada ocasión. Los detalles insignificantes tienen su recompensa en la partida, en base a un realismo que nos es común a todos.
Adoré cómo Days Gone introdujo el tener que echar gasolina a la moto y me pirra ver que con el paso de las días le crece el vello a Arthur. Se siente, una vez más, real gracias a que tus acciones tienen consecuencias verdaderas. The Legend of Zelda: Breath of the Wild es otro mundo abierto colosal que disfruté hasta la extenuación, pero ahí prima la experimentación en el entorno. Es otra visión, una preferencia distinta sobre cómo aproximarse a un modelo de juego que se ha sobresaturado y que Nintendo y Rockstar supieron abordar tan bien desde conceptos distintos.
Lo que experimentó el fugitivo fue mi escopeta de corredera en la boca, no sin antes librarme de sus aliados con un buen cartucho de dinamita. Mientras ato el cadáver con la cuerda para llevarlo a rastras hasta Rhodes, pienso en todo el contexto que tiene una misión que dura menos de 20 minutos. Hay un enorme trabajo actoral y de guión en eventos secundarios como estos que son los que demuestran que los valores de producción son elevadísimos.
Vive tu propio viaje
Cabalgar por los caminos me ha recordado al mejor viaje que jamás haya hecho en un videojuego. Cogí mi petate con Arthur y me lancé hacia lo desconocido, acampando en mitad de la nada, descubriendo casas con secretos imposibles y revelando un mundo que me aguardaba. Dos semanas de partida en las que no volví al campamento y fue una maravilla que tengo en el Olimpo de mi historia como jugador. He vuelto a adentrarme en ranchos, los cuales no pueden ser más idílicos.
El barro fresco del principio, las vacas en el corral, el perro que aparece para ladrar al desconocido que se aproxima y el granjero que saluda mientras transporta el heno. Cada lugar de Red Dead Redemption 2 es un espectáculo por la vasta cantidad de cariño que se le ha puesto a todo. Meterse en un hogar, ver las habitaciones de cada residente, investigar sus objetos personales y darte cuenta de que ahí vive gente, ni más ni menos. Por no hablar de rincones únicos, aquellos que te desencajan la mandíbula por el paisaje o por las inusuales circunstancias que los rodean. Son siempre migas de pan que incitan a explorar, a seguir adelante, a rastrearlo todo cual sabueso.
Los gráficos, aún algo más de cuatro años después, siguen siendo absolutamente asombrosos. Coger tu arma de la funda, verla en primera persona y limpiarla para revelar los grabados que has hecho colocar en el armero es una pasada. Es pura estética, pero vuelve a asombrar sin remedio. Por ello me ha sorprendido gratamente ver que un modo foto ha sido incluido entre las características nuevas que me he perdido en este tiempo. En 2018 no hubiese tardado un mes en ver el final de la aventura de Arthur, hubiese sido mucho más si me hubiese entretenido haciendo instantáneas.
Y una vez más, regreso al hogar, a esa banda que solo quiere labrarse un futuro mejor consiguiendo dinero para el próximo gran plan del señor Van der Linde. No saben todos los detalles que se pasan por la mente del capitánd del barco, están mucho más entretenidos sentados alrededor de la hoguera cantando en compañía. Bill, John, Abigail, Uncle y el resto se divierten estando juntos, me siento con ellos y decido pasar lo que queda de noche con los personajes que tantas emociones me hicieron sentir.
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