¿Qué es lo que hace que una entrega Final Fantasy sea, valga la redundancia, un auténtico videojuego de Final Fantasy? A la vista está que ni los protagonistas, ni las temáticas y ni siquiera los combates por turnos son elementos fijos. Y pese al enorme cariño que irradian los chocobos, reducir la esencia de una saga a su presencia recurrente es pecar ampliamente de superficial. Pero algo debe haber. ¿el qué?
Como los seres vivos, podríamos decir que cada saga de JRPG (o rol japonés) tiene su propio ADN. Aquello que prevalece cuando reducimos al mínimo común denominador cada entrega principal dentro de sagas tan diferentes entre sí como lo pueden ser Dragon Quest, Persona o Pokémon. Dicho de otro modo: todos los ejemplos anteriores han evolucionado de un modo u otro, pero aquello que los define se mantiene.
Y no lo vamos a negar, pese a que las propuestas clónicas o sucedáneas de los JRPGs más emblemáticos, o que simplemente que siguen su marcada estela, se ven sometidos a unas comparaciones más que razonables. A veces, hasta eso es intencionado y puede llegar a jugar a su favor. De modo que al hablar de JRPGs (de manera muy específica) nos topamos con que hay elementos variables y elementos característicos.
Sin embargo, el progresivo desapego de Final Fantasy con sus propias raíces es algo muy bien calculado. Siendo Final Fantasy 16 el mejor ejemplo de la ruptura, la consolidación y la evolución de un fenómeno del videojuego. Jamás se había llevado tan lejos (y tan arriba) la visión original de Hironobu Sakaguchi, el creador de la saga, y no solo eso: la manera de exprimir el hardware de PS5 en favor de la visión de sus creadores es alucinante.
Aunque, por otro lado, ¿hasta qué punto es absolutamente inevitable que esos rasgos que definieron las primeras entregas se vayan perdiendo por el camino?
Final Fantasy 16 es muchas cosas a la vez y una muy, muy concreta que se niega a ser: un JRPG. Entre otras cosas, porque la venganza de Clive se consumará en clave de Action RPG. Dicho de otro modo: su experiencia de juego está mucho más alineada con Diablo, con Dark Souls o con NieR: Automata que con Skyrm, Baldur's Gate y, de manera mucho más específica, con las primeras entregas que forjaron la saga Final Fantasy.
Que no se me malinterprete: si nos ponemos tiquismiquis podemos aferrarnos a que lo más básico como videojuego prevalece, lo cual se resume -muy mal y rápido- en atravesar una zona de punta a punta limpiando cada zona de enemigos hasta que la historia avance; abriendo la puerta a las ventajas derivadas de las subidas de nivel y el equipamiento que llevamos.
Pero, claro, al final nos topamos con que en Final Fantasy 16 las batallas coquetean o directamente se plantean al estilo de los hack'n slash.
Y eso no es malo si se plantea bien, que conste. Si al final enriquece al conjunto o se logra aporta emoción al jugador. A quien abordará la saga principal de Final Fantasy por primera vez a través de esta entrega o aquellos que seguimos enamorados de los combates por turnos. ¿Cómo olvidar la primera vez que volamos el reactor de Midgard en Final Fantasy VII?
Sobre todo, cuando es a base de atacar mientras nuestros propios enemigos esperaban pacientemente a que terminemos de decidir el tipo de golpe.
La imborrable huella que te deja el primer Final Fantasy al que juegas
Da igual cuando leas esto: no te sabría decir qué cené hace dos días, pero recuerdo casi como si fuese ayer cómo se vivió el lanzamiento de Final Fantasy VII. De manera mucho más clara que las clases a las que debería estar atendiendo, todo sea dicho. Las prioridades de un adolescente de 15 años, incluso allá por 1997.
Sony tiró la casa por la ventana a la hora de promocionar la nueva entrega de una saga que, hasta entonces, al grueso de los españoles le importaba más bien poco. Entre otros motivos, porque ninguna de las seis entregas anteriores había sido publicada en territorio europeo. Mientras Final Fantasy arrasaba en Japón y no terminó de cuajar en Estados Unidos, nosotros sentimos completa indiferencia cuando Squaresoft anunció que, tras seis entregas emblemáticas, el futuro de su gran franquicia, su buque insignia, estaría ligado al de PlayStation.
Ojo, que si bien había JRPGs lanzados en sistemas de videojuegos del viejo continente, para toda una generación la toma de contacto con Final Fantasy VII supuso el ariete de todo un género de videojuegos. Aquel revuelo tan excepcional montado para que la primera PlayStation acogiese el videojuego más caro del mundo estaba más que justificado aportando personajes, momentos, acontecimientos e historias que han trascendido hasta nuestros días.
Squaresoft (antes de que se produjese la fusión hacia la actual Square Enix) no ofrecía únicamente cinemáticas alucinantes convenientemente digitalizadas en tres CDs o un sistema de combate por turnos que heredaba los aciertos de Final Fantasy IV (de dónde viniera nos importaba un comino, ya que no había nada comparable) sino que puso sobre la mesa temas que sabían arraigar en el jugador.
Desde la importancia del medio ambiente al propio significado de la vida, pasando por el trago amargo de una pérdida que no vimos venir.
Y no lo vamos a negar, esos temas y esos mensajes tan potentes - no tan habituales en los videojuegos de consola por entonces- calaron de una manera extraordinaria en adolescentes que ya no veían los videojuegos como un entretenimiento juvenil, sino como algo mayor.
Sobre todo cuando aquella obra faraónica que emanaba ambición desembocaba en su conjunto hacia un final apoteósico y a una escala alucinante. Logrando que el jugador perciba que lo que está vivendo a los mandos es también uno esos momentos que merece la pena atesorar. Incluso cuando, en la práctica, ni siquiera hemos llegado a salir por la puerta de nuestra casa. En un gran porcentaje de los casos, ni siquiera de nuestra habitación.
Dicen que el primer Final Fantasy al que juegas es el que más te marca. En cierto modo, es el que te sirve de referencia para los que vienen después. Quizás Final Fantasy VII no es el mejor de todos pero, como ese primer amor de juventud, logra que lo veas de un modo especial y te prepara para lo que vendrá después. Como un Final Fantasy VIII que elevó el listón en cada apartado o un Final Fantasy IX con el que, según Sakaguchi, la saga tocó techo.
¿Y qué pasaba con los seis juegos anteriores? Bueno, a partir del cambio de milenio Square llegó a la conclusión de que podía ser interesante lanzarlos en Europa. Para muchos apasionados por los videojuegos actuales, éstos siempre estuvieron ahí. Como un remake, en digital, como parte de un recopilatorio o a un toque de distancia para ser descargado en el móvil. O de cualquier otro modo alternativo.
En el caso de mi generación, los Final Fantasy de la etapa temprana y nintendera fue todo un descubrimiento. Y no lo voy a negar, en mi caso específico, una muy grata sorpresa.
Final Fantasy XVI frente al espejo de los clásicos originales
El impacto de Final Fantasy VII cambió el curso del género de los JRPGs, juegos que durante una década fueron muy de nicho para el público occidental, y se convirtió -junto las entregas posteriores y aquellos que supieron ver la oportunidad- en una sucesión de estupendos representantes en un fenómeno ya consolidado en todo el mundo.
Retomando nuestro tema original, Square había sabido equilibrar de manera magistral los elementos variables con los elementos característicos de Final Fantasy. Las marcadísimas influencias de Dungeons & Dragons y Wizardry del primer juego de la saga Final Fantasy apenas eran visibles salvo por lo heredado y perfilado en el sistema de combates por turnos. E incluso en esas, Square ya bebía más de los trabajos anteriores que de fuentes externas.
A nivel jugable suponía, Final Fantasy VII era la evolución del Active Time Battle (ATB) introducido en la cuarta entrega, añadiéndole alguna que otra capa adicional de profundidad. Sin embargo, a nivel técnico aquello estaba a otra liga. Personajes poligonales, fondos pre-renderizados, cinemáticas de vanguardia. Sin menospreciar ni los hitos logrados con el pixelart de NES y el Modo 7 de SNES, Square puso todo el potencial de la primera PlayStation al servicio de aquella obra.
Del mismo modo que Final Fantasy 16 lo hace con PS5, por cierto.
Sin embargo, a la hora de medir el calado y el éxito de un juego, los logros técnicos suman, pero no son lo verdaderamente decisivo: Sakaguchi consideró que la recepción comercial de Final Fantasy 6 había sido relativamente modesta hasta que, muchos años después, vió como en occidente se pasó a idolatrar el juego. A destiempo, eso sí.
De hecho, el caso de Final fantasy 6 es digno de estudio, ya que como recordó el mismísimo Nobuo Uematsu muchos años después, cuando se terminó Sakaguchi estaba plenamente convencido de que se trataba del mejor y más ambicioso Final Fantasy jamás hecho.
Todavía recuerdo cuando, durante la fiesta de lanzamiento de Final Fantasy 6, el siempre estricto Sr. Sakaguchi dijo durante su discurso. 'Gracias a cada uno de ustedes, ¡hemos creado el mejor juego del mundo! ¡No! ¡El universo! ¡Gracias!' Lloré. Había lágrimas en mi cara.
Esas lágrimas me hicieron darme cuenta de cuánto había puesto de mi mismo en el proyecto. ¡Espero que los juegos de Final Fantasy siempre sigan siendo una fuente de alegría, no solo para los fans, sino también para los desarrolladores!
Teniendo en cuenta todas las diferencias que saltaban a la vista entre aquel juego y el Final Fantasy original, es posible establecer ciertos patrones. O, al menos, cuales son los elementos característicos. Y pese a que con la séptima entrega esos mismos criterios quedaron todavía más difuminados, Square tomó una decisión acertada: acentuar los aciertos y con ellos crear nuevos cimientos con los que consolidar una saga que ya no aspiraba únicamente a contentar a los fans, sino a sentar cátedra y marcar los tiempos de la industria del videojuego.
Lo cual nos lleva al momento actual. O, más bien, al planteamiento de un Final Fantasy 16 que recupera muchos de los elementos de los juegos originales, pero cuya mayor influencia -de largo- son las cuatro últimas entregas. Porque al final todo se resume en dos aspectos cruciales que ya estaban presentes en Final fantasy 2.
- Ofrecer una aventura todavía más emocionante que en la entrega anterior
- Y llevar la saga a una audiencia cada vez mayor
Y, si bien, hubo un tiempo en el que el público nipón tenía una alucinante variedad de opciones a la hora de escoger un JRPG de temáticas de fantasía o ciencia ficción, con combates por turnos y protagonistas medianamente enigmáticos, Square Enix nos ha dejado constancia de que en de un tiempo a esta parte los géneros más lucrativos son el Battle Royale y el Action RPG.
Como comentamos algo más arriba, eso no es malo.
Final Fantasy 16, ¿un heredero legítimo del legado de Sakaguchi?
La única manera de recoger papeles sobre un tema tan espinoso como definir si Final Fantasy 16 retiene la esencia de la saga es a través de una doble perspectiva: qué elementos característicos hay con respecto a todas las entregas anteriores y cómo de fiel es a la visión original de Sakaguchi a la hora de crear el primer juego de la saga. Dos cuestiones que, por cierto, pueden ser perfectamente compatibles.
Partamos de que a Hironobu Sakaguchi -y a casi todos los implicados en los juegos originales- le apasionaban la fantasía y los juegos de rol de papel y dados, además -y esto es esencial- de los videojuegos contemporáneos. Porque Final Fantasy no existiría si Dragon Quest no hubiese sido un súper exitazo en Japón, ni tampoco sin la influencia de juegos como Wizardry en sus creadores.
Con eso establecido, las influencias de Final Fantasy 16 siempre están a la vista: el tono, los conflictos entre los personajes y la manera en la que se teje la historia bebe tanto de la épica mostrada en los Final Fantasy modernos como del calado de las series y videojuegos actuales.
En especial, de Juego de Tronos. Uno de los nuevos referentes en cuestión de fantasía oscura, todo sea dicho.
Si juegas a la demo de Final Fantasy 16 verás que la manera en la que se dibujan los personajes y los acontecimientos es una extensión de las lecciones aprendidas tanto de los libros como de la serie de HBO. Y no solo en lo narrativo, sino también en lo artístico: la ambientación en interiores o el empleo de iluminación tiene descarados paralelismos con las actuales producciones de fantasía oscura.
Y es imposible negar que, sin adentrarnos en los acontecimientos, incluso hay más de cinco escenas específicas que parecen calcadas de El Señor de Los Anillos: las Dos Torres, de Peter Jackson.
Podemos debatir largo y tendido -si lo deseas- sobre si Final Fantasy acertó o no al deshacerse de los combates por turnos, pero está claro que -por mucho que a muchos nos apasionen- desde fuera se ven rutinarios, repetitivos y excesivamente complicados, con lo que (partiendo de lo que ya comentamos) Square Enix estaría limitando el alcance de cada entrega.
Pero incluso en esas, te confieso que no esperaba que en Final Fantasy 16 las mecánicas de ataques y combos estuvieran bastante más alineadas con los Arena Fighters tan recurrentes de los animes de la JUMP (creados así para que todos puedan hacer grandes combos sin ser expertos) que con los juegos ARPG producidos desde FromSoftware.
Dicho lo cual, toca despejar la gran incógnita: la palabra que define a Final Fantasy 16 y, por extensión, el elemento característico de la franquicia aplicable a toda la saga principal, es la ambición. La determinación sin medida por ofrecer el máximo juego de Fantasía jamás producido capaz de emocionar a cualquier jugador. El empeño por exprimir el hardware y ponerlo al servicio de la obra.
Porque en Japón se producen incontables juegos de rol al año, pero solo hay una saga que ambiciona de manera genuina ser el nuevo máximo referente entrega a entra. Y esa saga, desde sus inicios, es Final Fantasy.
Algo que incluso va por encima de ofrecer un JRPG en favor de la acción, y se manifiesta desde los primeros compases de la gesta de Clive. A veces a base de cinemáticas colosales, otras mediante combates explosivos y, de vez en cuando, con algún que otro Quick Time Event.
Que no se me malinterprete: esto no es una justificación de ningún tipo. Mi opinión, y ya poniéndome una vez más subjetivo, es que Sakaguchi supo continuar lo que empezó con el primer Final Fantasy en juegos como Chrono Trigger o el mucho más reciente Lost Odyssey. Y Square Enix tiene muy presentes, satisfechos y colmados de propuestas a los apasionados por los combates por turnos y el rol pixelado con juegazos como Octopath Traveler o Live a Live.
Pero igual que te digo lo anterior, respondo con contundencia a la pregunta con la que empecé: Final Fantasy 16 ya tiene lo que hace que una entrega de la saga sea un auténtico y genuino Final Fantasy. Ahora toca lo verdaderamente dificil: conseguir ese calado que han tenido las mejores, las más queridas y las más influyentes entregas. Algo que no se consigue simplemente con buenas ideas y un presupuesto astronómico.
Y pese a que Final Fantasy 16 va bien encaminado y sobrado de ambición, lo cierto es que el listón está altísimo.
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