La máxima paradoja del videojuego convertido en película tiene nombre: Warcraft: El Origen. Ninguna producción cinematográfica ha dividido tanto a la crítica del séptimo arte y a los fans del propio fenómeno en el que se basa y, siendo justos, los dos puntos de vista tienen la absoluta razón: la película dirigida por Duncan Jones es una superproducción con sonadas flaquezas, pero también una bestial manera de llevar la auténtica esencia de Warcraft a las salas de cine.
Warcraft: El Origen es pura fantasía épica con esos acabados casi caricaturescos de la Blizzard más inspirada. Un constante delirio de efectos especiales, tanto digitales como prácticos, que llenan la pantalla con planos estoicos. Un conjunto de elementos que al sumarse evidencian lo mucho que Jones y su equipo se tomaron en serio el desafío de llevar el mundo de Azeroth del videojuego a la gran pantalla y, en un doble giro mortal y sin red, reescribir el punto de inicio de la saga de estrategia y rol. El origen del eterno conflicto entre los orcos y la alianza.
Una superproducción de nada menos que 160 millones de dólares (según estima IMDB) que se dió el castañazo comercial en Norteamérica y, sin embargo, arrasó en la taquilla internacional llegando a triplicar su presupuesto en recaudación. Convirtiéndose durante años en la película basada en un videojuego más exitosa de la historia del séptimo arte hasta que Sonic y Pikachu invadieron las carteleras.
Y, sin embargo, incluso en esas Warcraft: El Origen sigue siendo un éxito: a diferencia de los films basados en los personajes de SEGA y Nintendo, estamos hablando de un filme de más de dos horas que no es precísamente de corte familiar o está convenientemente arropado por juguetes, menús infantiles y albumes de cromos. El retrato del universo del juego es tan crudo como se puede esperar de una película en el que los orcos protagonizan la mitad del metraje.
De hecho, Jones tampoco busca ganarse al cinéfilo, pese a ofrecer fotogramas, escenarios y batallas que son descomunales en pantalla. A quien se busca complacer es al jugador de Warcraft. Y en ese aspecto, Warcraft: El Origen lo borda. Lo cual no quita que hubiese una enorme campaña publicitaria y artículos exclusivos en World of Warcraft para dar la bienvenida a los nuevos jugadores. Algo que, como veremos, era parte del gran plan.
Entonces, ¿Warcraft: El Origen es una buena o una mala película? Si la mides con las grandes adaptaciones de novelas como El Padrino, El Señor de los Anillos o Jurassic Park nos encontramos con que carece en todo momento de esa esencia intangible que distingue a los clásicos del cine del resto de las películas. Pero si lo comparas con cualquier otro videojuego llevado a la gran pantalla y te apasiona Warcraft, especialmente las entregas clásicas de estrategia, vas a alucinar desde el minuto uno.
Empezando, por cierto, por una alucinante escena de apertura que rinde homenaje al glorioso Warcraft III: Reign of Chaos.
Warcraft: Orcos contra Humanos
El mundo de Draenor se marchita, pero la Horda vivirá. Consumido por el fel, la magia maldita que consume la vida y corrompe a sus usuarios, el planeta originario de la raza de los orcos está al borde de su propia destrucción. Gul'dan, el brujo más poderoso de la Horda, ha usado el fel en un acto desesperado y arrebatando vidas para crear un portal hacia otro mundo. Pero lo que para unos es una vía de escape, para los pacíficos habitantes del mundo de Azeroth supondrá la propagación de un mal mayor.
Hasta la llegada de la Horda, en Azeroth ha reinado la armonía. No es que no haya notables diferencias y tensión entre las diferentes razas y culturas, pero la vía diplomática siempre está abierta. Los humanos, los elfos y los enanos conviven y exploran la virtud del conocimiento, los secretos de la magia y la ciencia que nace de la curiosidad y el afán de superación. La Alianza, liderada por el rey Llane Wrynn de Ventormenta, prospera sin dejar de forjar armas de cara a una posible guerra. La entrada en la ecuación de la raza orca les obligará a usarlas.
Los orcos son una raza mucho más fuerte y bruta de los humanos y el resto de habitantes de Azeroth. Menos ortodoxos y disciplinados en combate, pero con una agresividad innata que los convierte en guerreros capaces de reducir con relativa holgura a sus adversarios. Sin embargo, su mayor fortaleza no reside en su tamaño, su enorme constitución o su naturaleza salvaje, sino en su sentido del orgullo y del honor. Algo que Durotán, el líder del clan del Lobo Gélido, no ha olvidado pese a la cada vez mayor influencia del fel en la Horda.
Si bien, parte de la Horda ha logrado llegar a Azeroth a través del portal de Gul'dan y los orcos se han comenzado a instalar en madrigueras y fortificaciones, todavía quedan incontables clanes esperando escapar del mundo de Draenor. Para traerlos será necesario construir un nuevo portal y la extracción más vidas. La Alianza, alarmada por la amenaza de los orcos, deberá contrarrestar y prepararse para una batalla decisiva. Y pese a que, quizás, sus tropas carezcan de la fuerza y el espíritu de la Horda, cuentan con un poderoso aliado: el poderoso mago Medivh, el Guardian de Azeroth.
El tema de la película Warcraft: El Origen está presente desde el principio: de la luz viene la oscuridad y de la oscuridad la luz. En lugar de ofrecer al espectador una superproducción de fantasía épica en la que el bando de los justos y el de las fuerzas del mal está perfectamente definido, se busca y logra representar la esencia del videojuego en la que las dos facciones destinadas a colisionar cuentan con héroes, villanos, traidores y dos o tres personajes que rotan entre esos tres roles conforme progresa el metraje.
Porque una de las claves de Warcraft: El Origen es que no hay una facción del bien y otra del mal. La colisión de razas y culturas es inevitable, pero en en esta guerra de fantasía hay dos posturas a tener en cuenta.
La representación de universo del videojuego y su lore quizás no sean exactamente las mismas, pero tampoco es un problema de cara al verdadero reto: reescribir los acontecimientos del primer juego, el de estrategia, y el colosal trasfondo para un formato tan diferente como es el cine, condensarlo en poco más de dos horas y, en última instancia, impresionar tanto a los fans de Warcraft como a los que jamás han puesto un pie en la Azeroth digital.
Es más, Micky Neilson (ex-Blizzard) matizó que Warcraft: El Origen es un universo separado. Algo así como lo que ocurre entre los cómics de Marvel y el Universo Cinematográfico. Con todo, hay que admitir que como universo separado se logró una adaptación espectacular. Sobre todo, de cara a las altísimas expectativas generadas: desde que se anunció la película hasta el día de su estreno pasaron nada menos que diez años. Por ponerlo en perspectiva, World of Warcraft acababa de arrancar en 2006 cuando Blizzard anunció la película y se acabó estrenando un mes después del lanzamiento de Overwatch.
El brutal conflicto entre la Alianza y la Horda estalla en la gran pantalla
Como comentamos al principio, Warcraft: El Origen fue una debacle en la taquilla de Estados Unidos. Universal Pictures (el estudio de la película de Super Mario Bros.) y Legendary Pictures se asociaron con una Blizzard plenamente participativa en la creación de la película y se toparon con una fría acogida comercial y unas impresiones horribles en los medios especializados. Por suerte, la taquilla internacional -especialmente la China- lograron reflotar la superproducción y catapultarla a un éxito.
¿Cómo es posible? A modo ilustrativo, la puntuación de la crítica profesional en Metacritic es de 32 sobre 100. La puntuación de los usuarios, no obstante, es de un 8.1 sobre 10. Y eso en Metacritic es una pasada, incluso cuando se trata de un portal que sirve a modo de desahogo para medio internet o como habitual medida de castigo para las desarrolladoras de videojuegos. El propio Warcraft III Reforged fue enterrado en tiempo récord en el mismo sitio convirtiéndose en el videojuego peor valorado de PC.
Entonces, ¿estamos ante una buena película? Vayamos por partes: a diferencia de otras adaptaciones, Blizzard se tomó muy en serio cómo y de qué manera llevar Warcraft a la gran pantalla. De hecho, despreció de manera tajante la postulación de Uwe Boll a dirigirla, con razón, y eso que encontrar un director no fue nada fácil: pese a que el anuncio de la película se hizo en 2006, no sería hasta 2013 que Duncan Jones tomaría las riendas del proyecto, en sustitución de un Sam Raimi que decidió volcarse por completo en Oz: un mundo de fantasía.
Pese a que Jones estaba muy empapado en el universo del juego, lo cual se nota en Warcraft: El Origen desde el primer fotograma, la otra realidad es que más allá de la presión de llevar el fenómeno a otro formato sufrió dos terribles reveses personales durante el proyecto: su mujer fue diagnosticada con cáncer y antes de estrenarse la película esa misma pesadilla se llevó a su padre, el legendario cantante David Bowie. Jones lidio con ambos acontecimientos y logró retratar la genuina Azeroth de los videojuegos en la gran pantalla.
Jones no estuvo solo, de hecho contó con la inestimable ayuda de una Blizzard absolutamente volcada con el proyecto, lo cual no siempre se da en las adaptaciones del videojuego al cine, un presupuesto y una producción mastodóntica y unos alucinantes efectos visuales por parte de Industrial Light & Magic que siguen siendo de vanguardia en la actualidad. Combinando la estética de los juegos, con orcos hipermusculados y armaduras humanas casi de caricatura, con el de las grandes producciones de fantasía de Hollywood.
El gran plan detrás del proyecto también supondría una piedra angular para el futuro de Warcraft y una Blizzard más que dispuesta a iniciar una aventura hollywoodiense: si bien, la trama de World of Warcraft había crecido y evolucionado de manera absolutamente épica desde su lanzamiento, la base y el origen de toda la saga seguía estando en un Warcraft publicado en 1994 y varias novelizaciones.
Redefinir y unificar el inicio de la historia y ofrecerlo en un formato atractivo para los fans y al gran público era una jugada maestra.
El estreno de Warcraft: El Origen provocó algo inusual. Como comentamos, como película y superproducción hollywoodiense de fantasía palidecía ante los referentes más cercanos. Era y sigue siendo un espectáculo visual con un enorme despliegue en decorados, vestuario, reparto y efectos digitales, pero a nivel cinematográfico no jugaba en la liga de las grandes obras de fantasía épica contemporánea, incluyendo una trilogía del Hobbit que se quedó lejos de igualar la marca dejada por el Señor de los anillos.
Y, sin embargo, como adaptación es máxima devoción a la obra original. Con montones de licencias por aquí y por allá para comprimir la llegada de los orcos a Azeroth y alentar el conflicto entre la Alianza y la Horda en algo más de dos horas que se pasan ligeras a los fans, pero se hacen densas e interminables al que simplemente busca refugiarse en una película de espadas y brujería.
Una película en la que, por cierto, las actuaciones de algunos orcos creados digitalmente a veces supera al de los actores de carne y hueso que simplemente están vestidos con túnicas y armaduras.
Si Blizzard hace tan buenas cinemáticas, ¿por qué la película no le gustó a todo el mundo?
Como comentamos al principio, hay dos varas de medir Warcraft: El Origen. Si la miramos con los ojos de un apasionado por el séptimo arte podemos salir escaldados porque, no lo vamos a negar, los acontecimientos del primer videojuego de Warcraft se crearon para servir de contexto a un juego de estrategia y eso da pie a montones de licencias y cambios forzados.
Pero, tanco como punto de partida al universo Warcraft o como espectáculo para aquellos que han estado muy metidos en él a través de los videojuegos, las novelas, los cómics y todo lo relacionado con su lore, es un auténtico sueño cumplido en la gran pantalla. La manera en la que la brutalidad de la Horda o el uso de la magia se ha plasmado con credibilidad y de manera genuina es sencillamente intachable.
Un sueño que, por cierto, nos dejó con montones de escenas eliminadas y la puerta abierta a una secuela ambientada en Warcraft II o Warcraft III que -quizás- jamás será: pese a que Activision Blizzard retiene sus intenciones de llevar la franquicia de nuevo a la pequeña y gran pantalla, el propio Duncan Jones duda que haya planes de dar continuidad a este universo creado a medida para las salas de cine.
A partir de aquí la pregunta del millón: la división cinematográfica de Blizzard está entre lo mejorcito de la industria del videojuego. Es capaz de crear historias cortas de cinco minutos o menos que piden ser vistas en bucle hasta la saciedad. Logra que incluso quienes no son demasiado diestros con los videojuegos se vean reflejados o admiren de manera genuina a sus héroes y villanos. ¿Cómo es entonces posible que con ese talento no se haya logrado producir una película que no le gustase a todo el mundo?
La otra realidad es que, pese a que Warcraft: El Origen es un auténtico espectáculo que estalla en pantalla y cuyos detalles y mimo ganan puntos enteros en resolución 4K, su manera de calar en el espectador es caprichosa: para aquellos a los que los nombres de Gul'dan, Medivh, Garona o Khadgar no les aporte nada verán una película en la que humanos y orcos, magos y guerreros, colisionan en pantalla sin nada especial salvo unos efectos espectaculares.
Todos los demás contemplarán ilusionados y a través de Warcraft: El Origen cómo se debe llevar bien un videojuego a la gran pantalla.
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