Hubo un Assassin's Creed ambientado en España. Más concretamente, en la Andalucía de 1492. Un año y una localización especialmente interesantes, ya que se conjugaron diversos factores como la llamada reconquista de los Reyes Católicos, el inicio del descubrimiento del nuevo mundo o la proclamación días después de Rodrigo Borgia como Papa. El último asunto lo abordamos -y resolvimos- a través de los videojuegos en Assassin's Creeed II. Los otros dos se usaron de contexto para dar forma a la película de Assassin's Creed de 2016.
Porque el proyecto dirigido por Justin Kurzel y liderado frente a las cámaras por Michael Fassbender (David en Prometheus o Magneto desde X-Men: Primera Generación) no es una adaptación de los videojuegos, sino una expansión genuina de su universo creada junto a la propia Ubisoft. Como los cómics, las novelas y cualquier cortometraje realizado por la compañía gala o bajo su supervisión directa. Y, no lo vamos a negar, la manera en la que está construida la saga permite muy bien que se hagan este tipo de jugadas tan atrevidas.
Dicho de otro modo: Assassin's Creed: la película no solo está totalmente basada en las entregas publicadas en consolas y PCs, sino que se integra entre ellas hasta formar parte de ese universo de manera absolutamente legítima. Y, sin embargo, más allá de esa premisa, supuso una enorme decepción. Tanto de cara a los fans como a los apasionados del cine de acción y aventuras.
Sus duras críticas de usuarios en Metacritic o Rotten Tomatoes son tan desoladoras como especialmente disuasorias, lo cual resulta chocante teniendo en cuenta que apenas se contradecía lo ocurrido en los videojuegos y en pantalla estaban todos los ingredientes que se le deben pedir a un Assassin's Creed: las enormes localizaciones históricas atravesadas con movimientos de parkour, unas conspiraciones a gran escala que trascienden generaciones enteras y esos dilemas morales resueltos a base de desenfundar y dar uso a la hoja oculta del gremio de los asesinos. Todo esos elementos están presentes en la película.
Lo curioso es que, a diferencia de todos esos videojuegos en los que hay que hacer piruetas de guión y añadir enormes cucharadas de libertad creativa para acomodarse al lenguaje cinematográfico, la naturaleza de la propia saga Assassin's Creed hace que sus contenidos se presten de maravilla a ofrecer una experiencia palomitera. O, al menos, una trama Made in Hollywood que ofrezca escenas llenas de acción, aventura y montones de efectos especiales. Todo envuelto en paisajes que nos dejan fotogramas dignos de convertirse en póster. Ingredientes de una receta a la que estamos muy acostumbrados en los videojuegos y que, por cierto, también dicen presente en el filme de 2016.
Entonces, ¿Assassin's Creed, la película fue un acierto o un error? Siendo sinceros, la película protagonizada por Michael Fassbender no es una debacle, pero en el camino se pierde la perspectiva de lo que hace fascinante y atractivo al juego. De hecho, su producción y su trama juegan más en la línea de las súper producciones de los grandes estudios que del cine de videojuegos popularizado por Uwe Boll (quien, por cierto dirigió la película de Far Cry) y de las cuestionadas adaptaciones de principios de los 90. Es decir, del sinsentido de Super Mario Bros. o esa Street Fighter: La Última Batalla que es tan mala que hasta despierta cierta simpatía.
El filme protagonizado por Fassbender, sin embargo, tropieza con otro tipo de piedras que merece la pena abordar de manera muy especial: Assassin's Creed, la película, ofrece un contenido que se hubiese llevado un golpe todavía mayor de haber salido en formato videojuego y, para colmo de males, apenas logra cautivar al espectador casual. Eso, se mire como se mire lo convierte en el patito feo dentro de la saga en su conjunto, pese a que la historia del assassin Aguilar de Nerja no tiene lugar en un videojuego.
Redescubriendo la historia de Aguilar de Nerja, el assasin andaluz
Baja California, México. Es el año 1988 y la imagen es desoladora. El joven Callum Lynch, de apenas nueve años, está inmovilizado tras ver el cuerpo sin vida de su madre y a su padre, encapuchado y justo al lado, empuñando lo que parece un arma punzante que asoma desde la palma de su mano. Aquel asesinato debía ser la última imagen que debía ver con vida, pero su ejecución se celebrará formalmente casi treinta años después.
Es el año 2016, y el ya adulto y curado de espantos Lynch (interpretado por Michael Fassbender) se encuentra atado en una prisión y a punto de recibir la inyección letal. Su crimen fue asesinar a un proxeneta. Su condena: la pena máxima. Por suerte para nuestro protagonista, su código genético es la clave para encontrar a un tesoro de incalculable valor. Algo que no ha pasado desapercibido para Abstergo, una mega-corporación internacional y a la vez la tapadera de una orden centenaria conocida como los Templarios.
Aquella farsa de la ejecución no se orquestó por salvar a Lynch, sino porque su legado genético es la pieza que falta para obtener una reliquia divina: el fruto del Eden. Un orbe metálico del tamaño de una simple manzana cuya sabiduría contenida permitirá a Abstergo, y por extensión a los Templarios, eliminar la violencia de la faz de la Tierra, así como conceptos como la insurrección o el libre albedrío. ¿Qué relación hay entre un triste condenado a muerte y aquel prodigio? Básicamente, que Callum Lynch es el último descendiente con vida del assassin conocido como Aguilar de Nerja.
Durante cientos de años, una hermandad ha frenado y combatido los retorcidos planes de los Templarios: los Assassins. Una sigilosa y letal orden de asesinos en la sombra repartidos a través del mundo conocido y comprometidos, entre otras causas, a que el fruto del Eden no caiga en manos de aquellos que atentan contra la libertad. En el año 1492 el orbe se encuentra custodiado en Andalucía por el mismísimo sultán Muhammad XII y, a su vez, éste y su familia cuentan con la protección de los Assasins. Incluyendo, entre otros, el propio Aguilar de Nerja.
Tomás de Torquemada, quien no solo formaba parte de la orden de los Templarios, sino que dirigía la propia Inquisición Española, estableció un no tan retorcido plan con el que conquistar el Reino de Granada para los reyes católicos y hacer que Muhammad XII le diese el fruto del Edén: secuestrar a su hijo Ahmed, príncipe de Granada y establecer un conveniente canje. Y es ahí donde entran en juego tanto el talento de assassin de Aguilar como la herencia genética de Callum.
Abstergo sabe que Agular de Nerja logró recuperar el orbe de manos de Torquemada y, tras ello, ocultó durante siglos su paradero. Un enigma que Callum les ayudará a resolver gracias a sus avances con la tecnología del Animus, una enorme máquina que proyecta y hace revivir cualquier recuerdo de los antepasados que se haya almacena en los genes. Si Callum recrea los recuerdos de Aguilar a través del Animus, los Templarios del presente obtendrán la localización del fruto del Eden.
Pero lo que ni los científicos de Abstergo ni la Orden templaria sospechan es que al despertar esos recuerdos y las emociones del credo de los asesinos en Callum también le están dando una causa por la que luchar. Algo muy peligroso para sus planes, ya que -a fin de cuentas- se trata del último descendiente del mismísimo Aguilar de nerja.
En la película de Assassin's Creed hay más sombras que luces, literalmente
Entender qué está pasando en Assassin's Creed, la película de 2016, es más complicado de lo necesario. No por su trama, la cual es mucho más liviana y simple que la de cualquiera de los videojuegos de Ubisoft, sino por el modo en el que está rodado todo, se lleva el resultante a un metraje tan caótico como excesivamente predecible y finalmente las buenas ideas se desinflan poco a poco ante el espectador.
No es que la película de Assassin's Creed carezca de secuencias movidas, sino que es incapaz de hacer que el espectador se sienta emocionado o realmente inmerso en cualquiera de las dos tramas que suceden. La de la Andalucía de 1492 y la que tiene lugar en los laboratorios de Abstergo en Madrid durante 2016. Un doble problema que en este caso concreto tiene mucho delito teniendo en cuenta que hay batallas que transcurren en paralelo en dos épocas diferentes, podemos ver secuencias de parkour y hasta se cuenta con varias localizaciones que son verdaderamente espectaculares.
¿El problema nace de la sala de montaje? En parte sí, pero ese es el menor de los males. Lo cierto es que Justin Kurzel, el director, abusa de manera muy intencionada del uso de las sombras y los espacios oscuros en pantalla, siendo muy comedido en el uso de la luz durante las escenas con más diálogo y negándole de manera absurda esas grandes imágenes que se quedan en la retina a las escenas de más acción con tonos muy pardos.
Pero incluso con esas, existe una serie de cuestiones que definitivamente lastran las buenas intenciones y las grandes ideas planteadas sobre el papel.
De partida, y más allá de la propia trama y jugabilidad, el epicentro de todos los títulos de Assassin's Creed es el protagonista y el modo en el que éste acaba siendo un personaje con voz y presencia en cada juego creciendo en peso y presencia en paralelo a las habilidades del jugar. Da igual que sea Bayek, Ezio o Kassandra de Esparta.
Pero el tratamiento que recibe Aguilar de Nerja lo hace únicamente reconocible dentro de la saga por su disfraz. Como personaje, no ofrece nada interesante al espectador. Una aventura de Assassin's Creed, aunque sea en un medio tan diferente como es el cine, no puede permitirse girar en torno a un assassin que solo asoma en las escenas de acción y momentos repartidos a conveniencia del libreto. Nada más.
Podría entenderse lo anterior dado que en la película se nos presenta a Aguilar como poco más que una extensión del personaje de Callum, quien lleva las verdaderas riendas de la película e interactúa desde el presente. Es más, los dos personajes son interpretados por Fassbender. Pero, desafortunadamente, el gran reclamo tanto de la saga Assassin's Creed como de la propia película recae en su manera de ofrecer la sensación de aventura y acción en periodos y localizaciones históricas con un atractivo especial. Precisamente, el área que más cojea en el montaje de la película.
No porque no haya buenas localizaciones que deslumbren durante persecuciones a caballo o a pie, o fondos que nos sumergen de lleno en la época de la reconquista a través del revoloteo de un majestuoso águila. No faltan las peleas con espadas y ni el parkour sobre tejados construidos hace más de medio milenio; sino porque al final uno siente que el grueso de la película transcurre durante el presente y, a partir de ahí, se le intenta añadir sustancia al metraje con secuencias de acción en ambas épocas cuya única razón de ser es darle más ritmo a una cinta con poca sustancia.
Dicho de manera más simple: a la hora de edificar un Assassin's Creed para la gran pantalla, la producción de Fox hizo la casa empezando por el tejado, y en lugar de centrarse en enriquecer el periodo histórico y el personaje de Aguilar de Nerja se centró casi por completo en cimentar los acontecimientos del presente. Quizás, pensando en futuras secuelas que jamás llegaron a rodarse.
Tampoco hay un gran misterio que le de forma y contexto a la trama y la prolongue más allá de las dos horas de metraje, ni tampoco se necesita que lo haya, pero lo cierto es que las incursiones a la España de los Reyes Católicos, quienes tienen su cameo, se usan como mero pretexto para ofrecer escenas de acción muy concretas y, de manera más conveniente y descarada, recuerdos muy específicos que aportan lo suficiente para que la trama del presente avance. De hecho, el fruto del Edén es un McGuffin de manual.
¿Qué entendemos por escenas de acción? Nos referimos a clichés recurrentes basados en persecuciones en carruajes, quemas públicas por parte de la inquisición que acaban en predecibles escapadas y hasta un rescate con todos los tópicos imaginables -incluido el intercambio forzado del villano de turno a cambio de la vida del interés romántico del protagonista- en la Alhambra que desperdician el rico trasfondo que puede ofrecer la Andalucía de 1492. Y eso, a todas luces, es un error fatal tanto para el fan de Assassins Creed como el espectador casual cautivado en mayor o menor medida por los tráilers y los posters promocionales.
Elementos que sumados eclipsan sus aciertos, porque los hay. Desde su premisa de extender de manera genuina la historia que comenzó en los videojuegos a una producción que muestra en pantalla todos los elementos esenciales de la saga Assassin' Creed. Y, sin embargo, cuando uno empieza a cuestionarse si la cantidad de metraje que transcurre en el presente es quizás demasiado en comparación a lo prometido en los avances se produce lo inevitable: el interés por lo que ocurre en pantalla se comienza a desinflar.
En la película de Assassin's Creed nada es verdad y todo está permitido
¿Como presentar la saga Assassin's Creed a quien no ha tocado ninguno de los juegos? No es ningún secreto que las adaptaciones de los videojuegos a la gran pantalla tienen un doble propósito que, más allá de expandir la franquicia en nuevos frentes comerciales, pasa por afianzar la marca de cara al gran público. Por lo general, eso beneficia a todos, incluidos unos fans que a veces se llevan una de cal y otra de arena.
En el caso de Assassin's Creed se intentó hacer algo diferente y original: ofrecer un punto de partida para los nuevos espectadores y también un episodio inédito para los fans de los videojuegos. Y, como decimos, había estupendos mimbres para hacer algo bueno. Sin embargo, y pese a no ser una mala película o una producción mediocre, tropieza en lo más tonto: ofrecer entretenimiento y un protagonista assassin incapaz de dejar huella o despertar la empatía del espectador.
No se puede decir que Michael Fassbender fallase en lo relativo a su parte o no se volcase lo suficiente a la hora de dar vida a los personajes de Callum y Aguilar. Pese a que no conocía la saga de videojuegos hasta hacerse con el papel, se volcó de lleno en el proyecto e incluso tomó parte tras las cámaras como uno de los productores de la misma. Es más, en la versión original de la película Fassbender dice todas y cada una de sus frases en castellano, pese a que se nota que no le terminó de pillar el truco al idioma. Y pese a que había sonadas licencias y libertades, éstas incluso se pueden llegar a entender.
Un ejemplo de ello es que la tecnología del Animus ya no se realiza conectándose a un aparato y entrando en una especie de sueño, sino que se usa una especie de gigantesco brazo mecánico en el que se reproducen los movimientos del ancestro durante la simulación. Podrá gustar más o menos, pero esto no solo permitía dar más peso y forma a la evolución del personaje de Callum sino que también evitaba incómodas comparaciones con The Matrix.
Lo cual sirve para ilustrar cómo un conjunto de muy buenas y prometedoras ideas se acaban disolviendo gradualmente en una película a la que no logra destacar y, sin ser mala, cuesta horrores darle una segunda oportunidad.
Los planes originales de cara a la película de Assassin's Creed, tal y como se deja entrever por su final, es que fuese el trampolín de una trilogía cinematográfica. Seis años después de su estreno entendemos los motivos por los que no se ha movido ficha desde entonces, y no tienen que ver con el anuncio de la adquisición de Fox por parte de Disney al año siguiente de su llegada a las taquillas.
Y, sin embargo, pese a todo lo que podía haberse hecho mejor, hay que concederle algo a la cinta: Assassin's Creed declinó ser una simple adaptación mejor o peor de lo ya visto en consolas y PCs para atreverse a darle continuidad a la saga de videojuegos en la gran pantalla. Una entrega que se lanzó directamente en las salas de cine. Un movimiento valiente y, a la vez, una genialidad.
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