Pasé bastante de puntillas por Space Run, un juego de estrategia y construcción de 2014 muy recomendable, pero pude ver suficiente de él como para alegrarme al conocer que Passtech Games tenían una nueva aventura en el horno: Curse of the Dead Gods.
Aquí, cambiando la estrategia a lo tower defense por el roguelike y la ambientación espacial por una tumba azteca, el equipo galo vuelve a demostrar su buen gusto y atención por el detalle con un juego muy prometedor. Una experiencia tan dura como adictiva que, una vez más, vuelve a sumar buenas ideas a un género bastante explotado.
Un roguelike sólido y con buenas ideas
De la mano del típico aventurero nos introducimos en un templo plagado de monstruos, trampas y maldiciones. A primera vista sigue la línea habitual de este tipo de juegos. Entra en una sala, acaba con todo lo que se te cruce y roba todo lo que esté a tu alcance, sea eso dinero, nuevas armas o reliquias que potencien tus habilidades.
Entre sala y sala se nos muestra un mapa en el que dirigir nuestro camino, que puede ser más o menos largo según lo hayamos elegido antes de entrar al templo, para acceder a zonas centradas en nuevas armas, poderes, oro o lo que creamos necesario en ese momento.
En todas ellas una serie de seres de ultratumba que no darán cuartel y que, a menos que tengamos una secundaria que permita hacerles parry, nos tendrán dando volteretas de aquí para allá con miedo a quedarnos sin stamina si no las ejecutamos en el momento preciso.
Por suerte para nosotros, tanto las trampas del templo como las bonificaciones ofrecidas por nuevas armas, servirán para facilitarnos las cosas valiéndonos de una visión más estratégica.
Fuego, bombas y pinchos a los que empujar a los enemigos y que, junto a las mejoras que vayamos recogiendo para nuestro personaje, permitirán despachar con más facilidad al simplón esqueleto que nos ponía contra las cuerdas dos salas atrás.
Con seis tipos de enemigos, 35 salas distintas y un arsenal de 45 armas, Curse of the Dead Gods no se aleja demasiado de lo que veríamos en cualquier otro título similar. Sin embargo cuenta con una baza que consigue hacer de cada run una experiencia distinta, las maldiciones.
La maldición como moneda de cambio
Ya sea por los continuos ataques de los enemigos, por ir avanzando en las salas o como moneda de cambio, una barra de maldición se irá rellenando para instaurar una nueva maldición cada vez que llegue al máximo.
A partir de ese momento se añadirán aún más problemas a los que ya tenemos, por ejemplo enemigos que explotan al morir, cofres que infligen corrupción al ser abiertos o ataques que reparten el daño entre salud y pérdida de oro.
El drama se acrecenta al permitirnos realizar pagos con oro o aumentando nuestra maldición, pudiendo así adquirir una nueva arma con lo que llevamos en el bolsillo o arriesgándonos a una nueva desventaja con desastrosas consecuencias.
A la sólida colección de premisas ofrecidas por su Acceso Anticipado se sumarán nuevos templos, enemigos, modos de juego y maldiciones, pero es justo reconocer que con lo que ya hay sobre la mesa estamos ante un juego bastante redondo.
Más que por una falta de contenido, el punto flaco de Curse of the Dead Gods está en el progreso y el balanceo. Al acabar una run se nos da la opción de gastar las calaveras que hayamos recogido en reliquias que dan mejoras pasivas y, a pesar de contar con mejoras interesantes, la mayoría no son lo suficientemente significativas como para tener la sensación de haber crecido.
Algo similar ocurre con muchas maldiciones. Están las que te invitan a tirarte de los pelos pero, por lo general, lidiar con la gran mayoría de ellas no es especialmente doloroso.
Mejorar las ventajas y hacer más duras las trabas harían de Curse of the Dead Gods un juego aún más interesante. Más allá de eso, tanto a nivel estético como jugable, me parece un fantástico punto de partida que estoy deseando ver crecer en su paso por Steam, PS4 y Xbox One.
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