Aprovechando la llegada de Call of Duty Modern Warfare Remastered a PS Plus he vuelto al juego consciente de que de allí sólo podía salir de una forma, reavivando la nostalgia o poniendo los pies en el suelo a mi memoria. Habría puesto la mano en el fuego para apostar que habría más de lo segundo que de lo primero, pero aquella revolución llamada Modern Warfare sigue generando sorpresas aún a día de hoy.
Pese a haberlo probado hace un par de años, cuando llegó por separado tras regalarse con una edición especial de Call of Duty: Infinite Warfare, reconozco que había perdido por completo el recuerdo de aquellas partidas. Las que se mantienen, y probablemente lo hagan durante mucho tiempo, son otras. Las relativas al lanzamiento del juego de Infinity Ward hace ya la friolera de 12 años.
Volviendo al clásico Modern Warfare
No me molesta reconocer que nunca he sido un gran jugador de Call of Duty. Sí he conseguido mantener un ratio positivo en cada uno de los lanzamientos que han ido llegando desde que en 2007 sentase las bases de cómo serían los multijugadores a partir de ese punto, pero pocas veces acababa primero o conseguía alcanzar las rachas más altas.
Puede que precisamente por eso recuerde con tanta fuerza la que considero mi mejor partida en la historia de Call of Duty. Fue en Modern Warfare, donde no había hueco para MOAB’s y desconozco por completo si quedé primero, fue una partida ajustada o una que se saldó con una victoria en mi equipo.
Lo único que recuerdo con una vividez alucinante es lo mucho que disfruté aquél encuentro. Cómo una partida que probablemente fue normalucha, consiguió quedarse grabada a fuego en mi cabeza y convertirse en vara de medir para lo que espero de un juego de estas características. Una frontera que, curiosamente por ser Respawn algo así como la sucesora de Infinity Ward, sólo la saga Titanfall ha conseguido traspasar.
Venía de ver por primera vez la película Black Hawk Down y, de la misma forma que el tema principal de Ridge Racer Type 4 me había ayudado a ganar carreras por el entusiasmo que me generaba, entré en Modern Warfare más flipado que nunca. Y así jugué, buscando el realismo que suponía parapetarme tras un muro, asomar la cabeza y realizar tres disparos a la cabeza, primero al que apuntaba desde un balcón a la izquierda y luego al que echaba a correr un poco más a la derecha.
La que sin duda recuerdo como la partida más épica que he jugado jamás se sucedía con una muerte tras otra, vaciando mis cargadores de forma eficiente y recogiendo armas del suelo para acabar con lo que me venía encima, primero una escopeta para abatir a bocajarro a un rival a escasos centímetros de distancia, después utilizando un rifle francotirador para acabar con otro rival desde la otra punta del mapa cuando la pantalla aún estaba en rojo por un ataque anterior.
Black Hawk Down Remastered
Si todo esto es importante es porque la suerte quiso que mi primera nueva partida a Modern Warfare Remastered empezase en ese mismo punto, jugando en uno de los mapas más divertidos de todos los que han pasado por la saga: Crossfire. Un pasillo plagado de escondrijos que ofrecía una línea recta fantástica para los encontronazos de un lado a otro de la calle y de una punta a otra del mapa.
Allí estaba yo, una década después y con el vívido recuerdo de un momento mágico producto de la adrenalina y fliparme en exceso. Sin intención de acercarme ni siquiera un ápice a lo vivido entonces, empecé a jugar temiéndome lo peor. Mis reflejos ya no son lo que eran, mi habilidad tampoco, y esperaba un encuentro plagado de gente mucho más viciada que yo.
Para colmo, al echar a correr tras el conteo inicial el mando de PS4 se convierte en la cosa más incómoda que he tenido nunca en las manos. En resumen, que si lograba acabar aquella primera partida en positivo, sería un milagro. Digamos que todo soplaba a favor de que iba a salir de allí escaldado.
Para mi sorpresa, a los pocos minutos empecé a recordar porque este juego marcó una época y una corriente dentro de la industria. Estaba en mi salsa pese a matar y morir casi a partes iguales, disfrutando cada encuentro y vanagloriándome de cada momento en el que conseguía una muerte que parecía imposible.
No es que hubiese vuelto a aquella mítica partida y mi yo del pasado hubiese tomado el control, es que lo que tenía delante era un shooter muy bien hecho, con una experiencia de disparo espectacular y un mapa lo suficientemente bien medido para que cada cruce pudiese ser escenario de un momento de película. A la par que recordaba los buenos momentos vividos con Modern Warfare, volví a entender hasta qué punto el truco para divertirse en él no estaba en ser un gran jugador, sino estar ante un gran juego.
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