Esta es una iniciativa en colaboración con Wizards of the Coast.
Una de las cosas que más me fascinan del mundo de Magic: The Gathering es todo el proceso que hay detrás de la creación de cada carta. Es un tema que ya hemos abordado alguna vez en nuestras Crónicas Magic, pero sigue pareciéndome una labor titánica.
Lo de sacar una expansión de cartas no sólo es un trabajo hercúleo por lo que supone a la hora de dar forma a cada colección, sus particularidades, su estilo artístico, su estilo jugable, que el lore antiguo case con el nuevo…
Es que supone hacer chopocientas cartas, que cuadren con lo que se ha hecho en expansiones anteriores, que resulten originales, que sean divertidas y que, de rebote, todo salga como la seda. Normal que esto último no siempre ocurra.
Esta es la historia de uno de esos casos. Uno en el que un despiste artístico acabó engrosando la enorme lista de los mayores errores de Magic, firmada por el mismísimo Mark Rosewater, y convirtiéndose en una de esas divertidas anécdotas a las que alguien como yo sólo puede rendirse con un "me podría haber pasado a mí".
Dragones y Mazmorras como fuente de inspiración
Estamos en 1995 y Magic: The Gathering está aún un poco en pañales. Ya lo peta, y tiene varias expansiones a sus espaldas, pero aún está lejos del mastodonte que hoy en día conocemos y, como tal, sus procesos no son tan exquisitos como los que podríamos encontrarnos en, qué sé yo, Kamigawa: Dinastía Neón, sin ir más lejos.
Por aquello de ser principiantes están un poco de vuelta de todo porque ya la han liado en alguna ocasión, pero están a punto de vivir su resbalón más épico hasta la fecha. Uno que, además, quedará más cerca de la broma interna que de algo que salpique a los jugadores.
El caso es que están trabajando en Ice Age y tienen una idea para una criatura negra que puede resultar interesante. Con un coste de cinco de maná, la criatura será un 4/3 con la posibilidad de ganar vuelo y perder -1/-0 hasta el final de turno.
Un espíritu o fantasma sería el candidato ideal, así que se ponen a buscar qué tipo de criatura podrían colar para darle más de empaque a la idea. Con en otras ocasiones, deciden acudir al libro de monstruos de Dragones y Mazmorras y pronto encuentran justo lo que estaban buscando.
El origen del Lémur hialóptero
De entre todos los monstruos con resistencia al frío se topan con los lémures, unos espíritus heredados de la mitología romana que tienen una pinta fantástica para esa carta. Hablamos del tipo de demonio más pobre y pocho que te puedes encontrar, una masa de carne y huesos hecho de quienes perdieron su alma en el infierno.
Si los demonios tuviesen vasallos, los lémures estarían ahí para limpiarles los zapatos a estos últimos. Desagradables, asquerosos, pero demonios al fin y al cabo, así que un bicho lo suficientemente peligroso como para no andarte con chiquitas cuando te cruzas con él.
¿Y lo de volar? Pues ahí viene la voltereta, porque estaríamos hablando de un lémur hialóptero. ¿Y qué narices es hialóptero? Pues un adjetivo que se utilizaba para dar nombre a todo aquél insecto que tuviese las alas transparentes.
Imagínatelo, una masa viscosa y deforme de carne y huesos con alas transparentes, como si fuese el hada de tus peores pesadillas. Así, con ese nombre, Hyalopterous Lemure en inglés, lo compartió el equipo de diseño con los encargados de dar forma al arte y las frases que adornan las cartas.
El demonio más achuchable
El texto de ambientación captó al instante lo que aquella criatura negra debía imponer. Los lémures podían parecer bichos con más posibilidades de sufrir en su terrible agonía que de imponer algún peligro, pero en cuestión de segundos el bicho podía echar a volar y dejarte vendido.
"Los lémures parecían inofensivos, hasta que descendieron bajo mis tropas. En cuestión de segundos, sólo quedaron los huesos".
Pero para Richard Thomas, el artista que debía encargarse de ponerle una asquerosa cara a tan cruentas y desagradables criaturas, el nombre cayó en sus manos despertando una idea completamente distinta a la perseguida. Lo que sobre el papel representaba un demonio viscoso, en su cabeza automáticamente se transformó en el mamífero de la isla de Madagascar.
El resultado es la imagen que tenéis a continuación, una criatura del averno de lo más achuchable, con sus alitas transparentes y sus entrañables ojos color miel. Nada que ver con el objetivo con el que se había creado la carta.
La relación entre el lemur animal y el lémur de Dragones y Mazmorras
Lo más curioso de todo es que Thomas, en realidad, no iba demasiado desencaminado. La relación entre el lemur animal y el lémur espíritu no era descabellada y, de hecho, el primero le debe su nombre al segundo cuando el término aún se utilizaba para referirse a cualquier espectro que pudiese asaltarte en medio de la noche.
Incluso antes de que el ser humano identificase a la especie y le pusiese cara, los grandes y brillantes ojos del pequeño primate, sumado a sus paseos nocturnos y los intimidantes ruidos que hacían por la noche, invitaron a que los naturalistas de la época los llamasen de esa forma.
Y así se les quedó el nombre, y así confundieron a un Richard Thomas con el tiempo justo para entregar un arte que no pudo corregirse a tiempo. El lemur no era el lémur que estaban buscando, pero tendría que valer.
Años después aquél mítico lemur acabó referenciado en otra carta como parte de aquella broma interna, y en el texto de los Lémures viscosos, esta vez sí con aspecto de lémures, se introdujo lo siguiente:
"¿Lemures? ¿Eso es todo? Finalmente algo inofensivo…"
Imagen | Etsy
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