En el afán de tachar videojuegos legendarios en mi interminable lista de joyas que no he jugado, se me ha presentado la mejor ocasión posible para echarle el guante a Resident Evil 4. El mítico survival horror de Capcom ya tiene su propio remake para la nueva generación y, viendo los adelantos, está claro que es una fiesta que no me quiero perder de ninguna forma. Con esta idea en mente, me he adentrado en un rincón de la España profunda de cuyo nombre no quiero acordarme.
¡Detrás de ti, imbécil!
En primer lugar quiero dejar claro varios puntos. No soy profano en la saga de Umbrella, ya que he jugado a un par de remakes, Resident Evil Village y el siempre olvidado Code Veronica. Tengo bastante claro en qué escenario me voy a meter y además hay situaciones que no me son completamente ajenas. Nunca jugué al título original en PS2, GameCube o el sistema que os imaginéis, pero es imposible no haber visto algún que otro gameplay desde el lanzamiento en 2005.
Así pues, hay una parte de la experiencia del juego que conocía de antemano, aunque todo cambia una vez tienes el mando en las manos. Y eso es precisamente lo que me pasó, porque una cosa es jugar en la mansión Spencer con controles tanque con planos fijos y otra muy distinta es hacerlo en un entorno 3D pudiendo mover la cámara. El cambio de paradigma es muy obvio para la franquicia, llegado a este punto, y deja claro cómo Shinji Mikami se dio cuenta de que la fórmula original comenzaba a desgastarse.
Volver a tomar el control de Leon S. Kennedy no me disgusta, sobre todo ahora que es básicamente un Rambo en potencia tras haber sido entrenado durante seis años. Como si de una broma se tratase, no le basta con que en su primer día en la comisaría de policía de Racoon City se desatase un brote vírico, como para que cuando le asignan de guardaespaldas del presidente de Estados Unidos, tenga que rescatar a su hija. Ashley está retenida en algún lugar indeterminado de la geografía española y no me extraña, porque válgame Cristo averiguar en qué región todavía viven en la Edad Media.
Todos los anacronismos e incongruencias contextuales que siempre ha tenido la serie me fascina y en este caso se llega a un punto culmen. La canción flamenca del comienzo en el coche ya nos da una idea de por dónde van los tiros, pero es que ver los habitantes del pueblo viven en la cabaña en la que Cervantes escribió el Quijote me desternilla de la risa. Y eso que Ramón Salazar y sus súbditos no han aparecido ni de refilón. Con todo, esta es la dinámica de un juego que se empeña en demostrar en cada ocasión que puede que de aquí surgió Dante con Devil May Cry.
No me disgustan ningunas de las acrobacias que hacen Leon, Krauser o Ada porque son exageradas hasta el absurdo. Me gusta que en la desarrolladora tomasen el riesgo de ser espectaculares a costa de romper varias leyes de la física. Al menos tuvimos la secuencia con los láseres en honor a la película de Paul W. S. Anderson, la pose de Leon sentándose en el trono de Saddler y alguna que otra frase que provoca pesadillas a los guionistas.
Vivir es morir
Como no podía ser de otra forma, ayudo al lobo porque ya sé que me echará un cable cuando el gigante intente hacerme papilla. La llegada al centro del pueblo es como entrar en una sede política empapelado con consignas del partido contrario; es decir, un tanto agresiva. Un buen ejercicio de resistencia el que te obliga a ejercer aquí Resident Evil 4, pues te introduce en un santiamén en las dinámicas que sujetarán gran parte del gameplay. Los tiroteos son constantes, los aldeanos no hacen más que perseguirte a paso de asilo y la interacción con el escenario es fundamental para sacar partido a las situaciones. Ni siquiera en lo alto del campanario estás a salvo.
Atravesar ventanas, escalar a zonas elevadas o romper cajas para conseguir más recursos es una constante en toda la partida. Una línea de juego muy reiterativa, en la que prima aniquilar a todo lo que se nos pone por delante, pero que ha provocado esa sensación que tanto necesitamos los que jugamos a videojuegos: despertarte por la mañana y pensar en seguir jugando. El título ha conseguido incrustarse en mi cabeza y hacer que piense en él mientras tomaba una cerveza con un amigo.
En el tramo final de la isla sí que tuve un momento de hastío de derribar Ganados, pero lo cierto es que el ritmo se sostuvo de forma excelente en las 13 horas de partida que experimenté. Es una pena que no puedas mover a Leon mientras apunta, pues es algo tremendamente instintivo respecto a la forma de jugar actual. Tardas un pelín en acostumbrarte al método de disparo, que sigue funcionando de fábula, pero no es extraño que se implorase una adaptación a los nuevos tiempos.
El pueblo es fantástico, pero el castillo de Salazar sobresale mucho más. La decoración es fabulosa, la arquitectura de los escenarios es enrevesadamente genial, hay más acertijos que nunca y sirve para volver por unos instantes a esos Resident Evil clásicos. Hasta me lo he pasado bien en la sección que controlas a Ashley, sintiendo esas vibraciones de juego de PS2 de los 2000. Eso sí, quiero hablar sobre los personajes que no son nuestro rubio despampanante. Debo decir que Ashley tiene una fama que no se merece, pues tan solo he escuchado pestes sobre ella en todo este tiempo.
No niego que la sensación generalizada entre la comunidad no sea cierta, ya que hasta Capcom se mofa de la situación, pero reconozco que no me ha dado ningún problema. ¿Agradecía los momentos en los que era raptada obligatoriamente por estar más indefensa que una hormiga ante un zapato? Totalmente, pero de las casi 50 veces que he fracasado, pocas se las puedo achacar a la muchacha. Es más, hay muchos lugares en los que puede esconderse mientras te dedicas a limpiar la zona. A quién sí puedo acusar es a Luis Sera de provocarme un ataque de risa.
Esta suerte de don Juan del siglo XIX muere de forma muy maravillosamente gráfica ante Leon y este le llora como si fuese su amigo del alma. Es algo que se repite más veces, como cuando Mike, el piloto del helicóptero, pierde la vida por un misil. Ni siquiera le hemos visto la cara, ha estado menos de 10 minutos con nosotros, pero nuestro protagonista siente una conexión tan profunda con él que promete que le vengará. Al final, la historia de los Resident Evil son poco más que una excusa para que haya disparos, pero aquí se alcanzan cotas hilarantes. Hay que salvar el mundo antes de que el día acabe; sencillo y entretenido.
Puedes correr, pero no te puedes esconder
Lo que no ha sido tan satisfactorio es liarme a piñazos con Salazar, Méndez, Saddler y compañía. Estoy francamente decepcionado por la irrisoria dificultad de las batallas contra los jefes, que tienen una puesta en escena muy lograda -gracias a las transformaciones tan chulas. Eso sí, en el caso de Krauser sí que disfruté de un combate que te pone en problemas, teniendo que usar el bazooka para eliminarlo. Muchísimo más complicado es librarse de seres como el Regenerador, las hermanas Bella o el dichoso Garrador. Sus presencias eran verdaderos motivos para echarse a temblar.
Y es que te los puedes topar en muchos rincones de un sorprendente mundo semi-abierto. Es quizás la parte que menos me esperaba, ya que se pueden recorrer amplias zonas y revisitarlas en cualquier momento; en mi mente era todo mucho más lineal. Da juego el hecho de que se te incentive a recolectar secretos o los medallones azules para llevárselos al Buhonero. Esa persona es un estafador, pues te pone en el mostrador una cantidad inmensa de munición para que luego no puedas comprarla. En realidad las buenas de las pesetas las tienes para ver qué arma toca mejorar o cambiar, ya que las he terminado probando prácticamente todas.
Mola que Resident Evil 4 incentive la rotación, aunque la TPM ha estado conmigo prácticamente siempre. Todavía me falta comprobar qué me espera con Separate Ways y Ada's Report para ver qué estaba tramando exactamente la agente doble durante la partida, pero comprendo perfectamente que el juego haya sido tan amado durante estos años. Con el modo Mercenarios, hablamos de un título completísimo, divertido y que sentó las bases para muchísimos shooters del 2005 en adelante. Como sucedía con Gears of Wars y las coberturas, Resident Evil 4 no inventó la cámara al hombro, pero la popularizó y ahora el remake no hará otra cosa más que traer una sonrisa a la generación que lo disfrutó en su día.
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