Se acabó lo que se daba. Mi viaje en Cyberpunk 2077 ha llegado a su fin tras comenzar la aventura en Night City allá por el mes de diciembre del año pasado. He intentado vivir al máximo el abanico de posibilidades que ofrece el título de CD Projekt RED y me marqué dos objetivos personales muy claros: ser un auténtico imbécil y no convertireme en un sucio camorrista.
Haz la traición, no la guerra
Desde el primer día avisé que, partiendo de mi trasfondo como antiguo empleado corpo de Arasaka, yo no empuñaría arma alguna. Ni katanas, espadas, cuchillos, pistolas, rifles, escopetas ni bombas nucleares si fuese preciso. Soy un amante del sigilo y quería comprobar hasta qué punto se le puede sacar partido al mundo del juego explotando las habilidades de hacker. Lo cierto es que te puedes convertir en una máquina de matar.
En la búsqueda de que ni una sola bala fuese disparada por mí, repartí mis atributos entre Inteligencia, Temple y Habilidad técnica; es decir, tener una build que fuese una suerte de ninja entre las sombras capaz de derribar cualquier sistema informático. Por suerte, no hay NPC en el título que no lleve algún implante entre sus órganos, por lo que cualquiera se podía convertir en un caramelo ante mis daemons. Eso sí, me impuse otra norma que consistía en no dejar a nadie vivo si se me daba la opción de elegir.
Con estos parámetros, las habilidades como Cortocircuitar, Ciberpsicosis o Suicidio se convirtieron en imprescindibles, cada una de ellas mejoradas a categoría legendaria o épica. Los destrozos que se pueden causar son brutales y no tienes que preocuparte de lanzarte a una cobertura para aniquilar a un comando entero de Maelstrom. A pesar de ello, no todo ha sido coser y cantar y me he encontrado con grandes dificultades para cumplir la tarea que me había propuesto.
Hay piedras de toque muy importantes, como Zaria Hughes o Norio Akuhara, ciberpsicópatas de manual que poseen muchísima salud junto a poderes tan letales como hacerse invisibles y moverse a velocidades sobrehumanas. Pero por encima de todos ellos se encuentran tanto Sandayu Oda como Adam Smasher. Los dos guardaespaldas personales de los hermanos Arasaka son demencialmente difíciles de frenar sin recurrir a armamento pesado. La RAM de mi ciberterminal no daba más de sí, por lo que no me ha quedado otra que correr en círculos y esconderme cual rata para sobrevivir.
He de decir que me he perdido una parte muy llamativa de Cyberpunk 2077 por haber jugado de esta forma. Las partes en las que controlas a Johnny Silverhand obligan a desenfundar y ahí es donde me he dado cuenta de que hacer que las balas vuelen es tremendamente divertido. Hay suficiente hueco en la armería de mi apartamento como para pertrechar a un ejército, demasiadas habilidades vinculadas a que las balas reboten o cojan efecto y una retahíla infinita de armamento con diferentes estadísticas, pero no lo he experimentado de ninguna forma.
¿Valió la pena?
En el otro lado de mi partida tengo la idea de ser semejante capullo que hasta me deportarían de Night City. Solo he pensado en mí, en mi éxito y en cuántas veces tengo que pisotear al de enfrente para seguir escalando puestos en la metrópolis. Pensé en traicionar a Lizzy, Dexter DeShawn, Anders Hellman, Panam Palmer, Johnny Silverhand y Hanako Arasaka si hacía falta, pero solo hubo dudas con un personaje.
Jackie me conmovió, demostró su lealtad sin ambages y realmente pensé que él sí debía estar por encima de mi egoísmo personal. Por azares de cierta desarrolladora polaca, no tuve que decidir y el juego decidió por mí. A partir de ese punto me sentí libre de ataduras y no quise relacionarme con nadie a menos que sacase algún beneficio o fuese estrictamente necesario. Pasé de Judy, no quise ayudar a Panam ni una sola vez entre todas las ocasiones que quiso que le echase un cable y ni se me pasó por la cabeza quedar con mamá Wells para hablar de su hijo.
Con todo, esta postura de visión de túnel choca con cómo está escrito V, independientemente de cómo te comportes. Hay suficientes líneas de diálogo, personajes secundarios y situaciones que evidencian que es horrible que te portes mal; sugieren que "no estás jugando bien". Los reproches son continuos y, aunque tomes decisiones nefastas para los demás, no se construye una personalidad para el protagonista en la que se refleje lo descabellado que puede llegar a ser.
Sencillamente las opciones de ser un cretino o un santo siempre están a tu disposición -lo cual es lógico-, pero la amalgama de caminos que tomas no se muestra en la actitud que muestra V. Sí se aprecia en los propios acontecimientos, ya que contesté mal a todo aquel que se me ponía por delante, si bien son escasas las ocasiones en que ser detestable te cierra completamente las puertas a un NPC.
Yo no hubiese jugado así a Cyberpunk 2077 si no tuviese que escribir estos textos, ya que he querido añadirle picante a mi aventura roleando. Estamos ante un RPG después de todo, ¿no? Por eso no concibo que nadie acepte que Silverhand se apodere del cuerpo de V, sencillamente se hace muy difícil empatizar con un tipo que camufla sus preciosos ideales de liberación en una máscara narcisista. Él es el que aparece en nuestra vida sin que nadie se lo pida. Ese dichoso Relic no debería estar incrustado en el cerebelo de V.
Creí en Arasaka al final del todo. Hanako cumplió su parte del traro para liberarme del pendrive mental, pero me sentí solo al tan solo poder llamar a Viktor, Misty y a la propia dueña de la corpo. Me desesperé con el cubo de Rubik, pero lo resolví y tiré la oferta de pasar a formar parte de Mikoshi. No pasé a formar parte de las leyendas de Afterlife y me quedan seis meses de vida. Supongo que lo de ser una bomba de relojería no salió como esperaba.
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