Todo profesional necesita unas buenas herramientas con las que trabajar. El carpintero un martillo sólido, el fontanero una llave inglesa robusta y un atracador como yo precisa de un rifle mortal. Que GTA Online decida que debo lanzarme a la batalla con un chicle, tres chinchetas y un folio para asaltar territorios fortificados es poco menos que una broma.
Como bien habéis podido leer en mis anteriores publicaciones, si de algo voy falto en el juego es de arsenal, nuclear a poder ser. Mis enemigos me superan fácilmente con armas del futuro, pero con lo que no contaba es que el propio juego me pusiese la zancadilla. Yo solo quiero ser un criminal respetado en Los Santos.
El roce hace el cariño
Desde hace un tiempo he estado recibiendo numerosos mensajes en el móvil. Tomo una curva y mensaje. Dejo parapléjico a un transeúnte y mensaje. Una constante con la misma firma de KDJ, más conocido como Detroit Moodymann, un tipo que conocí en su momento con la actualización de Los Santos Tuners.
Parecía el típico que tiene más humo de marihuana en los pulmones que cerebro en la cabeza, pero como siempre, he de poner la oreja ante un buen contrato. Me ofrece un negocio relacionado con un taller, por lo que toca volver a rascarse el bolsillo para iniciar los trámites con los que jugar.
1.670.000 dólares para tener un pequeño, minúsculo e insignificante garaje en la zona de Mission Row. Por supuesto, mi magnífica puntería consigue que esté a dos manzanas de la comisaría más cercana. Un contratiempo con el que tendré que lidiar en cada una de mis incursiones.
Obviando el hecho de que no me he dejado ni un chavo en decorar absolutamente nada, lo cierto es que casi me deja ciego el taller. Reluce como los chorros del oro y se ve eclipsado por el fulgor que desprenden Sessanta y Moodymann. Ojo, aquí hay un melón que abrir.
Yo comprendo que cualquier pareja estén más calientes que un motor V8 o que Fernando Alonso maldiciendo a los progenitores de Lewis Hamilton por adelantar cuando no debe. Es una sensación inherente al ser humano y como tal hay que expresarla. Lo que ya no me parece de recibo es dejar a las claras, delante de todo el mundo, que poco menos que se van a echar unas partidas al Twister.
Ojos que no ven, oídos que no escuchan. Quizás no fuese así el refrán, pero lo que sí que tengo claro es que la parejita me aclara que todo consiste en tunearle los coches a los clientes. Sí, el sueño de cualquier jugador de Need for Speed Underground 2, la fantasía con la que ha soñado cualquiera que se haya ventilado una película de Fast & Furious.
Aunque todo tiene sus riesgos. Tras rescatar el coche de Sessanta del depósito policial, me invitan a unas rayas blancas de edulcorante. Me asusto al ver que mi personaje se lanza como un adicto a por ellas, pero finalmente se frena. No hubiese estado de más haber tenido la opción de escoger.
Meterme con el abusón
No es que me encante hacerme el héroe, pero hay que reconocerme la valentía de lanzarme al combate contra Merryweather. Efectivamente, esos malditos mercenarios con un poder militar mayor que el Congo Belga; con esos tenemos que meternos.
Me toca robar los planos de un motor ECU, aunque va a estar a millas de distancia de ser sencillo. Lo primero es conseguir una sierra radial, los horarios de transporte de un tren y hacerlo todo mientras voy disfrazado como personal del puerto de Los Santos. Como ya he mencionado alguna vez, el sigilo de GTA Online no es precisamente el de Hitman o Metal Gear Solid.
En vez de pedirme la identificación antes de subir al barco donde está lo que necesito, el personal me comienza a disparar indiscriminadamente. El plan al garete, así que toca comprobar si todos los enemigos llevan chaleco antibalas. Consigo lo que quiero, pero nada de eso me libra de volver conduciendo mientras maldigo el sigilo.
El segundo paso consiste en echarle un vistazo al propio tren, detectar debilidades y volver al taller como alma que lleva el diablo. Mi vena de paparazzi aparece haciendo fotos a las partes íntimas de los vagones, exponiendo que de un buen bombazo puedo detener toda la maquinaria.
Todo listo para el asalto definitivo, pero aquí es donde surgen los problemas. Tengo que jugar como a GTA Online le apetece, es decir, el coche lo ponen ellos y lo que es peor, el armamento. Así pues, me veo conduciendo un Tailgater S y llevando un rifle de chiste, una pistola de broma y tres granadas de la Segunda Guerra Mundial. Es decir, ir desnudo en mitad de un campo de minas.
Claro, ahora dime que tengo que pisar el acelerador, clavar las explosiones en el punto exacto para detener el tren, bajarme, pelearme yo solo con todo un tren armado hasta los dientes, encontrar los planos entre los contenedores y salir con vida. Efectivamente, el resultado es el esperado.
Me pinchan las ruedas, me acribillan a las primeras de cambio y de las pocas veces que logro escapar soy defenestrado por los helicópteros que Merryweather envía. A todo ello hay que sumarle que la puntería de los soldados es infalible, por lo que si asomas media ceja desde la cobertura acabas como un cíclope.
La solución llega jugando como no me gustaría y es a lo cobarde, un método totalmente indigno. Me cuelo por las vías del tren para que no puedan darme y así logro entregar los planos. 172.000 dólares por tirarme media hora luchando con un palo y una piedra contra armas termonucleares. Al menos Moodymann y Sessanta no se llevan ninguna comisión.
Podría seguir relatándoos como el contrato para robarle a la IAA fue peor, quedándose el coche atascado en mitad del metro, muriendo como si me pagasen por ello, pero sería reiterativo. Lo cierto es que, más allá de la política de Rockstar de colocarte un set de armas inútil, esta actualización no está nada mal.
Me ha parecido una tapada entre las más grandes que se han lanzado, con contratos variados y la oportunidad de llevar coches al puerto consiguiendo pasta. En realidad hablamos de un método de juego que me satisface más que lo que hago con Simeon, ya que aquí no me penaliza llevar hecho unos zorros el vehículo. Ya sabéis, en estos casos no me gusta ser la mente pensante.
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