El videojuego como espectáculo competitivo no es algo en absoluto nuevo, pues a un nivel amateur se vienen realizando eventos de este tipo desde hace ya muchos años, la mayoría de ellos con títulos de lucha como principales protagonistas de la función. No obstante, durante los últimos años se ha producido un auge exponencial en la popularidad de los eSports, atrayendo cada vez a más espectadores y ofreciendo gigantescos acontecimientos donde los participantes son algo más que aficionados que pasan el rato demostrando sus habilidades de juego en público.
Las cifras hablan por sí solas: en la reciente edición de The Call of Duty Championship participaron treinta y dos equipos de todo el mundo que se repartieron hasta un millón de dólares en premios, las finales del último League of Legends World Championship fueron vistas en directo por 45.000 espectadores en el Estadio Mundialista de Seúl y por hasta veintisiete millones en todo el mundo y la mayor traca se vivió en la edición 2014 de The International con un bote récord para los ganadores de diez millones de dólares, la mitad de los cuales fueron para el equipo que acabó en primer lugar.
Con el dinero viene la codicia que forma parte de la condición humana, avivando los intereses oscuros y los atajos indeseables
Es obvio que este tipo de competiciones mueven mucho dinero ya, y tienen potencial suficiente para generar aún más en el futuro, al ritmo que aumenta su profesionalización. Y cuando el parné se mete por medio, con él viene la codicia que forma parte de la condición humana, avivando los intereses oscuros y los atajos indeseables, algo de lo que lamentablemente los eSports no se están librando. Porque aunque no se hable de ello, hay un problema que aún permanece oculto bajo la alfombra de dopaje en este mundo cada vez más popular, la cara más fea del deporte tradicional y que por desgracia se está trasladando también a esta nueva disciplina. Y no es un asunto para tomárselo a broma.
Suplemento de ayuda o ventaja inapropiada
Hablar de dopaje en los eSports puede sonar hasta ridículo si se analiza de forma superflua; a fin de cuentas, no estamos hablando de correr más rápido, saltar más alto o demostrar más fuerza, sino de utilizar un teclado y un ratón delante de un ordenador. A pesar de ello, quienes estén dispuestos a alcanzar la gloria en este tipo de competiciones tendrán que hacer frente a unos niveles de exigencia similares a los del deporte profesional más tradicional, como podrían ser extenuantes sesiones de entrenamiento, elevada presión tanto interna como externa para lograr el triunfo y enfrentamientos de altísima tensión cuando da comienzo el espectáculo.
Estar a la altura de las demandas que supone un evento que genera millones de euros en ingresos y que es seguido en directo por espectadores de todo el mundo requiere mucho de sus participantes, aunque como en este caso esté centrado en algo tan inocente como los videojuegos. Y dado que hay muchos interesados en tomar parte del pastel (organizadores, patrocinadores, los propios equipos participantes), el hecho de que se recurra a sustancias para mejorar el rendimiento de los jugadores ha pasado bastante inadvertido hasta la fecha, siempre y cuando con ello se consiga ofrecer un espectáculo lo más grande posible.
Aquí no me estoy limitando a especular; sobre este tema se han pronunciado ya algunas voces que venían desde dentro de este mundo, como la de Bjoern Franzen, aunque como ya digo la repercusión de estas denuncias ha sido mínima porque son muchos los interesados en mirar hacia otro lado mientras se llenan los bolsillos. Visto así, es algo bastante parecido a lo que sucedió en las competiciones de deportes tradicionales antes de que surgieran los primeros escándalos de dopaje: hasta que no ocurrió una desgracia que hizo saltar las alarmas, a nadie pareció importarle que los deportistas se ayudaran de sustancias para potenciar sus capacidades naturales y los resultados de sus esfuerzos personales.
Prevenir un problema antes de curarlo
A la hora de hablar de sustancias para mejorar el rendimiento, la barrera entre lo que se puede considerar dopaje y lo que no es elevadamente difusa, tan complicada de definir que incluso varía de un deporte a otro. Lamentablemente, aquí hablamos de algo que va más allá de café o bebidas energéticas: quienes han osado romper el velo en torno a este tema hablan de medicamentos que requerirían prescripción para ser consumidos, y que se emplean aquí como estimulantes para las largas sesiones de entrenamiento que requiere un campeonato o como relajantes para mantener la concentración cuando toca lucirse ante el público.
Muchas de estas sustancias están concebidas para tratamientos muy concretos y solo se prescriben cuando no existe mejor opción a la que recurrir, siendo sus factores adversos un mal menor para el paciente enfermo. Cuando se consumen sin supervisión médica ni mesura, las consecuencias que pueden llegar a tener para el organismo a medio y largo plazo son nefastas, algo que lamentablemente ya hemos visto suceder en otros deportes que han ido creciendo en su grado de profesionalización, y por ende en el nivel de exigencia para sus participantes.
El hecho de que por ahora no se haya producido ninguna desgracia que lamentar en el mundo de los eSports me parece razón de más para actuar ya mismo
Lo que hace falta en este caso está bastante claro: la intermediación de un organismo ajeno a los organizadores y patrocinadores de los eventos que empiece a regular desde ya esta situación, controlando el consumo de sustancias indebidas y aplicando las sanciones necesarias a quienes consideren oportuno saltarse las reglas en pos de la fama, arriesgando con ello su salud y poniendo en peligro la imagen de un deporte que, afortunadamente, aún no se ha visto salpicado por ninguna polémica de este tipo. Solo así se puede plantear un crecimiento serio y sostenible de esta disciplina relativamente nueva.
El hecho de que por ahora no se haya producido ninguna desgracia que lamentar en el mundo de los eSports me parece razón de más para actuar ya mismo, previniendo antes de tener que curar como ha ocurrido en prácticamente todos los deportes profesionales que mueven grandes masas de dinero. Lamentablemente, los seres humanos tenemos un triste historial en eso de no aprender de los errores ajenos, así que parece que por ahora nadie moverá un dedo, siempre y cuando el dinero siga fluyendo, los espectadores continúen vitoreando y los organismos de los deportistas aún puedan aguantar el tirón.
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