Siendo muy estrictos en la definición del concepto, podríamos decir que los videojuegos están entre nosotros desde la década de los cuarenta gracias a aquella serie de experimentos con fines poco definidos que coquetearon por primera vez con la idea de unir la tecnología y la diversión. Para empezar a entender realmente el impacto cultural de este universo tendríamos que viajar hasta los setenta y hablar así de 'Pong', de Atari, de Nolan Bushnell, de Magnavox Odyssey y de 'Space Invaders', entre otros.
Aunque para muchos parezca ser aún un fenómeno novedoso, echamos la vista atrás y comprobamos que son ya más de cuatro décadas de existencia con plena relevancia social, tiempo más que suficiente como para haber marcado a varias generaciones en todo el mundo y para que su valor como integrante de la cultura pop deje de ser ya minoritario. Es por tanto una consecuencia inevitable de esta normalización que su presencia en otros formatos culturales adquiera cada vez más peso, incluyendo aquellos que implican millones en inversión como son los inevitables blockbusters veraniegos que cada año nos lanza Hollywood como el que lanza un hueso con la esperanza de que el perro se tire a por él sin mirar nada más.
Con un presupuesto que supera los 100 millones de dólares, Pixels es una importante muestra de interés por la industria del videojuego
Como bien sabréis todos ya, 'Pixels' es el más perfecto ejemplo de esta situación; sin responder a la definición tradicional de adaptación, un terreno que históricamente ha sido fruto de incontables disgustos para nosotros los aficionados, la cinta dirigida por Chris Columbus va más allá del simple guiño para basar toda su razón de ser en la imaginería del videojuego. Con un presupuesto que supera ampliamente los 100 millones de dólares, incluyendo los costes de marketing en la minuta, no cabe duda de que es una importante muestra de interés por la industria del ocio electrónico y por su potencial de consumo, algo de lo que sobre el papel deberíamos alegrarnos; lamentablemente, vamos a encontrar pocas razones más para la celebración.
Un maravilloso punto de partida
Producida por Columbia Pictures y con Adam Sandler como cerebro pensante de la operación, los orígenes del proyecto son en realidad mucho más humildes y datan de 2010, año en el que Patrick Jean presentó el cortometraje homónimo que desprendía amor retro por los cuatro costados. Inevitablemente, la idea nos conquistó a todos y muchos nos preguntamos lo que podría llegar a ofrecer un planteamiento así extendido a la dimensión del largometraje; Sandler no quiso quedarse ahí y compró los derechos para hacer realidad el proyecto.
Dadas las circunstancias, era fácil imaginar por dónde irían los tiros, pues todos conocemos a este actor cómico y la clase de producciones en las que suele verse involucrado. Habría sido una ingenuidad esperar que de aquí saliera una obra sesuda que analizara con profundidad los entresijos de la nostalgia arcade, pero tampoco me parecía razón suficiente como para abandonar cualquier esperanza antes de su publicación. ¿Quién sabe? Teniendo en cuenta que el dinero no iba a ser problema, con un guión apropiado y una dirección a la altura, aún podría convertirse en una comedia decente que supiera transmitir todo el cariño que cubría el corto de Patrick Jean.
Lamentablemente, la realidad llegó pronto para golpear implacable y las primeras críticas no anunciaron nada bueno: arrancó siendo absolutamente masacrada con una media de 0% en Rotten Tomatoes, la cual ha ascendido ligeramente hasta el 18%, y aunque la opinión general del público está siendo algo más benevolente (sin llegar a calificarse como buena), al menos puede consolarse con el hecho de haber recuperado casi la mitad de la inversión al llevar ya más de 49 millones obtenidos en taquilla durante su primer fin de semana de emisión.
Y una pobre ejecución
Ante semejante debacle, me dispuse a afrontar yo mismo 'Pixels' con la sana intención de tener mi propio criterio sobre la obra en cuestión (la unanimidad de opiniones me mosquea bastante), y si bien es cierto que al final la película no ha sido el horror que cabría esperar de la tormenta crítica desplegada contra ella, estamos en cualquier caso ante una pobre muestra de cine de entretenimiento con poco o nada que aportar a la cultura del videojuego. Si Sandler pretendía conquistar nuestros corazones como lo hizo el cortometraje cuyos derechos compró, el tiro le ha salido directamente por la culata.
Pixels se acomoda en todos los tópicos del cine de desastres, dentro del cual los videojuegos actúan como un pretexto más
El prólogo de la cinta promete bastante, llevándonos de lleno a la era dorada de los salones recreativos que pretende homenajear y salpicando con las apropiadas dosis de humor la presentación de los protagonistas. Sin embargo, el comienzo propiamente dicho del nudo se acomoda pronto en todos los tópicos del cine de desastres, dentro del cual los videojuegos no actúan como un verdadero motivo, sino como un pretexto más para que un montón de patanes se vean obligados a salvar el mundo, mientras se dedican a soltar unos cuantos chistes malos por el camino.
A nivel de efectos especiales hay que reconocer que la película anda más que sobrada y la presentación de las batallas resulta de lo más vistosa; alguna de ellas resulta hasta divertida, como la del enfrentamiento con Pac-Man (cuyos mejores momentos en realidad ya habíamos visto en el tráiler), pero no lo suficiente como para aguantar al conjunto. Tampoco ayudan a ello unos personajes cargados de estereotipos insufribles, empezando por el que se adjudicó a sí mismo Sandler, con la única excepción en este terreno del cínico antihéroe interpretado por Peter Dinklage que nos recuerda con toda la intención del mundo al famoso Billy Mitchell.
Guiños superficiales que no llegan a nada
Por más referencias que se intenten implementar de manera forzada a su insustancial trama, desde el antes mencionado 'Pac-Man' hasta 'Donkey Kong', pasando por 'Galaga', 'Space Invaders', 'Centipede', 'Arkanoid', 'Duck Hunt' o un cansino 'Q*bert', en la práctica toda la incidencia que tienen estos recuerdos nostálgicos en la acción se reduce a lo que ya habíamos visto en el cortometraje. El resto es relleno que nada tiene que ver con un sentido cariño por los videojuegos, sino con el tipo de tramas que hemos visto decenas de veces antes en películas similares.
La escueta aparición de Denis Akiyama como Toru Iwatani es lo único genuinamente original que se integra en la película y produce algo de simpatía, pero tampoco es nada para tirar cohetes y una vez más todo lo que aporta de gracia lo habíamos visto ya en el tráiler. Del resto de chistes a costa de la torpeza de sus protagonistas, de la condición de "raritos" para los amantes de los videojuegos o de la estúpida tensión sexual no resuelta con Michelle Monaghan mejor ni hablamos.
Poco más tiene para aportar este largometraje que será olvidado con la misma velocidad que otros tantos productos de este estilo y que en absoluto cumple en su intento de homenajear a los videojuegos. La cada vez más evidente expansión de este sector entre la cultura popular va a traer también consigo daños colaterales de este tipo, es algo que nos toca aceptar, pero al menos nos consuela que tenga contrapartidas tan dignas como la genial '¡Rompe Ralph!', una obra que sí supo entender el medio y tratarlo con el merecido respeto, y no como algo más que una simple excusa para no contar nada de nada.
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