Es genial que The Legend of Zelda: Tears of the Kingdom te permita visitar cualquier lugar de Hyrule con solo proponértelo, pero eso no se traduce en poder completar todos los objetivos posibles en ese punto. Mi aventura hacia Kakariko era la de visitar un paraje del que guardo un cariño por The Legend of Zelda: Breath of the Wild, aunque no esperaba que el tiro me saliese por la culata.
Hola y adiós, Kakariko
Una vez superado el trauma de la Meseta de los Albores junto con el oscuro subsuelo, me lancé en dirección a los Picos Gemelos. Mi memoria todavía conservaba la ubicación de Kakariko y sabía que atravesar el hueco entre ambas cumbres me llevaría hasta la posta que descansa a sus pies. Torcer a la izquierda, seguir el camino y ya vería a los habitantes comenzar a asomar por sus casas. Sin embargo, el síndrome tan particular de esta franquicia me invadió por el camino.
Sin comerlo ni beberlo, me vi escalando y ascendiendo los Picos Gemelos, pues hay un irresistible magnetismo en el ser humano que le exige llegar a cualquier lugar que esté por encima de él. Sí, no hay absolutamente nada allí arriba, pero algo en mi interior me impulsaba a hacerlo; al menos vislumbré una atalaya que desbloquear y así despejar un buen trozo de mapa.
De acuerdo, Kakariko ha cambiado por culpa de las llamadas ruinas anulares que están repartidas por los riscos que rodean este enclave entre montañas. Su origen se remonta a los zonnan, hay cinco en total y solo puedo explorar cuatro por culpa de un dichoso vigilante que se cree más listo que yo. No importa que hable con el apuesto y vigoroso Tauro o la apuesta pero tímida Paya, sencillamente no puedo superar la zona acordonada.
Leo y releo los diálogos en los que se me indica que sin la orden de la princesa Zelda no podré pasar, así que me surge la duda: ¿no puedo avanzar ahora mismo porque debo progresar en la historia o simplemente no me estoy dando cuenta del método que tengo que llevar a cabo? Mientras le doy vueltas a la cuestión encuentro al posadero, un tipo con menos cariño a su negocio que yo a chupar un limón. Un despojo de sheikah al que hay que llevar a rastras cual borracho hasta su establecimiento.
No tengo ni idea de para qué sirve la corona de flores que se puede comprar por cinco rupias, pero pierdo 10 de ellas en usarla contra el guardia que me impide pasar. Tras hacer el ridículo con las amapolas y las petunias, decido abandonar Kakariko y perderme en la inmensidad de Hyrule. Sobre todo al descubrir que ni siquiera el hada se encuentra en el bosque colindante, ya que ahora hay un socavón de tres pares de narices.
Una sosa charca
Qué mejor lugar para descubrir que el Pantano de Lanayru. La mejor y única respuesta es que cualquiera, pero es lo que me queda más a mano y en algún momento había que limpiar todas las tareas que se pueden hacer allí. Ya conocéis ese encantador paisaje, pero os lo refresco: varias hectáreas de la más absoluta nada, más allá de agua que cubre hasta los tobillos. Los bokoblin, lizalfos y gólems campan a sus anchas para fastidiar al personal, aunque todo ello me permite seguir permeando en las mecánicas de Zelda: Tears of the Kingdom.
No he avanzado prácticamente en todo lo que se puede hacer en el juego, por lo que lugares como Lanayru son perfectos para experimentar. Las combinaciones de armas comienzan a ser más lógicas, aprovecho que estoy en un entorno mojado para sacar todo su potencial y aumento mi destreza en el combate cuerpo a cuerpo. Un buen esquive siempre ayuda a reventar cráneos en cámara lenta, por lo que me aplico el cuento siempre que puedo.
Y aunque Lanayru esté repleto campamentos genéricos que no sirven para otra cosa que liberar estrés y reponer recursos, me lo he pasado bien. Algún que otro cofre que descubrir, pozos entre las ruinas de antiguos asentamientos... siempre hay alguna pequeña tarea que realizar y el recurrir a las habilidades de Link es un seguro de diversión. Bajo tierra, por el cielo o las puertas de las aguas que conducen hasta terreno Zora, me parece imposible aburrirse. Lo mejor llegó cuando me topé con un agujero enorme en la base de la montaña con un río discurriendo por su interior.
Imposible de recorrer a nado, tocaba montar el barco más lamentable que haya surcado agua alguna. Con dos tristes tablones y dos turbinas, pude surfear sin problemas un espacio que, en Breath of the Wild, hubiese sido imposible de superar. Hay una enorme satisfacción en que anécdotas como estas sucedan, como un niño pequeño que juega con un par de palos y vive durante un rato la mayor aventura de su vida. Incluso que un centaleón me metiese la paliza de mi vida tuvo su gracia, he de reconocerlo.
¿Dónde terminé? Pues justo al lado de la posta de los Picos Gemelos, mi primera parada original y que, ahora sí, he podido visitar. Dado que Kakariko se antoja una misión imposible por ahora, creo que Hatelia puede ser una ciudad muy bonita para visitar. Sobre todo ahora que se ha convertido en la capital de la moda de Hyrule.
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