Estaba Mark Zuckerberg acabándose un zumo de papaya mientras disfrutaba del sol y la playa de su isla particular cuando se le ocurrió comprar Oculus. Dicho y hecho. Facebook adquiría a la popular compañía de realidad virtual a principios de la semana pasada e internet explotaba. No por la disparatada cifra económica (no tan disparatada según los expertos) pero sí por la ola de odio irracional que se despertó entre los seguidores de la compañía de Palmer Luckey.
Facebook es el mal y como tal cualquiera que haga un trato con él pasa a estar en el lado oscuro. De poco o nada sirve que las dos compañías hayan asegurado por activa y por pasiva que el futuro de Oculus es independiente al de Facebook o que se trata de la mejor manera de garantizar el acceso a componentes específicos. En una reciente entrevista los jefes ejecutivos de Oculus alucinaban con la ola de negativismo que ha rodeado a la operación.
“Asumíamos que parte de la reacción sería negativa. Especialmente por parte de cierto sector de nuestra comunidad. Pero más allá de ese sector, esperábamos una reacción positiva. No creo que nadie pudiese anticipar algo tan negativo.”
“Realmente entendemos la visión de Facebook y pasa por dejarnos ser quien tengamos que ser, al igual que han hecho con Instagram. Quieren sentar un precedente de dejar a las compañías que adquieren solas, pero integrando y dejando que esa compañía disfrute del momento, de la fuerza y del tamaño de Facebook.”
Por lo que parece en Oculus empiezan a ver la luz al final del túnel tras tanto negativismo. Creen que ahora toca explicar una y otra vez los pormenores del trato y dejar claro que ha sido algo positivo para Oculus y sus planes de crecimiento. Quizá los días en los que tengamos que olvidar el nombre de Oculus Rift y sustituirlo por Facebook Rift todavía están lejos.
Vía | The Surge
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