Cada persona tiene un juego especial en su cabeza, uno que se queda grabado a fuego en su mente y siempre acaba saliendo en las conversaciones cuando toca ensalzar al medio. El mío, sin duda alguna, es ‘Red Dead Redemption’, y me consta que pese a no ser un juego perfecto, no soy el único que lo piensa.
Si el mundo se ha vuelto loco con ‘Red Dead Redemption 2’ es porque el anuncio no merece un entusiasmo distinto. Con el primero estuvimos ante uno de los mejores juegos que se recuerdan, pero especialmente uno que nos demostró que las comparativas entre cine y videojuegos habían perdido ya todo el sentido. La industria le había pasado la mano por la cara a Hollywood.
Contemplación por encima de acción
Aún me sorprende la vividez con la que recuerdo cada etapa que he pasado con el juego: ir a probar su online a Rockstar, ponerme a escribir sobre ello, recoger el paquete en el que llegó el juego, crear la imagen de cabecera del análisis, quedarme pegado a los créditos finales intentando tragar lo que acababa de vivir...
Ese último no es un caso aislado, y es que aunque Rockstar nos había acostumbrado a mantener el nivel de locuras y acción incluso cuando era nuestra imaginación y no el guión el que invitaba a continuar dando saltos en coche y escapando de la policía mientras arrasabas con los transeuntes, ‘Red Dead Redemption’ nos mostró una cara mucho más contemplativa.
Los largos viajes entre una zona y otra suelen estar aderezados con algo que los haga espectaculares: un paseo en barca por el cañón con forajidos disparándote desde ambos lados, un viaje en tren que debe ser defendido a toda costa, una diligencia atacada por los nativos… Pero son los viajes a caballo sin mayor compañía que una puesta de sol los que realmente marcan la diferencia.
Tú y tu caballo, cabalgando hacia el astro rey mientras los animales se cruzan en tu camino y tus movimientos de cámara a un lado y a otro se convierten en postales para el recuerdo que, bajo el embrujo de su banda sonora, dejan hueco a algunos de los momentos más memorables del juego. Una aventura que puede ser jugada a cualquier velocidad, pero que indudablemente se disfruta más con calma.
Imaginar todo eso con el buen hacer de Rockstar a la hora de exprimir la calidad técnica de toda máquina que tocan es un sueño hecho realidad, uno que probablemente nos dejará temblando mañana, cuando el juego se muestre por primera vez en movimiento en su tráiler de presentación.
Una historia irrepetible
Aquí debería haber un hueco para la acción, para esa forma de recrear un Salvaje Oeste que empezaba a dejar sitio a la civilización industrial, pero aunque los tiroteos con coberturas cedieron experiencias memorables (más aún cuando desactivabas el apuntado automático y aprendías a dominar la cámara lenta del Dead Eye), hubo algo aún más importante que la diversión que ofrecía a los mandos.
Si por algo recordaremos a ‘Red Dead Redemption’ es por su historia, por cómo se acercó a esa otra forma de contar la vida del Oeste que inauguró John Ford. La redención de John Marston, sólo manchada por un paso por México en una trama que decaía en exceso, es uno de esos ejemplos que cualquier fanático de los videojuegos puede restregarle al mundo del cine sin temor a ser menospreciado.
Personajes memorables se daban cita en una epopeya por el desierto en la que, con cada nuevo amigo y enemigo ganado, conocíamos mejor las motivaciones de nuestro protagonista y nos sumábamos a ellas, creando una conexión entre avatar y jugador en la que, con el paso de las horas, todo lo ganado y lo perdido también parecía nuestro.
Cuando llegaba su final y Rockstar nos hacía perderlo todo para luego ponernos en el camino de recuperarlo, no teníamos la sensación de haber sido engañados, de haber luchado por nada. Todo lo contrario, estábamos tan metidos en la piel de la familia Marston que otro final nos parecería cobarde, insulso.
Con esa sorpresa ya explotada, saber qué se sacan de la manga esta vez es probablemente lo que más nos llama la atención de este ‘Red Dead Redemption 2’. Va a ser difícil alcanzar ese nivel, pero el hecho de tener al alcance de la mano esa sensación una vez más, de aplaudir al final de un videojuego aunque sea mentalmente, es razón más que suficiente para desear jugar la nueva entrega con todas nuestras fuerzas.
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