Guardo como un preciado tesoro las ediciones originales para PS2 de ‘Ico’ y ‘Shadow of the Colossus’, frágiles cajitas de cartón que guardan en su interior obras eternas, rutilantes creaciones de un genio que resisten sin erosionarse los vendavales del paso del tiempo.
Los dos títulos de ese alma sensible que es Fumito Ueda (hasta su nombre suena delicado) recogen lo mejor de ese tótem incuestionable que es ‘The Legend of Zelda’, y lo hacen de la mejor manera posible, reconstruyendo y reinterpretando desde una personalidad única. La máxima expresión del videojuego de autor que homenajea de forma inteligente a su principal referente.
Hay quien critica las revisiones de los clásicos en las nuevas plataformas, las tildan de simples y fríos sacacuartos. Yo las veo más bien como una forma de justa reivindicación, y más en un medio artístico y a la vez industrial como son los videojuegos, donde la memoria se pierde en el mismo momento en el que aparece una nueva generación de consolas, una nueva generación de generadores de sueños. Yo dejaré de soñar el 28 de septiembre, y me encontraré de nuevo con un legado que nunca debe de dejar de ser presente.
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