Parafraseando de manera constructiva al querido amigo Roy Batty, he visto cosas que vosotros no creeríais, padres comprar a sus niños el último GTA, abuelitas sonrientes regalando a sus tiernos nietos un dulce envenenado llamado ‘Kane & Lynch 2’, consolas de videojuegos ejerciendo de niñeras al son de gritos y disparos ahogados tras puertas cerradas. He visto la ignorancia en ojos enmarcados en arrugas y la mirada cómplice entre hermanitos con sed de sangre. ¿Se perderán esos momentos en el tiempo como lágrimas en la lluvia? Hoy por hoy permitidme pensar que no.
Queridos padres, tíos, abueletes y demás población anterior a la revolución digital. Viendo que no hay manera de que ninguno de ustedes se entere de que los videojuegos abarcan desde hace ya bastante tiempo la temática adulta, permítanme contarles una breve historia con la que, tal vez, abran un poquito sus mentes.
Establezcamos un origen imaginario para la literatura y el cine, dos artes que por su antigüedad podrán enmarcar familiarmente entre sus parámetros mentales. Piensen ahora que las primeras obras literarias conocidas fueran deliciosos cuentos como los de Beatrix Potter o divertidas y sanas novelas como las del club de los cinco. De la misma forma, que las primeras películas existentes se limitaran a las clásicas del gran Walt Disney.
Contemplemos ahora que, tras unos años, literatura y cine empiezan a producir obras igualmente válidas pero de contenido más adulto. El lenguaje se recrudece y complica y el sexo aparece de forma natural, así como la violencia, si la historia lo requiere. Seamos absurdos y pensemos que todo esto ocurre en un extraño contexto en el que, aparentemente, no ha cambiado nada a los ojos de los consumidores.
¿Verían bien que esos consumidores, padres, tíos y abueletes como ustedes, regalaran a sus jóvencísimos vástagos novelas como ‘Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones’ de Bukowski o ‘Los Cantos de Maldoror’ del Conde de Lautrémont? De la misma forma ¿Qué opinarían de esa respetable persona mayor que deja a su pequeño viendo un programa doble formado por esos enormes clásicos de lo 70 que son ‘El Exorcista’ y ‘El último tango en París’?
Pues eso es lo que hacen ustedes de vez en cuando para premiar las buenas notas de fin de curso, para celebrar los cumpleaños y las comuniones o simplemente para comprar un poco de sosiego: Regalar experiencias adultas a niños, así de duro.
Señores, dejen de llevarse las manos a la cabeza, tranquilícense. Les aconsejo que a partir de ahora dediquen un poco más de tiempo a sus hijos, sobrinos o nietos, observen qué ven o a qué juegan, intenten escuchar, comprender, empatizar, sepan decir no, pero a la vez intenten ejercer esos difíciles (pero a la vez gratificantes) roles que les ha tocado vivir.
¿Qué cómo van a distinguir los juegos adecuados de los que no lo son si no saben nada de este complicado mundo? Acérquense un poquito, miren, miren, fíjense en ese numerito que hay bien visible en la caja del juego, sí, debajo de donde pone 'Kane & Lynch 2', ¿18? No es tan difícil ¿verdad?
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