Me gustaría pensar que ‘The Elder Scrolls V: Skyrim’ levantará el día de su estreno oficial, este viernes 11, la misma polvareda que ‘Call of Duty: Modern Warfare 3’ el pasado martes. Pero no nos engañemos, la revolución de Skyrim será silenciosa. El juego de Bethesda es un plato exquisito para paladear lentamente, no una bacanal orgiástica.
Y este plato se sirve como antítesis del título superventas de Activison. Sin multijugador, como una experiencia absolutamente personal; sin pasillos, con un mundo por el que movernos libremente. Y este mundo es enorme, vaya si lo es. Personalmente me siento más cómodo en la anterior entrega ‘The Elder Scrolls IV: Oblivion’ por su tono más cálido, pero es precisamente porque el entorno nórdico de ‘The Elder Scrolls V: Skyrim’ está tan logrado que transmite frío, humedece la piel y atenaza los músculos.
Bethesda nos regala, además de un esperado doblaje al castellano, un generador aleatorio de misiones que promete elevar la duración del juego hasta el infinito. Ya comenté en una ocasión medio en broma medio en serio que Oblivion lo acabarían algún día mis hijos. Visto lo visto, de confirmarse los rumores, con Skyrim tendré que meter a mis nietos en la ecuación.
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