Aún recuerdo cuando volver a casa tras un verano en el pueblo de mi padre suponía hacerlo con una mochila cargada de disquetes de juegos. Aquella bestialidad suponía mi primer acercamiento a joyas de la talla de Prince of Persia, Doom, aquel primer Duke Nukum 2D o Jazz Jackrabbit.
Por extraño que parezca, y os prometo que cobrará sentido más pronto que tarde, aquél vago pero entrañable recuerdo me ha venido a la cabeza en varias ocasiones durante los últimos meses. Sin ir más lejos, se repitió buscando qué jugar este pasado fin de semana en los catálogos de Xbox Game Pass y PlayStation Plus.
Sobredosis de juegos
Desconozco de dónde provenían todos aquellos juegos, pero lo cierto es que visto con perspectiva, y sumando que durante esos años de mi infancia hubo una hecatombe en la que nos quedamos sin PC durante una buena temporada, puedo atar varios cabos que como un simple pipiolo ni me planteaba.
Pero claro, imagínate, con aquella edad y su particular falta de autocontrol, enfrentarte a una mochila cargada con más juegos de los que probablemente sabes contar. Ya ni te digo saber reconocer o apreciar. Pese a tener ante mí una colección inmensa de clásicos que a día de hoy venero, mi mayor recuerdo de ese momento es la obsesión de saltar de uno a otro sin ton ni son, sin darles a la mayoría la más mínima oportunidad de ganarse mi atención.
Bueno, también me acuerdo muchísimo del épico inicio de Prince of Persia 2 escapando en el barco, pero ese es otro tema.
Sólo los juegos que, de forma magistral, se ganaban completamente mi atención durante los primeros minutos, eran los que aguantaban un poco más en un PC por el que pasaban decenas y decenas de juegos durante días.
Creo que de forma inconsciente, pero también apoyado por un buen puñado de factores externos como una evidente falta de tiempo para jugar por las necesidades del día a día, o una cada vez más apabullante cantidad de opciones que tenemos a nuestra disposición, los catálogos de Xbox Game Pass y Playstation Plus de alguna forma me han catapultado hasta aquella sensación y falta de paciencia.
Xbox Game Pass y PlayStation Plus: la historia se repite
Incluso en aquellos juegos sobre los que estoy leyendo o escuchando grandes comentarios, en muchas ocasiones me he visto forzándome a jugar a cosas mientras que en mi cabeza se repetía un “para qué sigues perdiendo el tiempo en esto, si ya lo ves que no te está gustando”.
Aparentemente no debería haber un debate interno. La frase parece dejar bastante claro que valoro mi tiempo y no estoy dispuesto a perderlo con algo que está claro que no es para mí. Y no es una crítica a ese juego en concreto, normalicemos de una vez por todas que hay juegos que, por mucho que se empecinen en venderlos como absolutas obras maestras imprescindibles que debes jugar sí o sí y tener en tu biblioteca también y también, tal vez simplemente no son para nosotros.
Pero me resulta inevitable recordar que, entre aquel aluvión de juegos cuando realmente no entendía ni pizca de lo que me estaban explicando sus tutoriales, y el que obtengo ahora de esta serie de servicios cargados de joyas que podrían darme para toda una vida de vicio en una época en la que mi tiempo para jugar es más limitado que nunca, justo entremedio hubo una época completamente distinta.
Una en la que el dinero no me llegaba para jugar a todo lo que quería, por lo que cada juego que cogía, aunque fuese por un breve tiempo de alquiler y a los pocos minutos se viese a la lengua que aquello no iba a ser gran cosa, lo disfrutaba como si fuese el último juego que iba a jugar en mi vida. Y de ese entusiasmo, de autoimponerme aquellas ganas, en realidad guardo muy gratos recuerdos de juegos a los que a día de hoy probablemente no les habría dado ni media hora de margen.
No es un problema de Xbox Game Pass o de PlayStation Plus, claro. Es un problema mío. Es la misma razón por la que en Steam tengo una enorme biblioteca de juegos esperando a ser jugados y el deseo de que, si algún día llego a jubilarme, los servicios de suscripción sigan ahí para poder quemar las pocas dioptrías que me queden. Ahora, no sé si de forma errónea o simplemente por necesidad, sé que no los estoy disfrutando como se merecen. Por favor, aguantad 30 años más.
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